La TV pública española fomenta los toros y la caza. Por una @rtve del siglo XXI

El futuro de la caza deportiva es su prohibición en todos los territorios, para todas las especies.

El futuro de la caza deportiva es su prohibición en todos los territorios, para todas las especies.

Muchos españoles no lo creen. RTVE (Radio Televisión Española) mantiene con dinero público programas que fomentan el desprecio a la naturaleza y el maltrato animal.

Tendido cero es un programa creado exclusivamente para fomentar el mundo de la tauromaquia. Su objetivo es que torturar toros sea visto como algo bueno y natural; y no como un vestigio de la España bruta y cazurra. Los conflictos éticos de la tauromaquia son tan evidentes que insulta a la inteligencia el tener que explicarlos a quienes —con evidentes síntomas psicopáticos— no entienden más allá de un placer efímero o de unas ganancias pecuniarias por encima de cualquier sufrimiento.

Por otra parte, tenemos Jara y sedal, un programa y una revista que —también subvencionados con dinero público— tienen como objetivo manipular a sus espectadores para hablar solo de las supuestas bondades de la caza y de la pesca. No hay espíritu crítico ni objetividad. Por supuesto, usan la palabra biodiversidad evitando comentar que son precisamente la caza y la pesca dos de los mayores problemas históricos para la biodiversidad. La extinción de especies es, en gran parte, por culpa de estas actividades, tanto legales como ilegales. El gran Félix Rodríguez de la Fuente nos avisó de los daños de la caza con palabras muy claras, como solo él sabía hacer.

Prohibiendo la caza legal —como ya han hecho varios países— se consigue reducir también la caza ilegal, porque los únicos que practican la caza furtiva son, precisamente, cazadores con licencia legal.

El mundo de la caza también es manantial inagotable de escándalos por maltrato a todo tipo de fauna, salvaje y doméstica; voluntariamente o por supuesto error. Los perros de caza están entre los animales que peor trato reciben; que más se tirotean o ahorcan; y que más se abandonan. ¿Por qué los cazadores se opusieron a que la Ley de Bienestar animal incluyera a los perros de caza? ¿Qué interés tienen en que los perros de caza no estén protegidos ante el maltrato? Las respuestas son tan obvias como que, el que ama a los animales, no les hace sufrir.

El despilfarro en dinero público no es despreciable. RTVE gastó 2,2 millones en su programa de caza, a pesar de la constante caída de audiencia. El programa sobre toros se llevó el doble de dinero público en el mismo periodo. Y también su audiencia mengua año a año.

Pensemos que el dinero de los impuestos de los españolitos se ha dedicado a crear falsas noticias y a defender la caza del lobo. Ahora que el lobo está protegido en toda España se ve, de forma cristalina, que han dilapidado dinero público durante años para defender una postura contraria a la ciencia.

En España los animales son maltratados sin que haya una indignación masiva. Lo último que demuestra tan triste afirmación es la creación de granjas para pulpos, a pesar de los crueles métodos que emplean para la cría y el sacrificio de estos seres tan inteligentes y sensibles.

En el siglo XXI, un país con caza deportiva y toros demuestra claramente su brutalidad. Si además son actos subvencionados con dinero público se demuestra la estupidez, o bien, la talla moral de sus ciudadanos. Es algo vergonzoso para la mayoría de la ciudadanía española, pero entre todos lo permitimos. Puedes quejarte rellenando este formulario web y también el formulario para la Defensora de la Audiencia de RTVE. De paso, puedes también solicitar en otra petición que haya más recetas veganas en los programas de cocina (tipo MasterChef), algo necesario —por evidentes razones— en un contexto de gravísima crisis ecológica.

Estamos seguros que RTVE puede emplear mejor el dinero público y educar en cultura ética y biodiversidad científica; en vez de en charlatanería de alto presupuesto.

♦ Nota: Si falla el enlace del formulario de RTVE, intenta probar más adelante o buscarlo a partir de la web principal de RTVE Responde.

♦ Para defender a los animales:

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Suben las temperaturas; baja la esperanza

Un informe reciente de la AEMET afirma que España está en «sequía meteorológica de larga duración». Además, esta sequía nos regalará más calor y más incendios. Vienen temperaturas por encima de la media con primaveras y veranos asfixiantes. En España, el verano se come a la primavera: la llegada de los 30 grados se adelanta entre 20 y 40 días de media en 71 años. En otros artículos se expuso que España se encamina hacia un colapso hídrico y que la seguía tiene otras consecuencias muy graves: subida de precios, cortes de agua, crecimiento de la contaminación, mayores gastos sanitarios, riesgos para la biodiversidad y otros problemas aún peores (guerras, pandemias…).

En este panorama, ¿es buena idea ampliar o legalizar regadíos como quiere el PP? ¿O es mejor aplicar medidas que eviten ese colapso hídrico?

Más datos: el Observatorio de Sostenibilidad ha alertado que las temperaturas en las ciudades españoles han aumentado 1,31ºC de media en los últimos años. El estudio revisa las temperaturas de 59 ciudades españolas donde habitan 16,5 millones de personas. En todas se han producido incrementos notables de temperatura. Las ciudades donde más han aumentado las temperaturas han sido Córdoba con 1,99ºC de incremento, Linares con 1,98ºC y Cuenca con 1,88ºC. Las gráficas muestran claramente lo que todos sentimos: los veranos son cada vez más insoportables, especialmente en el sur de la península. Si seguimos sin tomar medidas contundentes, los españoles nos convertiremos masivamente en refugiados climáticos. La pregunta es: cuántos años faltan para eso.

Las soluciones son múltiples. El mayor problema es que estamos aplicando pocas medidas y que sabemos que no funcionan. Ejemplos:

La ciencia dice que hemos superado algunos límites del planeta y seguimos actuando como si no supiéramos que el colapso se acerca. Conforme pasa el tiempo baja la esperanza. Los científicos están hablando claro, pero no se les escucha: Fernando Valladares o Antonio Turiel son ejemplos de científicos incansables ante la sordera político-social.

Es cierto que muchas instituciones están promoviendo pequeños cambios (apagar luces, reducir la climatización…). En la mayoría de los casos, se hace por motivos económicos, no ecológicos. Evidentemente, conforme suba el precio de la energía se reducirá su consumo, pero si no lo hacemos de forma ordenada y voluntaria, llegaremos tarde. No deberíamos esperar a que las circunstancias nos obliguen.

Por ejemplo, como ciudadanos debemos dejar de volar en avión porque es un atentado ambiental, independientemente del precio de los billetes. Es posible que en pocos años nos preguntemos por qué la humanidad no actuó cuando pudo hacerlo. La respuesta es y será el egoísmo, la comodidad y el no entender bien el concepto de libertad.

