«Buscando la Esencia de Jesús» (resúmenes de diversos libros)

«Buscando la Esencia de Jesús«

¿Qué es ser Cristiano?

¿Quién fue Jesús? ¿Qué pretendió? ¿Siguen su doctrina los líderes «cristianos»? Para ser cristiano, ¿Es necesario creer en todos los dogmas que imponen los líderes religiosos? ¿Qué pasa si no quiero o no puedo creerlos? ¿Qué hay de cierto en los Evangelios? ¿Es realmente liberador el mensaje de Jesús? El mensaje de Jesús «parece» bastante radical… ¿lo es?

Este es el resumen de una búsqueda de respuestas
a través de la lectura y la reflexión… ¿te atreves?

En muchas culturas (Europa, Sudamérica…) se impone el cristianismo «por tradición». Muchos ritos (bodas, bautizos, comuniones, funerales, misas…) están tan arraigados en algunas mentes que no se plantea que puedan ser de otra forma. Y muchos, tienen claro que son cristianos porque asisten a esos ritos «sin protestar». Sin embargo, con poca reflexión uno concluye que ser cristiano debe ser algo más.

La esencia del mensaje de Jesús o Cristo (Mesías en griego) es atrayente porque expone una filosofía de vida que lleva a la felicidad. Eso no implica una vida fácil y sin problemas, pero sí una vida feliz.

Vamos a seguir nuestra reflexión a partir de algunos libros de diversas tendencias. Haremos varias veces mención al libro «Vida y Misterio de Jesús de Nazaret» (1990) de José Luis Martín Descalzo (sacerdote y escritor español, 1930-1991). Ese libro es una muy buena explicación de la vida de Jesús a través de los Evangelios, con perspectiva histórica. Aparte de otros libros, también referenciaremos la Biblia en general y los cuatro Evangelios en particular. El hilo conductor serán dos obras recientes de Juan Arias y Carlos Escudero respectivamente.

«Jesús, ese Gran Desconocido» (2002)
Juan Arias

Este es un libro escrito sin apasionamiento religioso por un apasionado de la religión, como lo demuestran sus numerosos escritos al respecto y su trayectoria personal. Busca la verdad, al precio que sea. Por la enorme influencia de Jesús, es un personaje que debe estudiarse aunque aclara que «probablemente, nunca pensó en fundar ni una nueva religión ni una nueva iglesia, sino sencillamente proponer una forma distinta de vivir las relaciones de los hombres entre sí, no basada en el poder, sino en la fraternidad». Incluso, «la misma Iglesia, hoy más abierta, acepta que apenas sabe nada de cómo fue realmente, qué predicó y qué pretendía con su anuncio de un Reino nuevo para la humanidad».

¿Existió realmente Jesús?

«El historiador francés Constantin François Voney en 1791 empezó a manifestar serias dudas sobre la realidad histórica del profeta» y «si los evangelios y demás documentos de parte cristiana no pueden ser considerados históricos, sino completamente literarios» y teológicos, tal y como advirtió Voltaire, «la Iglesia se quedaba prácticamente sin argumentos científicos». Algunos atribuyen a Pablo de Tarso ser el verdadero fundador de la Iglesia, y que Jesús es «un cóctel de otros mitos religiosos, desde el judaico a los griegos y egipcios». «Incluso, teólogos católicos empezaron a darse cuenta de que, por ejemplo, las Cartas de San Pablo, que serían el primer testimonio literario de Jesús, increíblemente no hablan prácticamente nada de Jesús (…) ¿Señal de que lo que interesaba era más el mito que la realidad?».

Es curioso constatar que «el Filósofo Filón de Alejandría (…) en ninguno de sus 50 escritos conservados cita ni una sola vez a Jesús, a pesar de que se interesa por la gran actividad de sectas y movimientos dentro del judaísmo de aquel tiempo». Otro historiador «Justo de Tiberiadades, de alguna forma paisano de Jesús, tampoco lo cita a pesar de haber escrito la historia de Palestina desde Moisés hasta setenta años después del nacimiento del profeta». Sólo el historiador judío Flavio Josefo nombra a Jesús y a su secta en dos pasajes: «En el primero sólo indirectamente, hablando de la muerte por lapidación de Santiago, uno de los hermanos de Jesús. (…) El segundo texto se refiere explícitamente a Jesús, pero es también el más controvertido». Ahí se dice que «realizó hechos portentosos», que fue «crucificado» y que «al tercer día se les manifestó vivo de nuevo». No obstante, en palabras del teólogo español Juan José Tamayo, «parece tratarse de un texto muy manipulado sobre cuya autenticidad se cierne una larga sombra de dudas». Por otra parte, «los historiadores romanos ignoran la existencia de Jesús». Una última fuente son las «fuentes rabínicas» que hablan de Jesús «de una forma más bien despectiva. Pero de alguna manera son interesantes porque indican que consideraban a Jesús como a un personaje que había existido».

Respecto a los evangelios: «Se atribuyen a Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Pero, en realidad, se desconoce quién los escribió». Todos datan de «entre los años 60 y 90 d.C., es decir, más bien tarde». Hay que tener en cuenta «que existen muchos otros evangelios (más de cien). (…) Se tratan de escritos que, en el momento de decidir cuáles iban a ser introducidos como textos canónicos u oficiales, parecían menos fiables que los otros. Son los llamados «evangelios apócrifos», que han acabado siendo considerados, aunque inmerecidamente, como falsos.» Juan Arias afirma que la historia de cómo fueron escogidos los evangelios canónicos es muy curiosa y se basaron en cosas como que «algunos de los prodigios de los evangelios apócrifos eran poco serios o fantasiosos. (…) La decisión oficial fue tomada en el Concilio de Nicea del año 325 gracias a un milagro» según dicen, pues los elegidos fueron volando hasta el altar. Ahora tendríamos más textos «si la Iglesia, en vez de limitarse a la aprobación de sólo cuatro evangelios canónicos, hubiese respetado, sin censurarlos y sin destruirlos, tantos otros textos que las primeras comunidades cristianas usaban». Viene a colación el hecho de que hay muchas obras de arte, fiestas y hechos conocidos popularmente sobre Jesús que provienen de los evangelios apócrifos: El nacimiento en una cueva, que los magos eran tres «reyes» y el nombre de éstos (Melchor, Gaspar y Baltasar), el episodio de la Verónica camino del Calvario, los nombres de los ladrones crucificados (Dimas y Gestas), los padres de María (Joaquín y Ana)…

«Tanto Lucas como Marcos se sirvieron para escribir sus respectivos evangelios de la llamada Fuente Q» (de Quelle, fuente en alemán), que era «una especie de colección de más de 200 frases atribuidas a Jesús. Las habría pronunciado a lo largo de su vida y se habrían transmitido primero oralmente, acabando más tarde siendo puestas por escrito». A pesar de todo lo dicho, «todos los autores modernos coinciden en que en ellos ha quedado, a pesar de todas las manipulaciones teológicas que han sufrido, el substrato de una primera tradición oral (…) [y] es prácticamente imposible saber con rigor cuáles de los hechos y de los dichos que de Jesús nos refieren los evangelios pueden atribuírsele».

«Si los evangelios, que durante 18 siglos fueron considerados auténticas biografías históricas de Jesús, son más bien textos literarios que reflejan la fe de los primeros cristianos, los otros libros del Nuevo Testamento (…) contienen aún menos material histórico». A pesar de todo, hoy pocos dudan de su existencia real que «parece ser que fue durante el reinado de Herodes» el cual murió el año 4 a.C., y por tanto el monje Dionisio el Exiguo, en el siglo IV se equivocó por lo menos en 4 años al calcular la fecha del nacimiento de Jesús, la cual, «sin duda» no fue el 25 de Diciembre: «teniendo la Iglesia que escoger una fecha, se decidió por la que era la festividad del Sol, que coincidía con la del nacimiento del dios pagano Mitra». Además, parece que nació en Nazaret, más que en Belén como dicen los evangelios de Mateo y Lucas con «la intención de hacer coincidir el nacimiento del Mesías con la profecía del profeta Miqueas» (Miq 5, 2).

¿Qué se sabe de Jesús?

Muy poco. Parece que tuvo 4 hermanos (según el evangelio de Marcos), cosa que no aceptó la Iglesia Católica que lo interpretó como «primos», para poder sustentar su teoría de que «María fue virgen antes y después del nacimiento de Jesús». Los protestantes admiten los hermanos sin problemas, aunque otra teoría es que fueran hermanastros (hijos de José). «En griego, la lengua en la que está escrito ese evangelio, habla claramente de hermanos y no de primos». Respecto a la virginidad, es un tema que se halla en «muchas religiones muy anteriores a Jesús», para simbolizar «que el nacido iba a ser un personaje importante en el mundo».

