Encíclica por la Madre Tierra: «Laudato Si», del Papa Francisco I (Resumen)

Resumen de la Encíclica ecológica, Laudato Si, del Papa Francisco I.

Resumen de la Encíclica ecológica, Laudato Si, del Papa Francisco I.

El Papa Francisco I ha publicado la encíclica «Laudato Si» (Alabado Seas, 2015) con la que pretende aclarar el mandato católico «divino» del Génesis (1, 28) de dominar y someter la Tierra, incluyendo aves y peces. Ya no vale todo para conseguir desarrollo o bienestar humano a corto plazo, porque «la gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común» (párrafo 201).

Sin duda, una encíclica así era necesaria. Ya no se puede argumentar que la Iglesia Católica no haya dejado claro la magnitud del problema ecológico y el camino a seguir. Benedicto XVI escribió ya una encíclica sobre los problemas sociales y ambientales, pero sin duda Francisco I es mucho más directo y claro. En muchos aspectos, los argumentos y las soluciones de este Papa coinciden literalmente con las que los grupos ecologistas llevan proponiendo desde hace años. Lo único que falta es que los fieles sigan tan acertadas enseñanzas y cambien su estilo de vida… pero cambiar es difícil ¿o no?

En lo que sigue vamos a resumir algunas de las ideas más importantes de «Laudato Si» poniendo entre paréntesis los párrafos donde aparecen y con enlaces recomendados para ampliar información de cada tema concreto. Al final, añadimos unas fotos de algunos textos de la encíclica, además de algunos tuits del pontífice.

LA CLAVE PARA ENTENDER LO QUE PASA: «TODO ESTÁ CONECTADO»

Podríamos resumir toda la carta en una frase cuya comprensión y sentimiento son clave en el problema social y ambiental global: «Todo está conectado» (16, 91, 117, 240). Esta es una carta dedicada a la madre tierra que «clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes» (2): suelo, agua, aire, y seres vivientes. En primer lugar, estamos dentro de una «compleja crisis socio-ambiental» (139) que requiere una «ecología integral» que conecte causas y consecuencias, que conecte, por ejemplo, la inocencia de beber agua embotellada con la contaminación global de aire, tierra, y mar.

El Papa recuerda al Patriarca Bartolomé al hacer suya su afirmación de que tenemos que reconocer «nuestra contribución -pequeña o grande- a la desfiguración y destrucción de la creación». Promulga, que acciones como destruir la biodiversidad biológica, degradar la tierra, contribuir al cambio climático, destruir bosques, humedales, y manglares, contaminar aguas, suelo, aire… son «pecados contra la creación» (8, 24, 38, 39).

La inspiración la encuentra en San Francisco de Asís, que «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología. (…) En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (10). San Francisco de Asís daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el nombre de hermanas, y su austeridad no era algo exterior sino reflejo de la «renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio». De ahí, que el Papa pida que nos sintamos íntimamente unidos a todo lo que existe, y tal vez así «la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo» (11). El Papa nos cuenta la tierna anécdota de San Francisco cuando «pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza» (12). El propio título de esta encíclica significa «Alabado Seas», con el que San Francisco de Asís empieza un poema para alabar a Dios y a todas las cosas, desde el «hermano Sol», hasta el «hermano viento», la «hermana agua», el «hermano fuego»… y por supuesto, todas las criaturas (87).

El Papa advierte a los creyentes de algunas actitudes que obstruyen los caminos de solución: negar el problema, indiferencia, resignación, confianza en soluciones técnicas… (14). Pero quiere que nadie dude de que «el actual sistema mundial es insostenible» (61).

PROBLEMAS TERRIBLES, SOLUCIONES MUY SIMPLESEl consumo genera daños ambientales

El Papa hace un recorrido, que reconoce incompleto, por problemas graves y muy importantes. Entre ellos destaca la contaminación y el cambio climático, citando los agrotóxicos y la tecnología, acusándola de resolver un problema creando a veces otros (20, 34). El llamamiento es claro para reducir el consumo y evitar tantas basuras (21), promoviendo un «modelo circular de producción que asegura recursos para todos y para las generaciones futuras», por lo que es fundamental «limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar» (22). Son ideas en la línea de cualquier ecologismo básico desde hace décadas, aunque hay también fuertes argumentos que sostienen que el mero consumir menos, no sirve de nada. Por otra parte, aunque el pontífice denuncia la deforestación para la agricultura (23), la desaparición de ecosistemas con su enorme utilidad (140), y el abuso de oligopolios de semillas (134), no se muestra muy contundente contra los transgénicos (133, 134), ni comenta que el abuso de alimentos basados en carne animal agrava todos esos problemas. Tal vez resulta muy duro para un argentino hablar de los terribles problemas del consumo de carne.