Debemos tomar medidas radicales. Es mejor afrontar y planificar los cambios antes de que el colapso nos obligue de forma caótica. Habrá millones de desempleados y otros problemas… pero si lo hacemos bien no tiene por qué ser una debacle.

Fernando Prieto, del Observatorio de Sostenibilidad, señala que no se están tomando las medidas necesarias de adaptación”. Mientras la ciudadanía no se implique con el corazón y con sus votos, los gobiernos beneficiarán a las grandes empresas, y el precio del desastre lo pagarán principalmente los que vengan después.

♣ Lee algo más:

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Renovables sí, pero no de cualquier modo ni en cualquier lugar

Las empresas petroleras quieren frenar los parques eólicos. Se ha destapado —por ejemplo, gracias a Hope!— que estas empresas contratan a individuos que se hacen pasar por ecologistas para resaltar los daños ambientales de las renovables. Usan argumentos simplones, como que las renovables no son renovables ni sostenibles, olvidando que el petróleo es mucho menos renovable y sostenible. También hablan del fin del turismo o de la agricultura. Lo que es obvio, es que el despliegue masivo de renovables es tan necesario como conflictivo.

Como dice el científico Fernando Valladares, tenemos que instalar renovables masivamente y en tiempo récord, o el futuro será inevitablemente más caluroso y más gris. Además, Valladares tiene claro que las renovables se pueden instalar de forma adecuada y que son compatibles con mantener la biodiversidad y la agricultura (agrovoltaica). Todas las ventajas de las renovables pueden ser aprovechadas.

Pero Valladares añade que necesitamos otra cosa —y esta es aún más importante, aunque se hable poco o nada de ella—. Se trata de «un plan de disminución del consumo energético lo más ambicioso posible» (es decir, un plan para el decrecimiento, palabra que algunos no se atreven a pronunciar). La misma advertencia la dan otros científicos como Antonio Turiel. Para desacreditar a estos científicos, algunos los llaman catastrofistas, sin llegar a entender ni a debatir, los datos que exponen.

El decrecimiento debe ser voluntariamente programado. Si se hace mal, no funcionará. Por ejemplo, el efecto rebote (o paradoja de Jevons) suele jugar malas pasadas, porque si tenemos más energía disponible o ahorramos dinero, dedicaremos esos recursos a maximizar el consumo (o la comodidad) y no a reducir la degradación ambiental.

Siete requisitos para las renovables

Por tanto, para que la transición renovable tenga sentido es fundamental todo lo siguiente en la instalación de grandes centrales energéticas:

  1. Especificar concretamente qué centrales sucias se cerrarán cuando entren en funcionamiento las nuevas centrales renovables. Por supuesto, no hay que hacerlo una a una, sino en bloques, por potencia. Esto es esencial, porque en caso contrario, con la excusa de una transición renovable, estaremos alimentando más crecimiento económico.
  2. Dedicar más tiempo a debatir cómo y dónde reducir el consumo; que a promover las renovables. Sin embargo, en los medios y en la política apenas se nombra la palabra reducir.
  3. Hacer informes ambientales completos, claros, con transparencia, y escuchando a las partes interesadas: vecinos, ecologistas, naturalistas, empresas, ayuntamientos, etc. Esto es especialmente necesario en grandes proyectos. Se deben incluir requisitos obligatorios, tales como compensar los árboles que no se puedan trasplantar; o pintar las palas de los aerogeneradores, para reducir las colisiones con la fauna voladora.
  4. Los árboles son intocables. Independientemente de cualquier informe de evaluación ambiental, hay que proteger los árboles. Puede tener sentido perder un campo de lechugas para poner paneles solares, pero no un campo de olivos. Por muy barato que esté el aceite (es ironía), no debemos talar árboles —algunos centenarios— como está pasando. Los árboles, incluso aunque no se recogieran sus frutos, ya estarían haciendo su trabajo a favor nuestro: captura de carbono, biodiversidad… y otras muchas ventajas.
  5. Implicar a las ciudades. Particularmente, la energía solar debe invadir las ciudades. Hagamos lo que haga falta para conseguir esa inversión pública y privada.
  6. Imponer fuertes tasas a las energías sucias. Hay que recortar los enormes beneficios de las empresas que están destrozando y contaminando la biosfera.
  7. Conseguir que los beneficios reviertan en las comunidades locales. Esto puede hacerse invirtiendo los beneficios en el municipio que acoge la planta renovable, fomentando el empleo local y reduciendo el precio de la electricidad para sus vecinos.

Cuatro problemas de las renovables

Por tanto, nuestra defensa de las renovables no es una negación de los serios problemas que realmente existen y que podemos resumir en cuatro:

  1. Las renovables no pueden sustituir al petróleo en todos sus usos, al menos, no por ahora.
  2. Debido a su intermitencia, para aumentar su eficiencia es necesario almacenar energía, pero eso no es sencillo ni barato, casi nunca.
  3. Requieren procesos de minería, con el impacto ambiental asociado. Por ejemplo, el cemento se fabrica fundamentalmente gracias al petróleo, y se requieren elementos tan variados como cobre, teluro, cadmio, indio, germanio, galio, neodimio, cobalto, disprosio, samario, arsénico…
  4. Problemas específicos por malas decisiones: Aquí encontramos, por ejemplo, los daños al paisaje, al territorio, o a los árboles. También, por supuesto, las muertes de aves y murciélagos (por aerogeneradores mal instalados), o de poblaciones de peces (por presas mal pensadas).

Se ha hablado mucho de la muerte de aves y murciélagos por los aerogeneradores (véase el documental Quixotes). Es un problema real e imposible de evaluar con precisión. Sin ánimo de menospreciar el problema, es justo decir que hay causas aún más graves. Un reciente estudio analizó 97 especies de aves amenazadas. La mayoría de esas especies están amenazadas por varias causas a la vez. Estas causas son, por orden de importancia: la contaminación, la alteración de ecosistemas, la agroganadería intensiva, el cambio climático, la caza y la pesca, las especies invasoras, las molestias humanas (infraestructuras como trenes o para esquiar…) y —a continuación— las renovables y la minería.

Otro estudio —este de SEO/BirdLife— analizó las aves en general (no solo especies amenazadas) que llegan a los CRF (Centros de Recuperación de Fauna), y las conclusiones pueden sorprender. Las líneas eléctricas son la causa de muerte del 40% de las aves, por colisión o por electrocución. La captura ilegal de aves supera el 17%. La colisión por aerogeneradores es la causa de solo el 3.7%. Pero hay que tener en cuenta que son datos de los animales que llegan a los CRF. La mayoría de los animales que mueren no se contabilizan porque es imposible detectar todos esos fallecimientos. Los carroñeros hacen su trabajo eficientemente.