Hay teorías que afirman que durante los años de su vida privada (de la que no hablan los evangelios canónicos) pudo haber viajado fuera de Palestina, estando «en contacto con otras religiones y filosofías» (como las egipcias o las de la India). Así se explica que tuviera «una mente tan abierta».

Quizás fruto de eso sea que «Jesús nunca exalta a la familia» (aunque algunos de sus seguidores actuales lo pongan como parte esencial de su religiosidad). «Jesús se preocupaba muy poco de aparecer como un buen hijo o un buen hermano», «era mal visto en su aldea de Nazaret» y «se cuenta en los evangelios, que los hermanos y hermanas de Jesús lo consideraban «loco» (…). Para él más importantes que su familia carnal eran los que seguían su palabra» (cfr. Mt 12, 46-50 y Lc 11, 27-28). Bastante elocuentes son las palabras (Lc 12, 51-53) en las que dice que vino a dividir a la familia: «padre contra hijo», «madre contra hija»… Los expertos aseguran que las palabras que dejan mal a Jesús deben de ser auténticas y poco manipuladas: «Debían haber chocado tanto a los primerísimos cristianos que fue difícil ocultarlos». En otra ocasión instó a no invitar a familiares y amigos ricos sino a los pobres (Lc 14, 12-14). Esa cita, por ejemplo, no se oye en boca de líderes religiosos cristianos… ¿o sí?

De las cosas que están más claras es que fue «un judío inconformista y crítico, un mago que curaba a todos los enfermos, más por compasión que por el gusto de hacer prodigios». Pero… ¿Por qué armó este personaje tal revolución en la historia, mientras otros no dejaron huella? Una explicación es «porque se trata de un personaje del que casi nada se sabe de su vida y de su persona física, en él se ha ido concentrando la utopía de la historia (…). Esa utopía tejida con las aspiraciones más nobles»: «paz», «amor», «liberación», «justicia», «respeto», «solidaridad»…

En aquella época había tres sectas: Los zelotes o nacionalistas (violentos en muchos casos), los esenios de Qumrán y los fariseos . Está claro que no fue un zelote ni un esenio, aunque algunos apóstoles pudieron provenir de los zelotes. Los esenios erán célibes, mientras «los apóstoles de Jesús fueron todos casados menos uno. Y el mismo Jesús, aunque no estuvo casado –cosa de la que tampoco existe una certeza absoluta–, nunca exigió el celibato a los suyos y él mismo fue enormemente libre en su trato con la mujer, incluso con las prostitutas, en una época fundamentalmente machista». También «entre los esenios regía la norma de excluir de la comunidad a cuantos tuvieran algún defecto físico» cosa que no practicó jamás Jesús, aunque «hoy la Iglesia no permite la entrada en el sacerdocio o en la vida religiosa a los contaminados con el virus del sida».

«Parece más probable que formaran parte del grupo de los fariseos, cuya doctrina sí era más cercana a la predicada por Jesús» y en la que tenía amigos (José de Arimatea, por ejemplo, le prestó su tumba). Aunque «los cuatro evangelios presentan a los seguidores de dicha secta como a sus grandes enemigos y perseguidores», esto se explica porque «los fariseos eran el grupo dominante del judaísmo, y no viendo con buenos ojos la abertura del judeo-cristianismo» de los primeros tiempos, «persiguieron con dureza a los judíos cristianos. (…) Los evangelistas achacaron a los fariseos del tiempo de Jesús (…) lo que estaba ocurriendo en aquel momento. Y así, todos los ataques hechos en vida a Jesús, por quienes fuera, se los achacaron a los fariseos», cuando muy posiblemente sus mayores enemigos fueron los saduceos, «que representaban a la oficialidad del Templo. Sin duda, Jesús tuvo que tener disputas con los fariseos, sobre todo con aquellos que eran más legalistas y que se paraban más en la letra que en el espíritu de la Ley». De hecho, «no pocas de las afirmaciones que se le han atribuido en exclusiva a Jesús pertenecían ya a la doctrina liberal de los fariseos»: «No hagas a los demás lo que no deseas que te hagan a tí», «el sábado fue creado para el hombre y no el hombre para el sábado», el rechazo del «ojo por ojo y diente por diente»…

«La verdad es que prácticamente ninguna de las afirmaciones hechas por Jesús es totalmente original. Ni siquiera la del amor a los enemigos. (…) Jesús arremetió siempre más bien contra la interpretación estrecha y legalista», como contra la degeneración del precepto del sábado, las cuales continúan aún vigentes: «por ejemplo, no pueden encender la luz eléctrica en sábado o dar cuerda al reloj por considerarlo un trabajo».

«Si el poeta es quien sabe expresar con palabras el sentido oculto de las cosas y los sentimientos más escondidos del ser humano, Jesús fue un gran poeta», más que místico. «Cuentan que Jesús no soportaba ver a nadie sufriendo (…) y que por ello «curaba a todos». (…) Era radical, severo, despojado, no tenía casa donde dormir y predicaba el desapego de los bienes en favor de la libertad de espíritu. Pero su talante no era victimista, (…) no imponía ayunos ni sacrificios corporales a sus discípulos (…). A él le gustaba disfrutar de las pequeñas cosas de la vida sin correr detrás del dolor. Por eso les respondía que sus seguidores ya iban a tener tiempo de sufrir, ya que la vida no es ninguna fiesta. Como diciendo que no es preciso buscar el dolor, pues ya se encarga él de encontrarnos», sobre todo si intentamos, siguiendo su ejemplo, denunciar las injusticias de nuestro alrededor.

Sobre quien mató a Jesús, judíos o romanos, se ha especulado mucho. Por desgracia «los cuatro evangelistas (que narran la pasión) tuvieron mayor preocupación en hacer coincidir las antiguas profecías de la Biblia con lo ocurrido en la pasión de Jesús que en contarnos cómo ocurrieron de verdad los hechos». Sabemos que «los judíos mataban por lapidación o apedreamiento, con fuego y por decapitación», mientras que los romanos condenaban los crímenes políticos por crucifixión. Según Marcos, «Jesús fue condenado por el Sanedrín, es decir, por el alto tribunal judío, por el delito de blasfemia», que «se castigaba con la pena del apedreamiento y nunca con la crucifixión. (…) Ni se entiende por qué Jesús fue condenado a muerte por Pilatos si ya había sido condenado por el Sanedrín. (…) Lo más seguro es que Marcos, que escribió su evangelio en Roma, donde los cristianos estaban perseguidos, no quisiera echar sobre las autoridades romanas el peso de la condena a muerte de Jesús (…). De hecho, ni el evangelista Lucas ni Juan hablan nunca de un proceso a Jesús ante el Sanedrín».

Juan Arias afirma que «no se conocen con certeza los motivos por los que Jesús fue crucificado. (…) todo hace pensar que fue acusado y condenado como rebelde. De hecho, una de las cosas que parecen ser más ciertas de todos los relatos de la pasión es la inscripción sobre la cruz, según la costumbre del tiempo, para que todos supieran por qué el reo era crucificado»: «Jesús Nazareno Rey de los Judíos» (en hebreo, griego y latín), lo cual amenazaba «así el poder de Roma sobre Judea».

Otra explicación interesante la da Martín Descalzo en el libro citado, diciendo que a Jesús le «robaron» su muerte, porque Jesús sospechaba que moriría por lapidación, como tantos otros profetas, pero las autoridades judías lo quisieron evitar para dejar claro que él no había sido un profeta, sino un alborotador condenado a la peor y más humillante de las muertes. Según este autor las autoridades judías presionaron al romano Pilatos para que lo condenara, alegando que hacerse Rey era desafiar al emperador. Según los evangelios Jesús le dijo a Pilatos que su reino no era de este mundo, pero Pilatos temió que los judíos lo denunciaran ante el César y finalmente accedió a condenarlo, lavándose las manos. Los judíos pretendieron que Pilatos cambiara la inscripción sobre la cruz, pero él se negó porque, de hecho, esa era la auténtica causa por la que él lo condenaba.

Arias, como Tamayo, afirman que «el proceso y condena a muerte de Jesús fue un gran error judicial, ya que fue llevado a la muerte como un rebelde político y revolucionario (…) cuando, en realidad nunca había intentado tal cosa, ni su intención era la de autoproclamarse rey de los judíos, sino la de anunciar un reinado de paz y respeto a todos».

Otras hipótesis sobre Jesús: ¿Cuál es la realidad?