Consciente del grave problema de contaminación, el papa pide desarrollar más las energías renovables y reemplazar de forma «urgente» los combustibles fósiles (26). Afirma que los países pobres debieran «contar con la ayuda de los países que han crecido mucho a costa de la contaminación actual» (172) y denuncia que en muchas ocasiones los países poderosos llevan su contaminación y tóxicos a otros lugares (173).

Respecto al agua, denuncia que «el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos» y que «se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza» (27). El Papa critica que el agua sea privatizada en «algunos lugares» cuando «es un derecho humano básico» (30). «No pensemos solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares» (29). Al leer esas palabras se nos abren los ojos de esperanza, al comprender que es momento de gastar menos detergentes, menos suavizantes, menos tintes de colores… y de hasta hacer nuestro propio jabón casero natural.

Respecto a la biodiversidad, el Papa resalta que se están perdiendo especies y que la diversidad es necesaria para la vida (33, 34). Como una de las causas resalta que «carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses (…) van tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan de tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente» (35). Por todo eso, pide que todas las criaturas sean valoradas «con efecto y admiración» (42). Según todo lo dicho, construir una autovía es pecado, al menos casi siempre, lo cual no debería extrañar, pues la ética de Jesús es muy exigente.

También habla el pontífice de la degradación social y del deterioro de la calidad de vida (43). Por citar algunos detalles, critica la exclusión social, la violencia… o incluso el «mundo digital», cuando no favorece el vivir sabiamente por aumentar el «ruido dispersivo», pues es una «acumulación de datos que termina saturando y obnubilando» (47). No olvida que «el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta» (48), por lo que «un verdadero plan ecológico se convierte siempre en un plan social» (49).

Respecto a la población, el Papa tiene parcialmente razón al afirmar que «el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario. Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos, es un modo de no enfrentar los problemas» (50). Y decimos que tiene parcialmente razón porque, aunque es cierto que el consumismo es la principal causa de los problemas ambientales, también es cierto que la población no puede crecer infinitamente, y el Papa no sólo no se atreve a poner límite, sino que ni siquiera se atreve a hablar de ese límite, aunque sí dice explícitamente en otro párrafo que el mundo es finito (106), y que al hablar de «uso sostenible» hay que tener en cuenta «la capacidad de regeneración de cada ecosistema» (140, 190). ¿Por qué no habla abiertamente de que ese límite del planeta afecta directamente al límite en la población? ¿Contradice eso algún principio básico del catolicismo? ¿Tal vez algunos radicales religiosos, que gustan de tener muchos hijos, le inundarían el Vaticano de protestas? Lo cierto es que la superpoblación y el consumismo son dos graves problemas y no tiene ningún sentido separarlos.

Sin embargo, alguien sí podría acusar al Papa de radical al resaltar que «se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre» (50, 95). También critica la minería, en particular del oro y del cobre, porque contaminan en exceso (51), pero… ¿por qué no cita ni denuncia casos concretos? Tampoco se atreve a denunciar a las «multinacionales, que hacen aquí [en países pobres] lo que no se les permite en países desarrollados» (51). Algunos estudios sugieren, por ejemplo, que África entrega a los países ricos un 50% más de lo que recibe.

«Los pueblos en vías de desarrollo (…) siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro» (52), y por eso, el Papa pide «que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable, y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas  de desarrollo sostenible«.

El Papa critica «la debilidad de las reacciones» (53) y el excesivo afán de lucro y especulación que ignoran «los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente» (56). Tal es el caso de la actual investigación en «nuevas armas ofensivas» (57), aunque de nuevo no dice ni dónde ni quién hace esa investigación.

Mientras hay algunos avances concretos en la mejora del ambiente (58), también «crece una ecología superficial» (59) que evita tomar decisiones importantes (tanto a nivel personal, como en las cumbres climáticas donde, por ejemplo, los acuerdos nunca están a la altura de lo que el mundo requiere).

El Papa sostiene que «los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras» (67): del Génesis no se deduce «un dominio absoluto sobre las demás criaturas». Pero como no es fácil decir hasta dónde llega ese dominio, la respuesta queda en el aire. Por ejemplo… ¿es ética la ganadería intensiva? No obstante, indica que «podemos hacer un uso responsable de las cosas» y llama a respetar a los animales, porque hay que «respetar la bondad propia de cada criatura» (69), porque «cada criatura tiene una función y ninguna es superflua» (84), aunque no podamos saberlo todo.