En conclusión

Tan absurdo es oponerse a las renovables, como instalarlas locamente sin considerar sus inconvenientes. Las energías renovables son necesarias, pero no son la solución perfecta. Si no emprendemos un decrecimiento ordenado, nos estamparemos contra un colapso dramático.

¿Quieres hacerte una idea de lo que significa un colapso distópico y su diferencia con respecto a un colapso utópico? Te recomendamos el relato Dos futuros posibles tras una pandemia.

♦ Más sobre renovables:

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Quemar rastrojos o leña es tóxico para la salud, además de muy contaminante

La palabra biomasa tiene tintes ecológicos (como empieza por bio…). Pero hay un lado oscuro. La biomasa es la materia orgánica creada directa o indirectamente por la fotosíntesis. Normalmente, la palabra se usa referida a «cosas» que pueden quemarse para obtener energía (calor, electricidad…). Es decir, se refiere principalmente a leña, pellets, rastrojos, residuos de la industria agroalimentaria o, en el peor caso, todo tipo de basura.

Un estudio reciente concluye que la quema de biomasa es peor para los humanos que el tráfico. Se ha detectado que en invierno hay pueblos que tienen una calidad del aire mucho más deficiente que ciudades como Madrid o Barcelona. El frío hace que se enciendan las chimeneas y los agricultores aprovechan para quemar rastrojos (y plásticos o envases de pesticidas, lo cual es peor aún). El viento lleva las partículas cancerígenas y la contaminación hasta tus pulmones. Los aerosoles son partículas suspendidas en el aire y, cuando se respiran, son una causa más del aumento de los cánceres (es otro peligro de las nuevas entidades).

Una de las pocas cosas buenas de la Ley de Residuos fue la prohibición de quemas agrícolas (el resto de la ley fue un completo desastre). Sin embargo, presiones de los agricultores e intereses políticos (del PDeCAT) forzaron a enmendar la ley en ese punto. En algunas zonas de España, las quemas agrícolas son un problema muy grave. Por ejemplo, en toda la Región de Murcia no cesan de denunciarlo Ecologistas en Acción y Esther Merino, portavoz de Stop Quemas, en su cuenta de Twitter. También, la Sociedad de Pediatría del Sureste ha alertado del riesgo para la salud que supone esta contaminación en Murcia.

Por tanto, si pasas tus inviernos junto a una chimenea que no tire bien, o en una localidad rodeada de agricultores incendiarios, no te extrañe que sufras un cáncer o problemas respiratorios.

Propuestas para resolver este problema…

De todos depende que estas medidas se lleven a efecto:

  1. Regular la quema de biomasa. Particularmente, las quemas agrícolas deben ser prohibidas totalmente, en todo el territorio, durante todo el año. Los agricultores deben aprender a compostar y a utilizar el compost en el suelo para mejorar su calidad y reducir el uso de abonos químicos, con el consiguiente ahorro económico. El compost de la basura orgánica también debe emplearse en la agricultura (es un objetivo del contenedor marrón).
  2. Subir la altura de las chimeneas. Esto haría que el humo saliera de las zonas habitadas de forma menos dañina para los pulmones.
  3. Reducir la cantidad de leña que se quema. De forma voluntaria se puede optar por quemar menos, para contaminar menos.
  4. Buscar sistemas de calefacción menos contaminantes que la quema de biomasa. Hay sistemas muy ecológicos, como es abrigarse, pero también hay sistemas basados en energía solar directa (sin electricidad) que pueden ser muy baratos y que pueden construirse fácilmente con material de deshecho.
  5. Aumentar el número de estaciones medidoras de la contaminación y publicar sus resultados. Esto es importante, aunque en muchos casos el conocer la contaminación no incentiva medidas para reducirla.
  6. Reducir la contaminación de los coches es también fundamental para mejorar la salud y la calidad del aire. Para esto, hay muchas medidas necesarias, como reducir la libertad del vehículo privado, pero también se deben prohibir los neumáticos más contaminantes. Recordemos que las partículas que emiten los neumáticos contaminan más que el humo del tubo de escape (y contaminan el suelo, el aire, el agua…).

Esperemos que —a partir de ahora— la palabra biomasa evoque otras realidades.

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Detalles que hablan de tu sensibilidad ambiental

Cada día escogemos miles de cosas. Constantemente, tenemos que elegir un producto u otro, ejecutar una acción u otra. Una nimia decisión puede desvelar mucho sobre ti, por ejemplo tu sensibilidad ecoanimalista. Hay millones de ejemplos. Lo pequeño es importante, porque si no somos capaces de hacer las cosas simples, será complicado hacer los cambios importantes que nuestra sociedad requiere.

Veamos una lista de acciones que para la mayoría de las personas son insignificantes y, sin embargo, para otras son simplemente elementales. Tal vez no salvarán al mundo, pero son importantes: para sentirse bien, y para sentir que estamos poniendo nuestro granito de arena en el lugar adecuado.

1. ¿Qué haces con los restos de infusiones o del café? Se deben compostar. Es decir, se deben tirar al contenedor marrón (si existe). Pero una acción más sostenible es compostar en casa, echándolo en nuestras macetas, o bien, en nuestro contenedor de compost casero (que es muy fácil de hacer). Es mejor usar infusiones a granel, en vez de «en bolsitas», pero si las usas, el papelito se puede reciclar en el contenedor azul. La cuerda, la grapa y la bolsita irían a la basura normal, la no compostable (o bien a un contenedor de fibras o de inflamables, si lo hubiera). No caigamos en el error de reciclar lo fácil y luego… viajar en avión (como hacen algunos).

2. ¿Enciendes la luz siempre que vas al servicio? Las personas de corazón verde saben que hay muchas ocasiones en las que no es necesario gastar luz, bien porque entra luz por la ventana, o bien porque es suficiente con la se cuele por la puerta. Reducir el consumo de energía pasa por ahorrar cada día en lo cotidiano, incluso aunque sepamos que los grandes contaminadores, o los ayuntamientos, no están haciendo su parte.

3. ¿Tiras de la cadena cada vez que haces un pis? Hay situaciones en las que es mejor no tirar y esperar a juntar varios pises. Entendemos que no sea un tema agradable de hablar con nuestros convivientes, pero entre todos podemos ahorrar mucha agua (además de energía y dinero). Por otra parte, si en un cubo recogemos agua gris (la de nuestras duchas), podremos usarla para el WC, evitando pagar por agua limpia. Aunque tu cisterna tenga dos modalidades, la descarga pequeña puede suponer tirar al inodoro varios litros de agua potable.