Hay muchas. Por ejemplo, que era un extraterrestre o, como sostiene Andreas Faber-Kaiser o Sánchez Dragó en su libro «Carta de Jesús al Papa» (2001), que no murió en la cruz y se fue a vivir a la India. Arias afirma que «Jesús demuestra, en muchas ocasiones, conocer elementos de otras religiones y culturas, sobre todo orientales». Y resulta curioso que «en Srinagar, capital de Cachemira, existe desde hace casi dos mil años la tumba de Jesús, llamada «rozabal». Por lo menos se trata de un personaje que tendría todas las características de la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazaret». En el monasterio budista de Hemis hay documentos sobre la vida de Isa, un personaje «cuya historia coincide exactamente con la narrada en los evangelios». Según esos escritos, ese personaje vivió en varias ciudades de la India, pero «empezó a ser mal visto cuando se puso a predicar la igualdad de todos los hombres en un país donde las castas estaban muy enraizadas», lo intentaron matar pero huyó a Israel donde comenzó su vida pública. Tras su muerte fallida en Jerusalén, huyó con su madre a la India donde formó una familia y donde existen aún hoy muchas leyendas y «hasta se muestra la tumba de su madre».

«Los defensores de la teoría mítica piensan que se trató de incorporar al personaje de Jesús elementos de otros dioses o personajes religiosos mitológicos de siglos anteriores a él. Para estos autores existen unas coincidencias interesantes entre el Jesús presentado por los cristianos y los personajes y dioses anteriores:

 

Evento Horus
(Egipto)
Mithra
(Persia)
Krishna
(India)
Jesús
(Palestina)
Nace de madre virgen X X X X
Nace 25 de Diciembre X X X
Hizo milagros X X X X
Tuvo 12 discípulos X X X X
Resucitó X X X X
Subió al cielo después de su muerte X X X X
Fue llamado Mesías X X X
Considerado segunda persona de la Santísima Trinidad X X
Perseguido por un tirano que mató a miles de niños inocentes X X
Transfigurado ante 3 apóstoles X X
Crucificado X X
Luchó 40 días en el desierto contra tentaciones de su enemigo X X

Pero hay otras coincidencias: «la resurrección de Lázaro (uno de los episodios al que se le atribuye poca credibilidad histórica en los evangelios) se trataría de aplicar a Jesús la historia de la momia de Al-Azar-us, del mito egipcio de Horus» (1000 a.C.), el dios halcón.
«El enemigo de Horus era Sata, de donde saldría en los evangelios la teoría de Satanás y de los demonios.»

Con el libro comentado anteriormente de Sánchez Dragó, a la tabla anterior habría que añadir algunos detalles más: En Krishna (de la obra Bhagavad Gita, 600 a.C.-300 d.C., verdadero compendio de la espiritualidad hindú) encontramos también un pasaje similar al domingo de ramos, en Mitra (500 a.C) también hay adoración de pastores, transustanciación, última cena y juicio final, a Baco también se le llamó Salvador, nació de virgen, murió y ascendió al cielo, mientras que Siddharta el Buda en la India también nació de virgen, buscó discípulos entre pastores, artesanos y mendigos y también hizo milagros. En la leyenda de Atis también encontramos su resurrección. Este último también bajó a los infiernos y regresó al tercer día, lo cual también se le atribuye a Hércules, Dionisio (Osiris), Orfeo y Esculapio. A Buda, personaje real, también se le atribuyen milagros, como a otros muchos personajes reales.

Para algunos, «no es que Jesús no haya existido, lo que ocurre es que el Jesús que nos han transmitido los evangelistas no es el Jesús real, sino el fruto de una mitificación del personaje», seguramente por parte de sus discípulos. «La tendencia actual de los mayores especialistas en asuntos de religión y de biblia es que los evangelios son, en realidad, una mezcla de elementos históricos y teológicos; que en las narraciones de los evangelistas están mezclados rasgos del Jesús histórico y del Jesús de la fe». Hubo «un encuentro internacional de expertos para intentar reconstruir las palabras de Jesús» y curiosamente decidieron que entre las palabras «consideradas como no pronunciadas por él y que pertenecen a una tradición posterior, figuran, por ejemplo, las importantes palabras de la institución de la eucaristía (…). Son originales las bienaventuranzas a los pobres, a los hambrientos y a los que lloran, así como la del «amor a los enemigos» y la parábola del Buen Samaritano.» Respecto al padrenuestro, «se trata de una oración que se fue construyendo poco a poco en las primeras comunidades (…). La verdad es que las peticiones que se hacen en el Padrenuestro cristiano existen todas en las plegarias judías. Pero existe una peculiaridad (…) el llamar a Dios «Padre» (Abba en arameo), un término totalmente desconocido en la tradición palestina precristiana».

Las «bienaventuranzas», «sentencias del profeta de Nazaret que contradicen toda la lógica del mundo, toda la evidencia de cualquier sociedad de cualquier lugar y tiempo. ¿Quién se podría atrever a decir que los pobres son los felices?», pues «la mayoría de los especialistas consideran que dichas bienaventuranzas fueron pronunciadas realmente por Jesús. (…) Probablemente no se trató de un discurso pronunciado en un mismo día», pero «fueron juntadas» en el llamado «Sermón de la montaña» de Mateo (Mt 5, 1-12), aunque la forma de Lucas, con las imprecaciones, es más interesante (Lc 6, 20-26). «Las palabras más auténticas de Jesús son las más radicales», criticando el «modelo universal de sociedad basada en el dominio de los poderosos sobre los débiles, de los ricos sobre los pobres y de los valores temporales sobre los espirituales» que comentaremos más adelante. Respecto a la primera bienaventuranza, «No se trataba de la «pobreza espiritual», una frase ciertamente añadida a las palabras de Jesús y que él nunca pronunció» y que no aparece en Lucas o en algunas interpretaciones de algunos autores (como Escudero Freire). Para él los pobres «eran los mendigos, los sin casa y sin trabajo, los leprosos (…) los que morían de hambre».

Respecto a la octava bienaventuranza, los «perseguidos» se ha interpretado «como dirigida a aquellos cristianos que sufrían persecución por creer en la nueva religión de Jesús», pero parece que se refería a «los «ultrajados», los «humillados», los «rechazados» por la sociedad, que eran todos los parias, los don nadie, los que estorbaban en todas partes», cosa que nos recuerda a los inmigrantes que llegan a Europa, a Estados Unidos… desesperados y arriesgando su vida (recuérdese Mt 25, 35-45). El mismo citado Martín Descalzo, a propósito de esta bienaventuranza, dice que cuando la Iglesia empieza a ser auténticamente cristiana es cuando empieza a ser perseguida y que si no es perseguida es, evidentemente, mala señal, y afirma que «deberán desconfiar los cristianos cuando no les persigan: tal vez es que ya no anuncian entero el evangelio; tal vez es que se han hecho del mundo y por eso el mundo ha dejado de odiarles. la situación «normal» de una Iglesia fiel a Cristo será la persecución, la dificultad: el evangelio siempre tendrá que navegar contra corriente. Un cristiano auténtico no deberá escandalizarse de ser perseguido y deberá desconfiar cuando no lo sea, Cristo lo advirtió con toda claridad». Martín Descalzo se refiere a las citas bíblicas de (Jn 15, 18-20) y (Jn 16, 2 y 33).

Sánchez Dragó, por su parte, sostiene que la Biblia está muy falseada y que no se atiene a la realidad. Específicamente culpa de las falsificaciones a Ireneo, Epifanio, Eusebio y Tertuliano. Recomienda la película «Rashomon» y el libro «Los misterios de Jesús» de Freke y Gandy. Detallando algo más, Sánchez Dragó critica en síntesis lo siguiente: Pecado original, Inmaculada Concepción, Infalibilidad del Papa, Parusía, Eucaristía, Reliquias, Trinidad, Celibato… y la postura «oficial» respecto a algunos temas (homosexualidad, anticonceptivos y sexualidad en general).

¿Quiso fundar una Iglesia? Y en ese caso ¿le gustaría la Iglesia Católica?

A Pablo de Tarso, «algunos autores consideran como el verdadero fundador del cristianismo», ya que éste hace más teología. Algunos lo explican indicando que Pablo llevó el cristianismo a la cultura griega, la cual era más avanzada. Pero el problema «es saber si Jesús, en algún momento, tuvo la idea de fundar una religión nueva, (…) y si quiso fundar una Iglesia organizada como lo es hoy la Iglesia Católica». Arias afirma que «muchas de las cosas de la Iglesia actual difícilmente las bendeciría, sobre todo por lo que se refiere a cómo ha sido organizado el gobierno central de la Iglesia en el Vaticano, el estilo del papado, copiado básicamente de los emperadores romanos, y la misma estructura de Iglesia como monarquía absoluta». Han sido «muchos» los que han criticado «una Iglesia preocupada más por los ricos y los poderosos que por los desheredados, no pocas veces contaminada por los poderes mundanos y políticos. Una Iglesia rica, llena de privilegios otorgados por los poderosos». Mientras, «Jesús predicó una religión del corazón sin templos ni catedrales», pues su misión «era liberar al hombre del peso de las religiones antiguas, empezando por la suya, la judía, que imponían a la gente «pesos que no podían soportar» y que quienes los imponían eras los primeros en desentenderse de ellos. Y que, precisamente por ello, mal podía pensar en fundar otra religión con nuevas estructuras que acabarían sofocando las conciencias de los creyentes» (cfr. Mt 23, 4-36).