El Papa se sorprende de la terrible desigualdad de este mundo, donde unos viven en «una degradante miseria», «mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta» (90). Esto es más grave, si cabe, en los países pobres (172). También critica la «cultura del relativismo» que lleva al abuso de unos sobre otros, a tratar a otros seres humanos como objetos, y a sólo buscar la propia satisfacción (123).

«No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada» (91).

¿Son Defendibles las Centrales Nucleares?Como no podía ser de otra manera, el Papa se alegra de los avances tecnológicos, pero también advierte de algunos peligros que pueden entrañar algunos de esos avances, citando explícitamente la energía nuclear, la biotecnología, o la informática como potencialmente peligrosas porque «dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante» (104). Pero en general, la preocupación principal es por el «modo como la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo» (106). Pues aunque «la intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido (…) ahora lo que interesa es extraer todo lo posible», gracias al poder tecnológico (o de las fuerzas del subsuelo como diría De Jouvenel).

Francisco I critica «la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a «estrujarlo» hasta el limite y más allá del límite» (106). Así pues, concluye que la ciencia y la tecnología no son neutras (107, 114), porque condicionan «los estilos de vida (…). Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar» (107). Por ejemplo, ¿afecta esto a la tecnología que usas?

Respecto a la economía, lamenta que «asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental» (109, 123). Y no pasa por alto criticar a ciertos círculos (sin decir quienes), que sostienen que la tecnología y el crecimiento económico «resolverán todos los problemas» (109, 190), cuando la realidad es que «el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social» (109). En el mundo hay un «superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora» (109, texto sacado de la encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI). La solución pasa por unir la ética a las ciencias y a la técnica (110, 136), y poner en marcha una «ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más amplia» (141), como también proponían De Jouvenel, Georgescu-Roegen y otros economistas (ver algunas de sus obras resumidas aquí).

«El avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia» (113), como tampoco lo asegura el crecimiento económico. «Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano» (114). Con esa frase viene a la mente la idea de decrecimiento y la gran cantidad de obras absurdas que se han hecho en España para el enriquecimiento de unas pocas empresas a costa de la naturaleza de todos: aeropuertos, carreteras… sin justificación técnica, ambiental, ni humana. Y el Papa critica «la falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones» (117, 183), lo cual genera una crisis ecológica que es reflejo de una «crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad»: «No podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano» (119). «Cuando es la propia cultura la que se corrompe» no va a resolverse el problema sólo con leyes (123) o con soluciones técnicas (200), máxime cuando ya conocemos muchas soluciones, que simplemente no llevamos a cabo.

El Papa alerta que son los «intereses electorales» o la corrupción lo que provoca el crecimiento económico y el consumismo que tanto daño hacen. También advierte que los políticos deberían pensar «en el bien común a largo plazo» (178, 179), sin ocultar información y sin acelerar trámites delicados (184).

Respecto a la pobreza y el trabajo, afirma que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisional para resolver urgencias», porque el objetivo es que puedan tener una vida digna. Pero de nuevo la tecnología también puede ser muy negativa al disminuir los «puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas», y esto impacta en el plano económico y social (128). El Papa sostiene que «dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad». Para resolver este asunto llama la atención que no diga nada de reducir la jornada laboral para repartir mejor los escasos puestos de trabajo. Sin embargo, sí habla de favorecer los sistemas alimentarios campesinos de pequeña escala (locales), que producen menos residuos y utilizan menos agua y tierra, criticando además que las grandes empresas controlan las infraestructuras de venta y transporte (129). ¿sería posible considerar pecado comprar mucho a ciertas multinacionales?

En definitiva, el Papa alaba «la actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo» (129). Pero esta actividad empresarial debe ser vista con el objetivo de ayudar o servir a la sociedad, y no con el único objetivo de ganar dinero. Para ello, es básico un plan de RSE (Responsabilidad Social Empresarial).

El Papa critica también a «varios países» que abusan de sus poblaciones «en beneficio de quienes se lucran», por ejemplo, violando leyes de protección de bosques (142), corrupción (172), o presionando a aborígenes «para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura» (146). Sin embargo, es muy lamentable que el Papa no indique ninguno de esos países y, segundo, que sólo diga «varios», cuando la lista de países que incumplen sus propias leyes de protección ambiental es demasiado extensa: España o Brasil son claros ejemplos. Los consejos genéricos están bien, pero apuntar problemas concretos es un paso aún mayor en la buena dirección. ¿A qué tiene miedo el Papa? ¿A equivocarse? ¿A ser criticado por esos países? ¿A no dar una lista suficientemente exhaustiva? ¿Es mejor ser tibio?