4. ¿Apagas el router al salir de casa? Si la casa se queda vacía varias horas, apagar aparatos como el del WIFI nos ahorrará unos pocos vatios hora de consumo. En realidad, debemos apagar completamente —o desenchufar si no tiene botón de apagado— todo lo que no estemos usando: TV, ordenador, el display del horno, luces (aunque sean LED y especialmente las exteriores)… Básicamente, se debe apagar o desenchufar todo menos el frigorífico y los relojes. El consumo fantasma (o de aparatos en stand by) es pequeño si no lo sumas. Pero sumando esos absurdos consumos de todos los europeos, necesitamos la producción eléctrica de una o dos centrales nucleares.

5. Seas o no vegano, ¿te sienta mal que en bares o restaurantes no tengan opciones veganas razonables? Los veganos y los flexitarianos pueden comer en cualquier restaurante, aunque sea una ensalada y algo de fruta, pero cuando uno come fuera, espera encontrar algo ligeramente especial. Hay multitud de opciones veganas que, sin duda, encantarán también a los carnívoros (dejando al margen a los más cuadriculados, por supuesto): hummus, falafel, hamburguesas veganas, brocheta de verduras, paella vegana, ensaladilla rusa (sin gambas, ni atún contaminado con mercurio, por favor), cremas de verduras, sopa de cebolla, croquetas veganas, potaje de múltiples variedades, cuscús vegetal, seitán con verduras… Y también es súperfácil meter postres veganos: mousse de chocolate, crepes, helados veganos, bizcochos… En bares y restaurantes sin opciones veganas sugerimos decírselo a quién nos atienda, para que se enteren de que hay demanda. Afortunadamente, cada vez hay menos sitios sin opciones veganas. Por ejemplo, las distintas leches vegetales están teniendo un éxito inmenso, y ya hay pocos bares que no las incluyan como opción para tu café (leche de almendras, de avena, de arroz, de melón… y, aunque es peor, también de soja). Antes de pasar al siguiente punto, te recomendamos leer el relato ecoanimalista titulado Un planeta de mierda.

6. ¿Tiendes a apagar cosas que no has encendido? Luces, aparatos de aire acondicionado, la televisión, pantallas de ordenador… Y no solo en casa, sino en el trabajo, en edificios públicos… Si pudiéramos, algunos apagaríamos también unas cuantas farolas de la calle.

7. ¿Sientes pena cuando ves a alguien (o a ti mismo) con botellas o vasos de usar y tirar? No se puede ir regañando a todo el que utilice objetos de usar y tirar. Y más si desconocemos sus circunstancias. Tampoco es posible evitar sentir lástima por un desastre que lo estamos provocando entre casi todos. Aunque seamos culpables, al menos deberíamos valorar nuestra parte. Incomprensiblemente, en películas recientes no es raro que los protagonistas beban en vasos de un solo uso. El cine educa, bien o mal. Por eso, te recomendamos estas películas ecoanimalistas (y por supuesto, nuestros relatos en esa línea). Sobre esto, tal vez te guste leer lo que ocurrió con el activista Amaru Aguilar.

8. ¿Te incomoda que se malgaste papel (en servilletas o de otra forma) cuando sería fácilmente evitable? Hay personas que pareciera que creen que el papel crece en los árboles. Ellos hacen la celulosa, pero la industria papelera necesita matar millones de árboles y contaminar el agua… Hemos perdido la costumbre de usar servilletas de tela. Si aún nos resistimos a volver a ese pasado, podemos partir las servilletas por la mitad. Por supuesto, los «rollos de cocina» o las «toallitas húmedas» son peor. Al menos, si vamos a usar papel, hagamos un esfuerzo por reducir su uso. A veces, un trocito es suficiente. Y ya… ya sé que las innumerables compras por internet provocan el consumo de millones de cajas de cartón de usar y tirar. ¿Cuántos árboles se talan para esas cajas?

Otra forma de malgastar papel es en los azucarillos de los bares. A veces, también se despilfarra sal y aceite con el usar y tirar.

9. ¿Te compadeces de los animales si piensas que están sufriendo? Pueden ser animales libres, heridos o pasando frío, como gorriones, palomas, ciervos, zorzales… pero también domésticos, como los maltratos en la ganadería, o a perros. Respecto a los animales salvajes, no está claro si debemos o no ayudarles, pues depende bastante de las circunstancias. Incomprensiblemente, el maltrato a caballos está tan normalizado que muy pocas personas reconocen que subirse encima o hacerles trabajar es maltrato (aunque lo acaricies amistosamente de vez en cuando). Algunos se ofenden cuando se lo dices, pero no dedican tiempo a investigar los datos que hay sobre este maltrato. ¿Es culpa de los caballos por ser tan dóciles? Algunos jinetes han abandonado la hípica cuando han sido conscientes del maltrato que hay oculto. Hay deportes crueles, y deberían ser abandonados o modificados. Si a esta pregunta has contestado «sí» de forma inmediata, te recomendamos leer los relatos de Refugiada y La huida.

10. ¿Lamentas ver tapones tirados por el suelo, en la papelera o incluso en un contenedor para reciclar? Los tapones y tapaderas de plástico suelen ser de un material especialmente valioso. Por eso, lo ideal es recopilarlos aparte y entregarlos para que el dinero de su reciclaje ayude en actos benéficos.

11. ¿Intentas sacar vivos los bichos que entran en tu casa? Si tu casa no tiene bichos, tal vez es porque es un lugar tóxico para vivir. Si usas insecticidas, deja de usarlos aunque sea por tu propia salud. Hay formas sencillas de sacar de nuestra casa los insectos o arácnidos que se cuelan por error. Si te parece importante salvar cada vida, te gustará leer el relato titulado Empatía y también De la nada al todo.

Si te has identificado con bastantes de los puntos anteriores, no te pierdas tu relato El ecologista pesado.

Un amigo me contó que cuando va andando o en bici, intenta no pisar las líneas de pintura en el pavimento (pasos de cebra…). «Si desgastamos menos la pintura, habrá que pintar menos», me dijo. Cuando algo no cuesta mucho esfuerzo, pocas excusas hay para no hacerlo. Como se ha dicho… si no hacemos ni lo fácil, ¿cómo vamos a hacer lo demás?

No espero que nos comprenda todo el mundo, pero sí que nos respeten y que intenten reflexionar sobre las motivaciones últimas de pequeñas acciones como estas.

Cuéntanos, por favor, tus pequeñas manías en favor del medioambiente y de la fauna.

♥ Más cositas que te gustará hacer:

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Ríos con torniquetes eternos: ¡ABAJO LAS PRESAS INÚTILES!