Parece claro «que la doctrina del profeta Jesús fue interpretada de muchas formas». Un ejemplo más son los grupos gnósticos, declarados herejes, pero que tuvieron «una enorme importancia en el cristianismo primitivo» y que aparecen en muchos evangelios apócrifos. Resulta paradójico que la Iglesia, que «había dejado de ser perseguida» desde tiempos del emperador Constantino, «ordena la persecución de todo tipo de herejía», como la gnóstica, que negaba la resurrección, no le daba importancia a los sacramentos y sí a las experiencias místicas… «un Jesús casi opuesto al predicado por Pablo». Los gnósticos tuvieron figuras importantes, como el egipcio Valentim (siglo II), el cual casi fue elegido Papa en Roma y, si lo hubiera conseguido, «hoy los evangelios considerados inspirados podrían haber sido otros».

Un detalle al que algunos dan mucha importancia es el hecho de que la Iglesia Católica «aún sigue discriminando a la mujer del varón impidiéndole subir hasta el último escalón del sacerdocio, contradiciendo así abiertamente la actitud del profeta de Nazaret», pues «rompiendo con todas las tradiciones culturales de su tiempo, Jesús trató a la mujer como a un igual. (…) La escena de Jesús salvando de la muerte por lapidación a la mujer que unos ancianos habían sorprendido en flagrante adulterio es una escena tan fuerte que sólo en el Concilio de Trento pasó a formar parte de los evangelios canónicos. Hasta entonces esa página había sido censurada siempre. (…) Dada la rígida disciplina contra el pecado de adulterio que existía en las primeras comunidades cristianas, en vez de seguir la actitud de defensa de la mujer pecadora de Jesús, prefirieron eliminar dicha escena del evangelio». «Jesús aparece, además, como contrario a la pena de muerte», mientras que la Iglesia «en su catecismo universal defiende su legitimidad en determinadas circunstancias».

Respecto a otros temas como el divorcio no sabemos qué diría Jesús pero conociendo su inmenso amor «nunca hubiese impuesto cargas imposibles de soportar ni hubiese permitido que se perpetuasen situaciones dramáticas sólo por fidelidad a una ley», porque «la Ley es sólo un instrumento para la liberación de las personas, no para esclavizarlas». Igualmente, en los evangelios «no se habla del aborto, ni de las relaciones sexuales».

Los milagros

Los milagros «fueron siempre uno de los mayores motivos de contestación fuera de la Iglesia. (…) Un evangelista dice que Jesús «curaba a todos». De ahí que aún los exegetas modernos más críticos tengan muy pocas dudas de que el aspecto que los evangelios presentan de la actividad milagrosa de Jesús es uno de los más auténticos. Son más de 200 los episodios en los que Jesús aparece en su breve vida pública realizando algo prodigioso», pretendiendo según no pocos teólogos modernos hacer creíble su doctrina nueva aparte de aliviar el dolor de la gente, ya que él no pertenecía a la teología del sufrimiento. Como ya se ha dicho, «desde los tiempos de Constantino (…) los obispos recibieron órdenes de quemar todos los escritos llamados «heréticos» (…) desapareciendo así para siempre cientos de escritos sobre Jesús y sus actividades, que hubiesen sido hoy preciosos para conocer la verdadera naturaleza de sus milagros». Sin embargo, aunque posiblemente no fueran milagros en su sentido estricto «lo que hicieron famoso a Jesús» fueron las «curaciones», que pudieron ser «curaciones naturales gracias a la fe que él infundía en los enfermos» («para que un enfermo psíquico pueda curarse necesita tener fe en el terapeuta»). Esa es la explicación que algunos dan a las curaciones de Fátima y Lourdes, por ejemplo. Por eso «muchedumbre de pobres lo seguía convencida de que era el nuevo Mesías». Tanto que «aquello dio miedo a las autoridades romanas».

Algunos sostienen que Jesús conocía las artes mágicas de los magos de su tiempo, que «pudo estudiarlas en Egipto»: «No existe ni uno solo de los milagros realizados por Jesús que no se atribuyera ya a los magos de entonces, desde calmar una tempestad a resucitar a un muerto o predecir el futuro. Y hasta las condiciones para poder conseguir el milagro se parecen mucho a los manuales de la magia antigua, como la necesidad de la fe en el mago o la de pedir la gracia a los dioses»: «Pedid y se os dará» (Mt 7, 7), frase que «aparece idéntica en los papiros mágicos». Algunos especialistas bíblicos afirman que son milagros «inventados» por los evangelistas los que no son curaciones (caminar por las aguas, calmar tempestades o ascender a los cielos). También pudieran ser inventados las resurrecciones pues, como dato, la Iglesia «nunca ha atribuido a los innumerables santos y mártires canonizados el milagro de una resurreción».

Otro aspecto interesante es que «Jesús los hacía de modo altruista y sólo para el bien de los demás» y «para que la gente no lo tomara como a un mago más, insistía en que no era él quien hacía los milagros, sino su Padre». O sea, lo más importante de los milagros no es saber si fueron realmente prodigios que incumplieron las leyes de la Naturaleza, sino verlos como actos de compasión de Jesús: Podía ayudar y ayudó. No curó a todos los enfermos de su tiempo. Ayudó a quien se encontraba, y es eso lo que parece querer enseñarnos.

«Su» revolución y la política

«Los poderes conservadores y dictatoriales han sido, sin duda, quienes más han usado y abusado de la figura de Jesús, para defender el orden, la propiedad, la familia y la Patria». A los dictadores «les han encantado y sigue encantándoles aparecer ante sus súbditos como devotos hijos de la Iglesia». Pero «Jesús no fue un hombre de orden, del sistema, conservador del status quo«. Fue «un inconformista, un hombre de ruptura del sistema organizado» que «clamó siempre contra el inmovilismo de su religión, contra la esclavitud del sábado, contra las leyes que oprimían al hombre, sobre todo a los más pobres, sobre la esclavitud económica de los sacrificios del Templo» y «soportaba mal el peso de un orden político y social que estaba sobre todo al servicio de los pudientes, dejando en la cuneta a los sin recursos».

«El gran error de la Iglesia fue el haber pasado de perseguida (…) a mimada. (…) La Iglesia había traicionado su vocación original de defensora de los parias y de los desvalidos. Fue precisamente el Concilio Vaticano II quien pidió perdón al mundo por esa traición de la Iglesia».

Jesús fue un auténtico «agitador de las conciencias»… ¿Hace eso la Iglesia hoy?. Arias afirma que «la religión –la de su tiempo y la de todos los tiempos– era, con su imagen de un dios vengador y justiciero, la que esclavizaba a los hombres y amarraba las conciencias, la que los atemorizaba y la que justificaba las clases sociales». Ante el Dios de Jesús «se explica así que su revolución (…) la entendieran mejor que nadie los esclavos, los pobres, los enfermos, los humillados. Mejor, sin duda, que los poderosos». Quizás hay que abandonar el poder y la riqueza para entender ese mensaje tan simple de Jesús (cfr. Mt 10, 17-25; Lc 10, 21 y 24) y si uno cree entender el mensaje sin despreciar el poder y las riquezas quizás, al menos, debería dudar de si realmente lo ha entendido bien. Tal vez con demasiada razón escribía Martín Descalzo que «todo poder humano es demoníaco».

Jesús «trataba de dar un revolcón a la mentalidad humana y a las relaciones entre las personas para crear un mundo más digno de ser vivido. Por eso su revolución exigía la liberación de todos los miedos»: «miedo a Dios», «esclavitudes» exteriores e interiores como las «falsas seguridades», «envidias», «violencia», «prisas inútiles»…

Tolstoi decía «No hagáis nada que sea contrario al amor». «Parece simple, pero ahí está la raíz de toda revolución duradera. La mayoría de las revoluciones, en efecto, empezando por la de la Iglesia Católica (…) han fracasado porque, en vez de poner el foco revolucionario sobre la recuperación de la dignidad humana pisoteada, acabaron al final pisoteándola ellas». Arias sentencia que «sólo el respeto profundo de la dignidad humana puede cambiar el mundo desde sus raíces».