MÁS SOLUCIONES…

El Papa dedica el capítulo 5 a hablar de las soluciones típicas de cualquier manual ecologista (como la completa Cadena Verde) y a agradecer la tarea de las organizaciones de la sociedad civil (166). Entre las soluciones que indica el pontífice, algunas pueden resultar curiosas: agricultura sostenible y diversificada, energías renovables, eficiencia energética, gestión adecuada de recursos forestales y marinos, asegurar el acceso al agua potable (164, 174), «priorizar el transporte público» (153), fomentar el comercio local (180), no ver la biodiversidad sólo como un recurso económico (190), boicotear empresas irresponsables (206), conseguir nuevos hábitos, educar a los jóvenes (209, 213), abrigarse «en lugar de encender la calefacción», evitar gastar plástico, papel o agua, separar los residuos, cocinar sin tirar alimentos, «tratar con cuidado a los demás seres vivos», compartir vehículo, plantar árboles, apagar las luces innecesarias, reutilizar las cosas antes de desecharlas (211), «valorar lo pequeño» y ser austeros (222, 223)…

También se lamenta de la desertización y del cambio climático y de los escasos avances, a pesar de cumbres como la de Rio+20 (169), donde el que fuera presidente de Uruguay dio una charla memorable. El problema ocurre, según el Papa, cuando unos países «privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global» (169), pero sin embargo, no está claro si privilegian sus intereses nacionales, o los de algunas empresas (energéticas, por ejemplo). Suele coincidir que esos países son los que «tienen mayor responsabilidad» porque son los que se han beneficiado ya de un «alto grado de industrialización» (170). El Papa aprovecha para criticar la compraventa de «bonos de carbono», porque no es «un cambio radical a la altura de las circunstancias», sino que es un truco más para «sostener el sobreconsumo» (171). «En definitiva, necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de los llamados «bienes comunes globales»» (174).Electricidad renovable en tu casa o en tu empresa.

Francisco I alaba las «cooperativas para la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento», porque demuestra que donde los políticos son incapaces de poner orden, el pueblo puede organizarse para avanzar por el buen camino (179). En particular, en España el tema energético es terriblemente grave, y la gente se está pasando a empresas y cooperativas que venden la electricidad de fuentes 100% renovables (resuelve tus dudas aquí). Por eso, el Papa se muestra partidario de que los ciudadanos controlen al poder político (179).

Respecto a la política económica, el Papa critica «la salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el sistema entero» (189). En España, el caso es especialmente aplicable porque los bancos han sido colaboradores necesarios para generar la crisis y encima se les ha regalado muchísimo dinero. En esta línea, dice que «la burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva», con «un impacto ambiental innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales» (189).

El Papa sostiene que hay que «redefinir el progreso: Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso» (194). Sin embargo, incomprensiblemente no hace un llamamiento a dejar de usar el PIB, a favor de otras formas más sensatas de medir el progreso, ya que, según afirma, «las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos» (195), y no dejamos de ver guerras entre el poder político y el económico que no benefician ni al ambiente, ni a los pobres (198).

CONCLUSIONES

La principal crítica de Francisco I es al consumismo, y apunta a una de sus causas: «Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir» (204). En este sentido, te sugerimos este fantástico vídeo que muestra la realidad del consumo. El Papa hace una invitación a una austeridad voluntaria y feliz: «La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora», pues no son felices los que andan «buscando siempre lo que no tienen» (223). Esta austeridad voluntaria es, de hecho, importante en la felicidad, valorada por multitud de filósofos, incluso aunque no hubiera problema ecológico. También es importante ser agradecidos a la vida, y por eso nos invita «a dar gracias a Dios antes y después de las comidas», ya que eso «fortalece nuestro sentido de gratitud» y de humildad, a la vez que sirve para reconocer el trabajo de los que hacen que la comida llegue a nosotros, «y refuerza la solidaridad con los más necesitados» (227).

El Papa es consciente de que algunos pueden caer en la desesperanza, y por eso dice que «no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente» (212).

«La tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán» (159). «Mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (165). El Papa pide a los creyentes ser «coherentes» (200), no burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente, y una «conversión ecológica» (217). En el camino ecológico y espiritual, nos daremos cuenta de que «el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas las cosas Dios»» (234).

«Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad.  (…) El estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo». Por tanto, el momento de actuar es «ahora mismo» (161).