¿Qué pasaría si a tu pierna se le aplicara un torniquete durante mucho tiempo?

En pleno siglo XXI, algunos siguen pensando que el agua de los ríos se tira al mar. Luego, cuando no hay pesca, culpan a los cormoranes (y los masacran sin piedad). Para ellos, la falta de peces no es por culpa de la sobrepesca, ni de los miles de pantanos que bloquean los nutrientes que los ríos deberían llevar al mar.

Una presa es algo más que agua retenida. Es una barrera de cemento que quiebra un río, inunda la parte superior y deseca la parte inferior. Peor aún son los trasvases que roban agua de un río para llevarla a otro, generando graves problemas ambientales.

No es raro que las presas y los trasvases ocasionen que se incumpla el caudal ecológico. Es decir, que el río no alcance la cantidad de agua mínima para sobrevivir. En ocasiones el caudal ecológico se pone en función del agua que demande el regadío, y no de lo que diga la ciencia. No solo se impide a los peces que se muevan libremente, sino que estas infraestructuras afectan a multitud de especies de todo tipo. Al haber menos peces, también decaen especies que se alimentan de ellos, como aves o mamíferos.

La asociación europea Dam Removal Europe trabaja para restaurar ríos y eliminar las presas obsoletas que existen. El objetivo es eliminar barreras para que los ríos vuelva a estar libres y llenos de peces. Según esta asociación, Europa tiene miles de presas y azudes que no se están usando para nada y que están impidiendo que la naturaleza se desarrolle de forma libre. Muchas de ellas ya han sido eliminadas (239 en 2021).

El objetivo no es eliminar todas las presas. Hay presas que tienen gran utilidad para, por ejemplo, controlar riadas, generación hidroeléctrica, o bien, el suministro de agua a ciudades, agricultura o industria.

¿Por qué eliminar algunas presas?

  1. Cualquier presa, grande o pequeña, daña el ecosistema fluvial en su conjunto y en su desembocadura. Las inundaciones que tanto molestan a muchos humanos son, en realidad, mecanismos para fertilizar las vegas. Las presas reducen los sedimentos y los nutrientes aguas abajo, los cuales se acumulan detrás de la presa, causando otros problemas. Por eso, cada presa que se construye afecta a la pesca y a las playas del área de su desembocadura. Véanse los casos de la presa de Asuán en Egipto (reducción de pesca, salinización de acuíferos, extensión de nuevos parásitos…) o de las presas que afectan al delta del Ebro en España (pérdida de playas, erosión costera, salinización de campos de cultivo…).
  2. Las presas han causado la extinción de muchas especies o su estado de amenaza. Estas infraestructuras fragmentan los ríos y bloquean el movimiento de peces y otros animales, especialmente moluscos e insectos acuáticos.
  3. Las presas dañan la calidad del agua, tanto por encima como por debajo de la estructura, por ejemplo, respecto a la temperatura del agua, oxígeno disuelto, turbidez y salinidad.
  4. Las presas a menudo destruyen un hábitat de desove de peces (lugares donde hay una fuerte pendiente y un agua bien oxigenada).
  5. Algunas presas superan su esperanza de vida. Una presa suele tener una duración garantizada de unos 50 años, lo cual depende de la calidad en la construcción y de su mantenimiento. Superado ese plazo, se debe analizar el estado con precisión para evitar accidentes. Mantener las presas es, a veces, más caro que eliminarlas.
  6. La ciudadanía aprecia cada vez más sus ríos. Millones de personas pescan, nadan, reman o simplemente disfrutan caminando. Por eso, la renaturalización de ríos está teniendo gran éxito, especialmente a su paso por las ciudades. Los ríos, que antes eran vistos como alcantarillas, o lugares feos que había que ocultar, ahora son apreciados como ecosistemas valiosos, donde la gente disfruta y convive con fauna y flora, mejorando la calidad de vida y la economía (por ejemplo, mejora la salud, revitaliza barrios y aumenta los precios de las viviendas).
  7. Las presas pequeñas hacen un gran daño, sin aportar apenas beneficios. Hay más presas pequeñas que grandes, y los daños ambientales son los mismos, aunque sean a menor escala. Además, muchas presas no se están usando para su propósito original. Destruirlas es barato y permitiría la recuperación del río en pocos años.

Un caso espectacular

Una presa estuvo bloqueando el río Kennebec, en Maine (EE.UU.), durante más de 150 años. A partir de la destrucción de dicha presa, el río necesitó solo 6 años para pasar de cero arenques a seis millones en aguas por encima de la presa.

En América, la degradación ambiental es relativamente reciente. Tenemos datos que prueban que los colonos europeos quedaron absortos ante la exuberante naturaleza que encontraron. Los ríos estaban tan llenos de peces que los capturaban con cubos y palas; y los usaban para fertilizar el campo. Todo eso se ha perdido. Y nadie lo echa de menos, porque la degradación ha ido pagándose con un falso progreso y con una pérdida de memoria.

La web de Dam Removal Europe tiene documentación sobre cómo organizarse para derribar una presa; y ofrece asesoramiento por parte de expertos. Si conoces alguna presa o azud que sería mejor derribar, contacta con ellos y con algún grupo ecologista local.

♦ Información extra sobre ríos y agua:

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Dos grandes errores de la humanidad (el segundo aún podemos remediarlo)

Todos los seres humanos creen ser inteligentes. No hay duda de que nuestra especie muestra signos de cierta inteligencia, pero hay también que reconocer que tenemos suficientes datos sobre la inteligencia en otros animales, y algunos los niegan (al menos con sus acciones). Por otra parte, está ampliamente aceptado que los humanos cometemos errores, aunque a algunos les cueste reconocer los suyos, y mucho más pedir perdón, como si ello fuera algo humillante cuando, en realidad, es justo lo contrario.

No solo cometemos errores a nivel individual. Los mayores errores, como los mayores aciertos, los cometemos colaborando entre nosotros, a nivel colectivo. Hay errores que serían imposibles sin el desatino testarudo, aceptado y colectivo de miles de humanos (en el PP, bien debieran saberlo). Por ejemplo, las guerras (como la de Putin o la de Hitler), o los ecocidios (como el del Mar Menor o el de Doñana) son buena prueba de esto.