Dichosos quienes «padecen persecución por la justicia» (Mt 5, 10)… que, según, Arias son «quienes desenmascaran a los poderosos que crean las situaciones de injusticia que oprimen a los más débiles».

La diferencia entre orden y paz «es la diferencia entre el dictador o el militar, que imponen un orden con el poder del que disponen, y el hombre sabio o el maestro espiritual o el profeta que sólo con su autoridad interior convence a las conciencias. (…) Jesús prefería el desorden que crea el inconformismo, la defensa de los derechos humanos a la injusticia«.

«Los nuevos teólogos afirman que la verdadera teología de Jesús era la de la reconciliación de los hombres con Dios y de los hombres con la naturaleza y con las cosas, como la que intentó Francisco de Asís», que «predicaba la pobreza total» y tuvo la osadía de «no querer ser ordenado sacerdote. Él respondía que tampoco Jesús lo había sido». Jesús «no ofrecía felicidad barata» sino que sabía que se alcanza una felicidad especial cuando se consigue el «desapego a muchas falsas seguridades». Jesús «fue duro sólo contra quienes despojaban a los hombres de sus pequeñas felicidades, contra quienes usaban a Dios para oprimirles con cargas insoportables e inútiles. Por eso fue «alérgico al dolor«, porque entendía que ya la vida conlleva suficiente carga de dolor inevitable, tan sólo intentando ser justos. Y por eso «predicaba la sencillez de vida, el desapego a las cosas, el saber vivir libres y confiados como los pájaros del cielo» (cfr. Mt 6, 25-34). Pero esto es «difícil porque supone una disposición del alma diferente; una mirada distinta hacia el prójimo y saber renunciar a muchas seguridades interiores a las que nos agarramos como el náufrago a la tabla de salvación», «despojarnos de la riqueza» (cfr. Mt 6, 24; Mt 19, 16-24), «no querer vivir por encima de tus posibilidades y menos a costa de la infelicidad de los otros»… porque «al final, la felicidad no consiste en poseer mucho, sino en no desear más de lo que eres capaz de saborear en paz y en armonía compartiéndolo con los demás».

El movimiento juvenil del 68 dejó una pintada en los muros de la Sorbona de París: «Sed razonables, pedid lo imposible» (cfr. Mc 11, 23-25). Pero «en la sociedad del orden y del conformismo se prefiere lo posible, lo obvio, lo que no crea problemas, más que los abismos de lo imposible».

Arias también afirma que Jesús «fue siempre un hombre alérgico al poder, (…) a todos los poderes: al político y al religioso. (…) Sabía muy bien que la sociedad sin leyes cae en el caos. Pero no comulgaba con un poder que usaba la ley para encadenar a sus súbditos. Nunca quiso interferir en los poderes políticos (…) [y] nunca fue tierno ni manso con los detentadores del poder. Siendo eso verdad, no cabe duda de que la Iglesia, con sus halagos a todos los poderes de la tierra, a lo largo de siglos, se ha ido quedando muy lejos del mensaje original, duro, claro, abiertamente a favor de los humillados, que perteneció a la esencia del mensaje original del profeta judío».

Es fácil ver que «lo poco que conocemos del personaje es suficiente para saber que en casi nada se parece a las imágenes y caricaturas que de él se hacen hoy en no pocas Iglesias que se inspiran en su mensaje. (…) Lo usa hasta la Iglesia Católica (…) para amordazar la libertad de expresión de los teólogos más comprometidos con el Jesús que anunció nuevos reinos de libertad y de misericordia».

«Precisamente los que no creen en él o lo ven sólo como a un profeta que criticó las injusticias del mundo suelen ser a veces quienes más lo respetan. (…) Es sintomático que Jesús, que aparecía en todo como un radical, apasionado, siempre en contraste con el orden constituido, defensor acérrimo de toda debilidad, haya acabado convirtiéndose, en sus Iglesias, en un elemento conservador, una llamada a la prudencia mundana, un amigo de poderosos y dictadores (…). Es curioso que Jesús, que fue lo menos diplomático que existió en la historia, que pedía que se dijera «sí o no», (…) haya acabado inspirando en la Iglesia la más sofisticada de las diplomacias, hasta el punto de que en la Escuela Diplomática Vaticana se enseña a los alumnos a no usar toda una lista de palabras en sus futuros documentos». Arias critica la ambigüedad que usan en muchas cuestiones.

Quizás una de las cuestiones más rompedoras de este libro de Arias es cuando afirma que «la interpretación más moderna de la resurrección es que Jesús, su persona y no sólo su mensaje, de alguna manera ha quedado presente y viva en la historia, y que de esa presencia se ha alimentado siempre el cristianismo, que nunca consideró a Jesús como un muerto.» Por otra parte, uno puede creer que resucitó, no creerlo o dudarlo, pero eso no invalida el resto de su mensaje de amor infinito.

«Jesús y el Poder Religioso» (2003)
Carlos Escudero Freire

Esta obra tiene algunos puntos en común con la anterior. Aquí, su autor sostiene que la «misión» de Jesús «no tuvo nada que ver con la de un Mesías ejerciendo el poder y el dominio y coronándose de gloria». Muchos judíos de su época esperaban un Mesías que liberara a su pueblo de la dominación de los romanos. Los celotas eran un grupo rebelde contra el poder romano y muchos vieron en Jesús uno de ellos. Incluso, puede ser que Judas Iscariote lo viera así y, al comprender que la liberación de la que Jesús hablaba no era la liberación de los romanos, entonces decidiera entregarle.

La misión de Jesús es una misión de entrega y servicio a los demás, muy alejada de todo tipo de poder. «La Iglesia jerárquica, por el contrario, lleva siglos establecida en estructuras de poder, y todavía no ha podido vencer esta tentación, que (…) la incapacita para ofrecer la imagen de Jesús nítida al mundo. A partir del Edicto de Milán -año 313-, Constantino el Grande concede plena libertad a la Iglesia. Ésta, a su vez, le presta todo su apoyo. De este modo, el Imperio y la Iglesia comienzan a caminar juntos de la mano. (…) Así se creyó en el deber de imponer el mensaje de Jesús utilizando toda clase de medios, con los que coaccionaba la libertad y decisión de las personas. Jesús nunca impuso su mensaje, sólo lo proponía. (…) En nuestros días, por desgracia, la situación es parecida. La Iglesia jerárquica pide una y otra vez perdón por sus errores en el pasado, pero no deja de cometer los mismos errores, ya que sigue viviendo en estructuras de poder y ejerciéndolo (…) y desde el poder es difícil interpretar correctamente el mensaje de Jesús y vivir según su dictamen. Por eso ha bloqueado los planteamientos más atrevidos y aperturistas del Concilio Vaticano II. Le causan horror las nuevas interpretaciones (…) porque atentan contra la doctrina tradicional y el magisterio de la Iglesia jerárquica

Ante esas nuevas interpretaciones que «tienen poco que ver, en puntos importantes, con la así llamada doctrina tradicional, (…) sigue utilizando la coacción abierta o la amenaza solapada. A los que detentan el poder sólo les interesa su verdad para permanecer en dicho poder.»

«En relación con los creyentes de a pie, lo más grave es que la Iglesia jerárquica no deja de ejercer su poder, y así grava indebidamente sus conciencias –piénsese en los temas de homosexualidad, anticonceptivos, toda clase de «pecados sexuales», etc.–, para tener a la gente sometida, ya que el poder no se puede ejercitar sin que haya súbditos sumisos». Y además, ejerce su poder e influencia para evitar leyes humanas de las que poco se preocupó Jesús.

Carlos Escudero también se queja de algo que también denunció el teólogo jesuita José Mª Castillo en su libro «La Iglesia que Quiso el Concilio» (2001), un pequeño libro que deberían leer todos los obispos: «las altas instancias de esa Jerarquía ejercen una presión considerable sobre muchos obispos y sacerdotes, que aspiran a conquistar altos cargos y a obtener rangos de mayor consideración, donde el prestigio y la dignidad brillan con luz propia. Esto es contrario al mensaje de Jesús, pero en una institución con diversos grados de poder es humanamente apetecible. Para subir y medrar en el escalafón de la jerarquía hay que aceptar las reglas de juego –normas, leyes y directrices– con total sumisión. (…) La situación actual es muy grave, porque la Iglesia jerárquica cada vez llega menos con su mensaje a las personas de hoy que le van dando la espalda». Como conclusión afirma sin tapujos que «el Evangelio y el poder son incompatibles«. Lo curioso es que nadie concibe a Jesús siendo Papa, ya que si Jesús criticó a los que ejercían el poder religioso en su época también lo haría hoy. Y, como dice este autor, esto «llega a crear gente fanática, más en sintonía con el Papa y con las estructuras jerárquicas de la Iglesia que con Jesús y su mensaje. Para muchas personas que carecen de convicciones propias y de espíritu crítico es más fácil y cómodo dejarse llevar por la enseñanza de la Jerarquía que asumir la propia responsabilidad de personas adultas».