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Acerca de Pepe Galindo

Estamos en el mundo para aprender y ayudar y, si es posible, disfrutar. Es autor de libros como "Salvemos Nuestro Planeta", "El buscador de lo inefable" y "Relatos Ecoanimalistas"; ademas de publicar regularmente en dos blogs: 1) blogsostenible.wordpress.com y 2) historiasincontables.wordpress.com
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35 respuestas a Encíclica por la Madre Tierra: «Laudato Si», del Papa Francisco I (Resumen)

  1. María Victoria Marchisio (Argentina) dijo:

    Veo con buenos ojos que este blog difunda el resumen de esta maravillosa encíclica del Papa Francisco, que tal y como dicen, era necesaria. Principalmente por que es muy clara, concreta, y habla sin censura alguna poniendo cada cosa en su lugar, frente al rol destructivo de la casa común, por parte de todos, con un consumismo desmedido y trágico para el planeta, pero sin olvidar la responsabilidad de los poderosos (gobiernos, industrias, etc) frente a la gravedad de sus acciones y/u omisiones. Es para destacar que no es un documento que se destine a los seguidores de su iglesia, de su religión, sino que está destinada a la humanidad toda, recogiendo opiniones y resultados de investigaciones de diversos personajes influyentes (religiosos de varios credos, científicos, políticos, y otros). Es un documento trascendental que se publica con tiempo suficiente para poder ser tenido en cuenta por los líderes mundiales previo a la COP21 de París, en diciembre venidero, y que todos esperamos influya en un compromiso real y efectivo, al margen de ser un instrumentos no vinculante una encíclica, pero sí con poder suficiente para detenernos a pensar y hacer una mirada introspectiva y crítica, para lo sucesivo. Por lo demás, y no menos interesante, es que por primera un documento aborda la cuestión desde la mirada de paradigma, y el cambio que implica -tan siquiera la ONU lo había hecho- y claramente vincula el «todo con todo» dejando bien claro que la cuestión ambiental es transversal a todo y que su abordaje holístico necesita de la interdisciplina y del compromiso. No deja fuera de la necesidad de respeto a los animales, tema que también necesita una mirada reflexiva para cambiar aquellos viejos ritos culturales que no implican más que atrocidades para nuestros pares animales, quienes por no tener razocinio, son sometidos a tormentos por quienes si lo tenemos, aunque dichos actos no sean merecedores tal premio de Dios o de quien nos haya dotado de ello. Por sobre todo, es una encíclica que más allá de abordar excelentemente bien y completamente la problemática ambiental, tiene una mirada integral de la cómo vivimos los hombres hoy, en este modelo caracterizado por la crisis de valores, que tanto nos lleva a actuar de un modo miaquiavélico, como si los resultados de tal obrar, no tuviesen consecuencias en nosotros mismos. No entro en detalles en mis comentarios, ya que bien claro es el resumen que comento en torno a los fundamentales puntos de la encíclica, Es excelente. Saludos, y buen trabajo!

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  3. María Ángeles Navarro Girón dijo:

    En el resumen criticas la falta de concreción del Papa a la hora de denunciar determinados comportamientos.
    Parece evidente que el Papa está tratando de actuar en forma profética (en lugar de hacerlo en forma magisterial). Pero claro, la tremenda dificultad es justamente que se está dirigiendo al mundo entero y no únicamente a los católicos. Eso hace que se pierda la esencia de lo más característicamente profético que es precisamente echar en cara -de una forma muy concreta- la traición perpetrada por los que se dicen creyentes, en definitiva la falta de fe que subyace al comportamiento injusto.
    Y es precisamente este intento de liderazgo universal el que más complica la concreción.
    ¿A qué tiene miedo el Papa? Sinceramente no lo sé. Tal vez a exponerse a demandas millonarias. Tal vez a la injusticia de mencionar a unos, omitiendo a otros. O, lo más probable, porque piensa que ésa no es su función.
    En mi opinión, la finalidad primordial de la encíclica no es la ecología sino que -como puede deducirse de la lectura del último capítulo- la encíclica es en realidad una reacción ante un mundo en el que también el pensamiento se ha tornado objeto de usar y tirar. Y esto es algo que perjudica enormemente cualquier intento de reflexión seria.
    Por lo que respecta a tu pregunta: ¿Es mejor ser tibio? se responde sola: la tibieza en la Iglesia equivale a irrelevancia. «¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas» (Lucas 6,26)

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  20. Pepe Galindo dijo:

    Las religiones se van uniendo para denunciar el cambio climático y la contaminación. Un estudio relaciona la encíclica del Papa con la conciencia ambiental y concluye que los estadounidenses, especialmente los católicos, se volvieron modestamente más comprometidos y preocupados por el calentamiento global tras la encíclica «Laudato Si».

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