El error de la agricultura

Resumen del libro "Sapiens", muy recomendable. Haz click para leerlo.Yuval Noah Harari explica muy bien en su Sapiens que aunque la agricultura ofrecía ventajas a los primeros agricultores, los inconvenientes eran mayores para los individuos. La ventaja principal fue para la especie humana, que comenzó a multiplicarse exponencialmente. Y aclara: «Esta es la esencia de la revolución agrícola: la capacidad de mantener más gente viva en peores condiciones». Los agricultores vivían cada vez peor, pero «nadie se daba cuenta de lo que ocurría. Cada generación continuó viviendo como la generación anterior, haciendo solo pequeñas mejoras» que pretendían hacer la vida más fácil, pero la suma de todas esas mejoras empeoraban la calidad de vida individual.

No fue el ser humano el que domesticó a las plantas, sino a la inversa. Por ejemplo, durante generaciones, hombres y mujeres han trabajado duro para cuidar del trigo, incluso enfermando para ello. «Los [antiguos] cazadores-recolectores se basaban en decenas de especies para sobrevivir, y por lo tanto podían resistir los años difíciles incluso sin almacenes de comida». Harari concluye que tras varias generaciones «nadie recordaba que habían vivido de forma diferente» y el tamaño de la población impediría volver atrás.

El error del petróleo

No queremos aquí negar las grandes ventajas que ha tenido la agricultura y el petróleo, sino destacar que tenemos que ser conscientes de que la humanidad va por un camino equivocado y que si somos inteligentes deberíamos girar el rumbo.

La industrialización de la agricultura permitió dedicar menos esfuerzo físico a alimentarnos, pero hemos creado sociedades que, por una parte, dependen del petróleo para comer y, por otra, están generando problemas ambientales que nos acercan a multitud de desastres (pandemias, hambrunas, enfermedades por pesticidas, guerras…).

Nuestra dependencia de los fertilizantes será un factor clave en la grave crisis que viene, aunque algunos echarán la culpa al gobierno de turno. No faltará quién proponga fertilizar los campos con el estiércol de las macrogranjas y así resolver de paso el problema de su contaminación. El problema es que hacer eso requiere quemar más combustibles fósiles y, precisamente, es eso lo que no podemos permitirnos.

Las macrogranjas están condenadas a morir (matando, sin parar). En todo su proceso hay insostenibilidad concentrada. Vamos a resumirlo:

  • Las macrogranjas requieren grandes cantidades de agua y petróleo para funcionar y para producir los alimentos que come el ganado. Se usan combustibles para mantener la granja, para transportar la comida y los animales al matadero, para transportar la carne y sus derivados hasta los consumidores, etc.
  • Los animales comen ingentes toneladas de comida, por lo que es imposible satisfacer la demanda con producción local. Así, utilizan, por ejemplo, soja de otro continente, lo cual requiere aún más combustible y espacio.
  • Fertilizar los campos con el estiércol no es tan simple. Lo más cómodo y barato es tirar los purines cerca de la granja, lo más escondido posible. Luego, los acuíferos se contaminan y todos sabemos por qué.

Toda la cadena de producción cárnica es un enorme motor de combustión de energía fósil. La carne de ganadería extensiva, o incluso con algún sello de carne ecológica, no es mucho mejor.

Si queremos que la alimentación humana reduzca las emisiones contaminantes, lo primero (por ser lo más simple) es reducir drásticamente el consumo de carne, de pescado (al menos de los arrastreros), de huevos y de lácteos. Podríamos empezar por dejar de subvencionar a esas empresas y por dejar de pagar anuncios que fomentan el consumo de alimentos de origen animal. De hecho, como algo general, la publicidad de productos insostenibles debería estar prohibida: coches, carnes, joyas, viajes en avión… y también, por supuesto, la publicidad para consumir lácteos, como los de supuestas fundaciones de falsos nutricionistas. En Chile han puesto coto a la publicidad de productos insanos y ello ha tenido consecuencias muy positivas.

Con todos estos datos, algunos se agarran a los grandes logros de la humanidad, que no son pocos. Por ejemplo, aumentar la esperanza de vida, poder vivir y trabajar a decenas de kilómetros de distancia, o poder comer uvas cuando no es el tiempo de las uvas. Como decía magistralmente Harari: «podemos felicitarnos por los logros sin precedentes de los sapiens modernos únicamente si ignoramos por completo la suerte de todos los demás animales». Gran parte de la riqueza material se ha construido —o se está consiguiendo— a base del maltrato sistemático de animales (laboratorios, granjas, zoos, circos, acuarios, caza…) y de la explotación sistemática de la Naturaleza, de forma absolutamente egoísta por parte de los más ricos del planeta. No es descabellado decir que será la desigualdad social (la pobreza y la riqueza extremas) lo que hará arder las calles (y el planeta). Aún estamos a tiempo.

La conclusión es evidente: hay que dejar de quemar gasolina en los sectores absurdos (a eso se llama decrecimiento). Aprovechemos el petróleo que aún es barato, para una transición justa e inteligente.

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Vamos a plantar árboles. ¿O es mejor renaturalizar?

En 2019, Turquía ganó el récord Guiness de plantación de árboles en una hora. Se plantaron 300.000 árboles en la provincia central de Çorum. Estudios posteriores indicaron que al menos el 90% de los árboles murieron en menos de dos meses. Algo peor ocurrió en 2012 con otro récord Guiness, esta vez en la isla filipina de Lunzon. Allí, no sobrevivió ni el 2% de los árboles.

Por todo el mundo, las campañas para reforestación suelen ser fracasos de los que nadie habla y nadie pregunta. Los que plantan árboles no quieren saber cómo evolucionan sus plantones, y los que lo organizan, a veces, tampoco. Los motivos de este despropósito son variados, pero fáciles de entender. Es frecuente que se escojan para reforestar zonas erróneas o especies inapropiadas, a veces incluso una única especie (contrario a la biodiversidad). También es habitual plantar sin la más mínima formación y no regar los arbolitos ni con un poco de agua en sus primeros veranos de vida.

Estos fracasos son consecuencia de la motivación que hay detrás de muchas reforestaciones. Los árboles no se plantan por una natural y comprensible preocupación ambiental, sino por quedar bien (lavado verde o greenwashing). Los organizadores suelen buscar más el titular con la foto, que realmente reverdecer un monte. Por eso, no se preocupan de escoger especies adecuadas ni un área digna de ser reforestada. Mucho menos se preocupan por regar y hacer un seguimiento posterior. La población también colabora en eso, porque es más fácil conseguir voluntarios para plantar árboles un día, que para regarlos varias veces durante dos o tres veranos.

En muchos casos, estos bosques fantasma se certifican y pueden venderse como carbono capturado. Si nadie mira si los árboles sobreviven, imaginad quién va a contabilizar el carbono que hayan capturado. Estos créditos de carbono pueden venderse a industrias contaminantes para que sus informes queden más verdes. Da igual si los árboles se secan o si ocurre algo aún más grave.