La misión de Jesús

«Lucas 4, 18-19 pone la liberación histórico-social de los pobres y oprimidos como tarea primordial de la misión de Jesús». Los evangelios lo dejan muy claro en muchas ocasiones. Sin embargo, ni siquiera los Apóstoles llegaron a entenderlo y los propios evangelios muestran que «el ansia de poder y de acaparar los primeros puestos va a ser constante durante el tiempo en que los apóstoles vivieron con Jesús, porque esperaban que en algún momento se manifestara como Mesías, con el mesianismo nacionalista y violento que se respiraba en la mayoría de los sectores judíos. (…) Jesús les tendrá que recordar que él ha venido no para ser servido, sino para servir». Léase, un interesante pasaje en (Mt 20, 20-28), en el que hasta la madre de dos apóstoles le pide para sus hijos un buen puesto en su reino…

Escudero Freire deja claro que «el sufrimiento y la muerte violenta del Mesías no entra directamente en el plan de Dios, es la consecuencia lógica y evidente de que las clases dirigentes del pueblo de Israel –senadores, sumos sacerdotes y letrados– rechazan el mensaje y la actividad salvadora de Jesús.» Pero es que, hasta «en Nazaret encuentra la oposición violenta de sus paisanos, porque esperaban a un Mesías nacionalista y guerrero. El mesianismo de Jesús, por el contrario, es de carácter universal y sus armas serán, por una parte, su palabra profética, libre y eficaz y, por otra, su actividad a favor del hombre: liberarlo de cualquier tipo de marginación y esclavitud».

De hecho, este autor da a algunos de los milagros una interpretación curiosa que incita a pensar que, en realidad, tales milagros fueron ideados por el autor de los evangelios para expresar gráficamente tales hechos. Por ejemplo, dice que «en Cafarnaún se opone abiertamente a la doctrina oficial de los letrados, simbolizada por el demonio inmundo». También figura en los evangelios que curó a la suegra de Pedro de fiebre y que tras curarla comenzó a servirlos. Esto es interpretado aquí como que «libra a la casa de Simón de la fiebre nacionalista para que puedan iniciarse en el servicio a los demás.»

En todo caso, queda más que claro que «él no es el Mesías esperado y deseado, que ha de llegar con dominio y poder; (…) Dios reina sin doblegar ni someter, porque establece un reinado de fraterniadad e igualdad donde lo importante es el amor. Si el amor es auténtico, el servicio a los demás brota espontáneamente de él.» Una prueba más está en sus palabras: «Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos» (Mc 9, 35). En palabras de Escudero esto significa que «ha de ponerse voluntariamente el último, renunciando a cualquier tipo de rango, poder o distinción, para ser servidor de todos». Y, desde luego, no parece que, por ejemplo, el Papa renuncie a todo tipo de «distinciones» ya que es evidente que le gusta ser recibido con todo tipo de honores allí donde viaja. Y para ello elige ser políticamente correcto antes que políticamente molesto. Un ejemplo: Tras criticar Juan Pablo II la guerra de Irak (2003), visitó España y no se atrevió a nombrar dicha guerra aunque aún morían inocentes en Bagdad. Tampoco citó el problema de la inmigración de España, para evitar ser molesto ante un país cuyo presidente, José María Aznar, apoyó dicha guerra y medidas duras contra los inmigrantes. Todo eso, unido al desprecio por el medio ambiente, provocó que ese presidente perdiera las elecciones de 2004.

Este libro llega a decir que «Jesús ha venido para liberar al hombre de todo tipo de marginación, sobre todo la causada por el poder religioso», porque es fundamental «no utilizar la religión para oprimir, ni someter, ni esclavizar a nadie». Otra frase para reflexionar es en la que afirma que «las diferencias que existen entre personas, por su talento, cualidades y carismas, no justifican ejercer de jefes en el grupo ni imponerse como superior a los demás. Dichas cualidades hay que ponerlas, como él, al servicio de los otros».

Ante esto, hay que resaltar que el Código de Derecho Canónico «contiene las leyes y normas por las que se rige la Iglesia», y que «Gregorio VII en el siglo XI concentró el poder jerárquico en el Papa», y como dice el canon 333 «no cabe apelación ni recurso contra una sentencia o un decreto del romano pontífice». Entonces, «si Jesús no le dio a los apóstoles ningún tipo de poder, en el sentido de constituir una jerarquía y organizarse como tal, ¿cómo pudieron transmitir los apóstoles al Papa y a los obispos un poder que no tenían? El poder que se atribuye y ejerce el Papa (…) y el ejercido por parte de la Jerarquía eclesiástica (…) no provienen del Evangelio». Por desgracia se llega a afirmar que «se siguen cometiendo graves injusticias y atropellos contra personas que disienten y critican ese poder (…) sin que los acusados se puedan defender». Finalmente, sentencia que: «La ambición de poder y su ejercicio es lo más grave que le ha pasado a la Iglesia jerárquica, porque condiciona todo lo demás».

Este autor reclama, urgentemente, aplicar el evangelio: «¿por donde empezar? Empieza por los más cercanos a ti. Luego echa una ojeada a tu alrededor: infinidad de gente vive de manera infrahumana, sin cariño, sin alimentos ni medicinas». Además de recordarnos el «tercer mundo», también resalta el problema de los inmigrantes en los países desarrollados, donde sólo encuentran «rechazo, empezando por las leyes discriminatorias de los países que viven el neoliberalismo económico (…) en vez de darles la acogida que correspondería a otros seres humanos necesitados, les cierran sus puertas –ideológicas y materiales– a cal y canto». Léase el revelador texto de (Mt 25, 34-45). En esta trágica situación, «se echa de menos la voz profética de la alta Jerarquía de la Iglesia, que, ante la gravedad de la situación de escarnio, marginación y opresión de millones de inmigrantes, debería resonar con fuerza y sin descanso. (…) La experiencia que tenemos es que la alta Jerarquía de la Iglesia mantiene una relación de igualdad e intereses comunes con los jefes y altos dignatarios de las distintas naciones. Tampoco le es ajena la alta economía con sus reglas de juego, dados los recursos económicos que mueve y genera (…) El ya secular codo a codo con los «grandes de este mundo» tiene poco que ver con los valores esenciales del Evangelio de Jesús».

«La verdadera religiosidad consiste en amar al prójimo, prestándole ayuda concreta cuando la necesita, y no en la práctica rutinaria de ritos de culto, vacíos de contenido, y en la observancia escrupulosa de leyes humanas, a las que los letrados atribuían rango divino». Curiosamente, por criticar eso, «Jesús fue una persona subversiva» y «pone el listón muy alto». Pero la filosofía es simple: «actitud de servicio», que «tendrá que adaptarse según las necesidades concretas de las personas, así como del lugar y tiempo en que se vive».

San Agustín (doctor de la Iglesia latina, 354-430) decía que «Es la caridad la que distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo. Podrán todos signarse con el signo de la cruz de Cristo, responder todos «Amén», cantar todos «alleluia», hacerse bautizar todos, entrar en las iglesias, edificar basílicas: los hijos de Dios no se distinguen de los hijos del diablo más que por la caridad. (…) Si te falta esto, todo el resto no te sirve para nada; pero si te falta todo lo demás y no tienes más que esto, tú has cumplido la ley». Para decir eso se basa en el principal mandamiento de Jesús de Nazaret (Jn 13, 34-35).

En «La Iglesia que Quiso el Concilio«, José Mª Castillo decía que con demasiada frecuencia hay un «fanatismo fundamentalista» que «aglutina a gentes que buscan en la religión una paz que, de hecho, les libera del compromiso por transformar el mundo asombrosamente injusto en que vivimos». En Semana Santa, por ejemplo, muchas procesiones son un claro ejemplo de exhibicionismo impúdico de ese «fanatismo fundamentalista» que, bajo un barniz de religiosidad cristiana, demuestran no haber entendido nada del mensaje de ese Jesús de Nazaret, porque es más fácil adorar a Jesús que seguirle… Otra de las fiestas cristianas más celebradas es la Navidad y ahí tenemos otro ejemplo de despilfarro desmedido. En vez de apagar las luces en señal de austeridad, se encienden más bombillas que nunca, tanto en casa, como en las calles. Lo importante, parece ser, es derrochar optimismo y vatios de energía. Al menos, a esos tres Reyes Magos (que seguramente no existieron realmente, y que, en tal caso ni fueron tres, ni fueron reyes, ni fueron magos) podríamos pedirles que sólo traigan juguetes SIN PILAS, uno para cada niño del mundo y que ningún niño se lleve el de otro, que no nos traigan ropa o chismes que no necesitamos y que estos Reyes no despilfarren tanto por ciertos países y se vayan con su generosidad a donde más se les necesite.