En julio de 2022, una máquina provocó un incendio forestal en Ateca (Zaragoza). El operario estaba trabajando a las cuatro de la tarde con un calor espantoso. Una chispa provocó el desastre: 14.000 hectáreas calcinadas. Este drama ecológico y humano tuvo dos culpables: la insensatez del gobierno de Aragón, que no prohibió ese tipo de riesgos, y una empresa que lo asumió a pesar de ser la segunda vez en poco tiempo que ocasionaba un incendio. La empresa era Land Life y estaba —atención— preparando el terreno para plantar árboles. Land Life es una empresa que planta árboles como negocio para que las multinacionales puedan compensar sus emisiones. El incendio no solo anuló las emisiones compensadas, sino que las incrementó con creces. A pesar de eso, sospechamos que las empresas han seguido compensando su contaminación. En cuanto pagas, recibes tu certificado y lo que pase después a (casi) nadie le importa.

A veces las tasas de éxito de las reforestaciones son superiores, especialmente si se hacen siguiendo unas sencillas pautas. No obstante, cada vez son más los expertos que recomiendan que los árboles se planten por quien mejor sabe hacerlo: la naturaleza.

Lo más barato y ecológico es proteger un territorio de la acción humana y dejar que sea la naturaleza la que se encargue de su gestión. Es lo que se llama renaturalización o rewilding. Esta forma de proceder tiene también sus conflictos éticos propios, así como distintas formas de ser aplicada. Aunque la idea es que el humano intervenga lo menos posible, sí se aconseja que se eliminen las barreras para la fauna: alambradas, muros, presas, etc. Y también que se hagan pasos para fauna (puentes o túneles) en las carreteras cercanas, para facilitar la movilidad de los animales no voladores.

Si entendemos que el ser humano es, para la naturaleza, más un estorbo que una ayuda, entenderemos la necesidad urgente de retirarnos y de proteger tierra y mar de nosotros mismos.

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Lo que no ves por el retrovisor: cuatro desgracias de los vehículos a motor

Los neumáticos es una fuente de contaminación mucho más grave que los humos de los coches: microplásticos y productos tóxicos son liberados por toneladas, al aire, a la tierra y al mar.

El coche privado es una máquina de generar desgracias. Producen multitud de traumatismos y muertes por accidentes, además de enfermedades y muertes por su contaminación (atmosférica, acústica, hídrica o turística, entre otras).

Los destrozos ambientales por los automóviles son ingentes. A la minería de sus productos, hay que sumar el desgaste de los neumáticos y la muerte de orangutanes. En todo esto, el coche eléctrico solo elimina una parte de los gases de combustión que, en muchos casos, simplemente se trasladan de lugar. Las baterías de litio tienen un elevado coste ambiental.

Examinemos los daños que producen los automóviles, en cuatro aspectos clave, de los que los dos primeros son más conocidos que el resto.

1. La minería para los automóviles destruye la naturaleza

Una batería para un coche eléctrico necesita litio, cobalto, níquel, grafito, cobre, acero, aluminio y plástico. Para ello, se requiere extraer y procesar 500 veces su peso en materiales. O sea, una batería de 500 kilos, requiere remover y alterar de la naturaleza 250 toneladas de tierras (y podrían ser bastante más, dependiendo del tipo de minas; y eso sin incluir los productos químicos empleados para procesar los minerales). Aparte de las baterías, el resto del coche necesita acero, aluminio, magnesio, termoplásticos, cuero, fibra de vidrio y de carbono, hierro, etc. El peso medio de un coche ronda los 1.400 kilos (y solo sirve para mover los pocos kilos de entre 1 y 5 seres humanos).

“Fabricar un coche eléctrico produce las mismas emisiones de CO2 que fabricar dos coches de combustible”, dice Laurentino Gutiérrez. Es decir, hasta que el coche eléctrico no ha recorrido entre 30.000 y 40.000 kilómetros, no empieza a ser más ecológico que un vehículo de combustión.

A toda la devastación ocasionada por las minas hay que sumar la contaminación por las ingentes cantidades de energía necesaria para procesar el material. Por todo el planeta crecen las zonas de sacrificio, zonas asesinadas en nombre del progreso (como denunció Klein en su libro En llamas). Pero hablemos claro, un coche es «asequible» porque no estamos pagando los costes ambientales, y lo vemos «razonable» porque miramos para otro lado cuando nos dicen lo que conlleva.

2. Gases tóxicos que salen por el tubo

El tubo de escape de un coche es una fuente terrible de contaminación que depende, entre otras cosas, del tipo de combustible. El CO2 y los NOx (óxidos de nitrógeno) son los más famosos, por sus consecuencias en el calentamiento global y en la salud humana. No obstante, hay muchos otros contaminantes, como óxido de carbono (CO), benzopirenos, azufre y sus óxidos (responsables de la lluvia ácida), carbono negro, hollín, hidrocarburos no quemados (HC), anhídrido sulfuroso, así como otras partículas finas, conocidas como PM2,5 y PM10. Los benzopirenos son partículas consideradas como muy cancerígenas y forman nubes tóxicas en las ciudades. El ozono es otro contaminante poco conocido, aunque suframos sus mortíferos efectos.

Algunas partículas, como las de carbono negro, son tan pequeñas que pueden penetrar hasta lo más profundo de los pulmones. De ahí, pasan al torrente sanguíneo, al corazón y al cerebro, originando respuestas inflamatorias y otros efectos sobre la salud no muy bien conocidos. El cáncer es solo una de las consecuencias posibles.

Los gases contaminantes causan un tercio de las muertes por accidentes cerebrovascularesenfermedades respiratorias crónicas y cáncer de pulmón; así como de una cuarta parte de los decesos producidos por ataques cardíacos. Se ha estudiado que la exposición a la contaminación del aire pone a los adolescentes en riesgo de enfermedades del corazón.

Hay que decir que los motores de combustión no son las únicas fuentes de estos contaminantes del aire. Industrias (como las cementeras), chimeneas domésticas de leña, y las quemas agrícolas son la causa de que haya zonas muy contaminadas, alejadas de las grandes ciudades o de las zonas de tráfico denso.

3. Los neumáticos contaminan casi 2.000 veces más que los tubos de escape

Esta conclusión es disruptiva, porque saca del foco la contaminación del tubo de escape. Al rodar, los neumáticos desprenden sustancias tóxicas peligrosas, cancerígenas y para las cuales no existe una regulación legal. Las minúsculas partículas por debajo de 23 nm son difíciles de medir y actualmente no están reguladas ni en la UE ni en Estados Unidos. Son partículas tan finas que vuelan y son respiradas. No son solo partículas, sino que también hay compuestos químicos cancerígenos, como los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP).