Ante ese mundo «asombrosamente injusto», ¿qué podemos hacer?. José Luis Martín Descalzo, en su «Vida y Misterio de Jesús de Nazaret«, clasifica lo que se puede hacer en varias categorías: a) «Algunos reaccionan con actitud pasiva (…) Se reconocen impotentes ante las fuerzas del mal». b) «Otros se dejan caer en la angustia y el pesimismo (…) Se hunden en la desesperación». c) «Otros (…) se rebelan contra esta injusticia. Piensan que cambiando ciertas estructuras [políticas o sociales] habrán derrotado para siempre el dolor». d) «Algunos filósofos se dedican a investigar las razones metafísicas del dolor, aportan teorías, dan consuelos». Sin embargo, hay una quinta alternativa, que es la que adoptó Jesús: «descendió personalmente a la injusticia, la curó en lo que pudo». Parece que ayudó a quien se iba encontrando por su vida, sin pretender ayudar a todo el mundo y sin dejar de denunciar esas injusticias. ¿Acaso hay una forma mejor de actuar?

La primera bienaventuranza

La primera bienaventuranza (Mt 5, 3) es comúnmente evocada como «Bienaventurados los pobres de espíritu…», algo que es un poco críptico. En este libro se da un giro muy lógico y muy coherente con la filosofía de este Jesús de Nazaret: «Dichosos los que eligen ser pobres…». Resalta «la voluntariedad de ese estado de pobreza. El que elige ser pobre lo hace para no cometer injusticia, [porque] la riqueza causa todo tipo de opresión y explotación del hombre». Pero no confundamos el sentido: «optar por la pobreza no es optar por la miseria o la indigencia, impropias del reinado de Dios, ya que destruyen y humillan al hombre. Ese estado de postración es causado por los que optan por la riqueza. Los ricos son, en efecto, los que explotan al hombre, haciéndole perder su dignidad. (…) El que elige la riqueza, se sitúa en una espiral de ambición y violencia contra sus semejantes. Acapara y retiene sin medida, creando la desigualdad, el dominio y la explotación del hombre. Se elige, pues, ser pobre, y se comparten los bienes por solidaridad, creando así una sociedad más justa e igualitaria». Jesús critica abiertamente la riqueza: Véase el caso del joven rico que cumplía los mandamientos pero que fue incapaz de vender sus propiedades y seguir a Jesús, y que da pié a una de las citas más famosas pero menos practicadas entre los cristianos: «es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos» (Mt 19, 24).

«El discípulo de Jesús no puede contentarse con no cometer injusticia. Tiene que tratar de luchar contra ella». El hombre de la historia anterior era un «modelo para los judíos», porque «no había cometido injusticia, de hecho, por tener muchas posesiones, estaba implicado en la dinámica de una sociedad injusta y desigual, en la que abundaban los pobres y eran objeto de todo tipo de explotación. No le preocupaban los problemas de los demás, y por eso no contribuía a crear una sociedad nueva».

Además, ese hacerse pobre podemos descubrir que es también un hacerse respetuoso: Respetuoso con los demás, pero también con la Naturaleza, que tanto sufre con ese consumismo exacerbado, que todo lo acapara, todo lo mercantiliza, todo lo contamina, todo lo pone en venta aunque el precio sea caro para la Naturaleza que, sin abogados, tantas veces sufre en silencio o pegando gritos que no oyen orejas sin oídos. Tristemente, a veces sólo se considera válido el respeto si sacamos algo a cambio… y surgen términos como Desarrollo Sostenible que, encima, son pisoteados por los que les importa más la primera de esas dos palabras. Así, descubrimos que quizás la ecología puede ser una religión, pero, aunque no lo sea, sus mandamientos pasan también por el no acaparar que también denunciaba Paul Coelho en una de las historias de su «Maktub» (1994), y que tanto empeño puso Jesús en dejar claro… Jesús dijo (Lc 14, 33):

«Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes,
no puede ser mi discípulo»

El priscilianismo, movimiento ascético cristiano fundado por el obispo hispano Prisciliano (c. 340-385), también ensalzaba el valor de la pobreza frente a la acumulación de riquezas de la Iglesia, criticando también la oficialización sociopolítica de la Iglesia como institución. Prisciliano fue declarado hereje y fue ejecutado junto a algunos discípulos. Sus restos fueron trasladados a Galecia (actual Galicia) y se sospecha que fue enterrado en donde ahora se sospecha que están los restos del Apostol Santiago.

Por otra parte, constatamos que «cada vez hay más pobres, oprimidos y marginados en el mundo que nos ha tocado vivir» y ante la Jerarquía eclesiástica se plantea la siguiente pregunta: «¿Promueve normalmente el desarrollo del hombre (…) o (…) trata más bien de conseguir gente adicta e infantilizada?».

Ahora toca reflexionar hondo: «Jesús busca discípulos que sigan sus huellas. No quiere admiradores». Para ver admiradores, basta con ir a las procesiones de Semana Santa que escandalizarían al propio Jesús. Para los creyentes, este autor da un consejo: «El legalismo es insuficiente. La puerta para entrar en el Reino de Dios es la primera bienaventuranza». Para los no creyentes el final no es ese reino, sino un mundo mejor, más justo, lleno de vida o, por lo menos, no contribuir a lo contrario.

Martín Descalzo aclara que la pobreza no puede ser considerada como un mérito, como se muestra en la parábola de la fiesta de bodas (Mt 22, 1-14). Es evidente que lo importante ahí no es el hecho de vestirse elegantemente, cosa que Jesús critica abiertamente (cfr. Mc 12, 38-40). Los vagos, aunque sean pobres, no son bienaventurados. Y para combatir la pobreza hay una regla, que propone Jesús, radical y revolucionaria (Lc 6, 30):

«A cualquiera que te pida, dale»

También son numerosísimas las palabras de Jesús contra la codicia que, en esta sociedad, se ha pasado a llamar consumismo (Mt. 5, 38-42; Mt. 10, 9-10; Mt. 22, 39; Mt. 23, 27-28; Lc. 6, 37-38; Lc. 12, 15; Lc. 14, 33; Hch 20, 35). Y también nos deja esa parábola de los obreros de la viña contra el agravio comparativo (Mt 20, 1-16), y en la que se muestra la enorme distancia entre la justicia humana y la justicia de Jesús.

La parábola del Hijo Pródigo, la perla del Evangelio de Lucas (Lc 15, 11-32)

Es una parábola espléndida que debe leerse y releerse para sacarle el jugo poco a poco. Aunque suele prestarse más atención al hijo pródigo, el comportamiento del hijo mayor también resulta interesante y, por extraño que parezca, es peor que el del hijo menor. En palabras de este autor: «El hijo mayor, por su parte, que representa al Israel fiel a la Ley, nos desilusiona por su conducta mezquina para con su hermano y por la relación que mantiene con su padre, que dista mucho de ser la de un hijo». Efectivamente, ese hijo no debe estar junto a su padre más que por amor y si esto falla… ¿es el interés egoísta aceptable?. «Nunca ha desobedecido una orden suya. Lo que era máximo orgullo para los fariseos –el cumplimiento minucioso de la Ley y de todo precepto– es consecuencia de una relación equivocada con Dios.» Una relación de «amor» está «al margen de la Ley y de las normas». De hecho, ese hijo mayor «nunca se ha sentido hijo, sino siervo».

Ese odio que tiene el hijo mayor hacia su hermano es comparable a muchos otros que siente esta sociedad: «El no aceptar como hermanos a los que han caído muy bajo, llevando una vida depravada, o a los emigrantes por ser el desecho de nuestra sociedad hipócrita, nos coloca en la legalidad de Israel (…) [aunque] solemos tranquilizar nuestra conciencia con actos de culto vacíos, o por pertenecer a determinadas cofradías, o por ser asiduos y participar en procesiones y romerías, todo esto arroja un resultado que no deja lugar a dudas: no vivimos ni contribuimos a formar una sociedad en la que predominen los valores cristianos».

El amor a Dios se mide por nuestro amor al prójimo

«Los que creen que pueden amar directamente a Dios –con sus rezos, sacrificios, actos de culto, contemplaciones, éxtasis, etc.– sin haber contrastado este amor con el amor concreto a la gente de su entorno, teniendo en cuenta sus necesidades concretas, viven de espaldas a la realidad de Dios». Así, en la primera carta de Juan se dice: «Si uno posee bienes de este mundo, y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» (I Jn 3, 16-18). En esta línea hay otras citas bíblicas, como (Jn 13, 34-35), (I Jn 4, 20), la explicación del juicio final (Mt 25, 34-46) y la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-37), que «nos enseña también que hay que desechar el culto vacío, es decir, una religiosidad profusa en ritos, oraciones y fórmulas externas, pero falta de contenido, si uno se desentiende del amor concreto al prójimo en el día a día». Y no olvidemos que «los que cometen injusticia, las prostitutas y los paganos son hijos predilectos de Dios», como lo muestra la parábola del hijo pródigo.

Jesús rompe todo tipo de discriminación, también la religiosa. La parábola de la moneda perdida (Lc 15, 8-10) tiene una interpretación clara para Escudero: la mujer representa a Dios y si ello es así se pregunta: «¿por qué no va a poder representarlo dirigiendo también las diversas celebraciones de las comunidades cristianas?».

El último capítulo de este libro se dedica al «Espíritu de Dios» y es bastante teórico-teológico. Sin embargo, también ahí encontramos frases que deben meditarse: «Los problemas que nos acucian, apremian, atenazan y angustian son de tal magnitud y envergadura que parece imposible que los creyentes y hombres de buena voluntad podamos hacer nada para resolverlos. (…) Así nos sentimos impotentes ante la especulación financiera —«el orden económico mundial»— y las leyes de mercado que imponen unos pocos y que constituyen la globalización neoliberal. Son leyes económicas tan férreas e injustas que el resultado está siendo escalofriante y aterrador: una minoría está manejando el 80% de la riqueza mundial y viviendo descaradamente en la opulencia, dando así en rostro a la inmensa mayoría de la humanidad que vive sumergida en un estado de pobreza infrahumana. Para estos ricos inmisericordes, la gente del tercer mundo no cuenta para nada. (…) A estos «señores del dinero» no les interesan las personas del tercer mundo porque ¡no consumen lo que ellos producen, ni producen nada que ellos puedan consumir! Así, la dignidad de toda persona humana, propugnada por Jesús como parte central de su misión y mensaje, está siendo constantemente pisoteada y escarnecida. (…) Estamos viviendo bajo una férrea dictadura económica que lo planifica e invade todo y que condiciona nuestra existencia». También va una crítica para los medios de comunicación «manipulados por muy pocas agencias». Parece ser lo mismo a lo que se refería Eduardo Galeano cuando con su peculiar estilo decía que «la economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado». Escudero, además, denuncia que «las estructuras político-económicas de las consideradas «grandes naciones del primer mundo» –la mayoría de las cuales son de origen cristiano– están causando todo tipo de violencia en el resto del mundo: opresión, explotación y marginación; hambre, miseria y muerte.»

«La teología tradicional, que aún perdura en nuestro tiempo, desvirtúa aspectos fundamentales del Evangelio, y sigue gravando la conciencia de mucha gente, porque ha puesto más empeño en fomentar el desarrollo de una conciencia de esclavitud y sumisión, con el consiguiente temor e individualismo que esa conciencia conlleva, que en despertar en la gente la convicción de ser hijos de Dios».

Debe resaltarse en negrita el siguiente texto de Escudero: «La libertad es esencial al cristiano. No hay que preocuparse por la observancia de la Ley, ya que toda la Ley se encierra en el amor que todo lo puede. Los límites a la libertad sólo los marca el amor, que, si es auténtico, se convierte en solidaridad y actitud de servicio» (cfr. Gál 5, 16-18). «El que practica la Ley suele pensar: «no me equivoco y además tengo la conciencia tranquila». Pero por «esta tranquilidad» se paga un precio muy elevado: mantenerse en esclavitud y en un perpetuo infantilismo (…) Bajo la Ley nadie puede alcanzar su propia plenitud. El Espíritu (…) impulsa al creyente hasta límites insospechados. Al mismo tiempo le proporciona luz y fuerza para amar y mantenerse en el servicio a los hermanos. El discípulo de Jesús está así en un constante desarrollo personal, asumiendo, como adulto que es, los riesgos de su propia libertad. El amor no sólo nos da la libertad (…) sino que también simplifica la vida» (cfr. Rom 13, 8-10).

Escudero Freire rechaza a los líderes religiosos asumiendo y disfrutando de su libertad: «Los discípulos de Jesús ya no soportamos el yugo y la esclavitud a la que someten las leyes y preceptos religiosos y que, además de gravar nuestras conciencias, resultan inoperantes (…). Se trata, pues de una ley interior y vital que da origen al hombre nuevo y lo fortalece para llevar a cabo la misión que ya había iniciado Jesús».

Cristianismo y Judaísmo son incompatibles: La historia de S. Pedro

Cuenta Escudero cómo le costó a Pedro «desligarse del judaísmo y de sus leyes», porque «no es fácil cambiar de mentalidad en el tema religioso cuando hay convicciones arraigadas». La ley mosaica, con el tiempo, «desembocó en una conciencia clara de superioridad: Israel era el pueblo puro (…) [y] los demás pueblos, por el contrario, eran impuros». Sin embargo, Pedro va dándose cuenta de que el mensaje de Jesús es Universal (Hch 10, 28).

Por otra parte, a raíz de (Hch 4, 10-12) Escudero concluye que: «Esta claro que Pedro no se reconoce a sí mismo como piedra angular o como roca sobre la que se vayan a cimentar las diversas comunidades cristianas. Jesús es la única piedra angular. Por eso llama poderosamente la atención el montaje que ha hecho y mantenido durante siglos la Iglesia romana para poner a Pedro como piedra angular de la Iglesia y dueño y señor de las puertas del cielo«.

Como conclusión de esta obra podemos destacar que «su misión es revolucionaria y subversiva, tiene la oposición más enconada y acérrima de las clases dirigentes», porque parece molestar su «actividad liberadora» a gran escala. Parece que a pocos molesta que se den limosnas, pero a muchos molesta que se critique el sistema que crea injusticias. Para terminar, destacamos una pregunta del autor: «En tu actividad como creyente, ¿has experimentado el placer de ser realmente libre, prescindiendo con valentía de estructuras, leyes y normas de vida que normalmente atenazan y a veces pueden resultar asfixiantes, y que poco a poco podrían incluso esclavizarte?».

A modo de conclusión

Ken Wilber, en su libro «Gracia y coraje» distingue las religiones exotéricas de las esotéricas y dice textualmente: «La religión exotérica o externa es una religión mítica, una religión terriblemente concreta y literal, que cree, por ejemplo, que Moisés separó las aguas del mar Rojo, que Cristo nació de una virgen, que el mundo se creó en seis días… (…) Todas las religiones exotéricas se apoyan en ese tipo de creencias, (…) son un conjunto de sistemas de creencias que intentan explicar los misterios del mundo en términos míticos más que en términos de experiencia directa o de evidencia (…). Y si crees en todos esos mitos al pie de la letra, nos dicen, te salvarás, pero si los pones en tela de juicio, te irás al infierno. Ese modelo religioso, que se corresponde con lo que hoy llamamos fundamentalismo, está vigente en todos los rincones de la tierra. Yo no discuto tales creencias ni las dejo de discutir. No me interesa el debate. (…) La religión mística o esotérica (…) puede experimentarse y, por lo tanto, verificarse. Ese, y ningún otro, es el tipo de religión o espiritualidad que verdaderamente me interesa (…). Una religión no es esotérica o mística porque sea oculta, secreta o algo por el estilo, sino porque nace de la experiencia directa y de la conciencia personal. La religión esotérica no te pide que tengas fe en nada ni en que te sometas dócilmente a ningún dogma. (…) Las religiones exotéricas difieren enormemente entre sí, pero las esotéricas son prácticamente idénticas en todo el mundo».

En todo caso, y volviendo a Jesús, su mensaje de amor invalida cualquier imposición que se haga en su nombre. Los seguidores de Jesús no pueden imponer, sino proponer. No pueden amar el poder, sino el servir a los demás. No pueden sólo no hacer injusticias, sino luchar contra ellas. No pueden querer el poder, sino la humildad. No pueden ser ricos, sino hacerse pobres. No pueden odiar, sino amar (a lo grande). No pueden invertir en bolsa, sino en pobreza. No pueden poseer si no es para compartir. No pueden abusar, sino respetar, respetar todo (hombres, plantas, animales…). No pueden coleccionar o acaparar sino vivir austeramente. ¿Hay más bello desafío?. Y si alguna vez te preguntas qué haría o diría Jesús en algún tema, ama infinitamente y lo sabrás.

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