Cuanto más pesa el coche, más desgasta sus neumáticos y más partículas emite. Los coches eléctricos no emiten gases en las ciudades, pero a cambio, pesan más, por las baterías, por lo que sus emisiones por los neumáticos son superiores. También influye la forma de conducir. Un tipo de conducción agresivo (con acelerones y altas velocidades) emite casi el triple de este tipo de partículas. A ellas hay que sumar las del tubo de escape o la de las chimeneas de las centrales eléctricas.

Estas partículas que sueltan los neumáticos son parte de los microplásticos que contaminan los océanos. Uno de los compuestos de los neumáticos está relacionado con la muerte de salmones en EE.UU. Tengamos en cuenta que los neumáticos tienen multitud de compuestos: pigmentos, aceites, resinas, metales pesados (cadmio y plomo), ftalatos, benzotiazoles, bisfenoles, etc. Los expertos dicen que se podría reducir mucha contaminación eliminando los neumáticos más tóxicos.

4. El efecto secundario de reciclar neumáticos

Es bien sabido por los ecologistas de verdad que el reciclaje no suele ser ecológico. Para que lo sea, primero hay que reducir y reutilizar, lo cual no suele hacerse. Y segundo, porque el proceso mismo de reciclaje es tan complejo que no es rentable hacerlo bien. Por eso, el reciclaje suele usarse más como greenwashing que como técnica de economía circular. Los neumáticos son un buen ejemplo de todo esto.

Las ruedas gastadas se han empleado en el suelo de parques infantiles, en campos de césped artificial y también para hacer carreteras. Los científicos han descubierto que los gránulos de caucho son una fuente de contaminación en el mar y que esto afecta a las especies marinas. Además, sus consecuencias son a muy largo plazo, porque esas partículas se van degradando lentamente. Algunas son tan finas que se las lleva el aire y acaban cayendo hasta en las zonas polares.

Hay tantos neumáticos que no hay capacidad para reciclarlos. Por tanto, muchos se almacenan en vertederos (legales o no), algunos de los cuales acaban ardiendo de forma incontrolada y otras veces acaban como combustible de industrias tan contaminantes como las cementeras.

En 2017, la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) estimó que el 28,3% de los microplásticos en el océano provienen de la erosión de los neumáticos al conducir. Ese dato solo tiene por encima los microplásticos que se liberan al lavar la ropa (34,8%).

5. Y al final mueren los orangutanes

Los bosques de Sumatra están siendo arrasados para ser sustituidos por vastas plantaciones de caucho y aceite de palma. Como ves, no importa que el coche sea o no eléctrico. Los neumáticos están quitando selvas de los orangutanes y bosques a países como Camboya, Tailandia, Myanmar, Indonesia y el Congo.

Estamos pagando con enfermedades colectivas, que algunos vivan cómodamente. Esa comodidad puede que la percibas como generalizada, pero la realidad es que los que más enferman y los que más pierden sus hogares no son los que más cómodamente contaminan.

A partir de leer este artículo, es posible que decidas transportarte menos, usar más el transporte público, y hasta lavar menos la ropa. Muy bien, pero nosotros pedimos algo a los gobiernos:

  1. quitar privilegios al coche privado,
  2. poner autopistas CON peaje y que ese dinero se use para fines ambientales,
  3. que se destruyan las autopistas menos útiles,
  4. que se instalen pasos para fauna en las carreteras que lo requieran, y…
  5. que se eliminen todo tipo de ayudas públicas a la industria automovilística.

Tal vez, la próxima vez que mires por el espejo retrovisor recordarás lo que cada coche deja detrás, aunque no se vea a simple vista.

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Libro «En llamas» de Naomi Klein (resumen)

La periodista canadiense Naomi Klein es la autora de algunos libros emblemáticos para el ecologismo. Entre ellos destacamos La doctrina del shock y Esto lo cambia todo.

En llamas reúne unos textos abrumadores, a la vez que necesarios, sobre las consecuencias de nuestras decisiones políticas y económicas. No es un libro derrotista, sino que ofrece argumentos y alternativas para transformar la crisis ecosistémica actual.

Klein critica ferozmente a los que, negacionistas o no, se ríen de los desastres ambientales. Personajes como Trump o Bolsonaro, o bien como Macron en Francia o Trudeau en Canadá. Estos últimos, a pesar de defender el Acuerdo de París, «riegan de subvenciones, apoyos financieros y licencias a los gigantes de la industria agraria y de los combustibles fósiles que fomentan la crisis ecológica».

El libro subraya el poco efecto que han tenido las miles de manifestaciones por el clima que se han producido por todo el mundo. Particularmente, desde 2019 muchas de ellas han sido inspiradas por Greta Thunberg, la niña sueca que empezó a manifestarse en soledad ante el parlamento de su país y acabó movilizando a millones de personas. Cuenta, que Greta fue aprendiendo poco a poco sobre la crisis ecológica, los combustibles fósiles, el consumo de carne… hasta que, con once años, cayó en depresión. Le diagnosticaron varios trastornos, como una forma de autismo antes conocida como síndrome de Asperger. Las personas con autismo «suelen tener problemas a la hora de lidiar con la disonancia cognitiva», es decir, con la incoherencia entre lo que sabemos y lo que hacemos, algo exageradamente habitual en el resto de personas. Su deriva consiguió convencer a sus padres para hacerse vegetarianos y dejar de volar en avión (lo cual fue complicado especialmente para la madre, cantante de ópera).

Algunos de los discursos de Greta reflejan su horror ante una verdad científica: «Quiero que sientan pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Quiero que actúen. Quiero que actúen como lo harían ante una crisis. Quiero que actúen como si la casa estuviera en llamas, porque lo está», les dijo a los poderosos de Davos.

Pero las grandes corporaciones hacen esfuerzos para apaciguar nuestras conciencias y que no exijamos grandes cambios. «Existen poderosos intereses a los que les gustan las cosas tal como están (o con un leve barniz de greenwashing); sobre todo a las corporaciones de combustibles fósiles, que llevan décadas financiando una campaña de desinformación, confusión y evidentes mentiras sobre la realidad del cambio climático«. Los informes del IPCC de la ONU son bastante claros. En 2019, cuando ya se había alcanzado un calentamiento de aproximadamente 1ºC, el IPCC hizo un llamamiento para intentar mantener el calentamiento por debajo del 1,5ºC. Para ello, habría que reducir las emisiones globales aproximadamente a la mitad en tan solo 12 años. ¿Lo conseguiremos para 2031? Si realmente lo intentamos, lo conseguiremos.

Naomi Klein, libro resumido Klein destaca que, afortunadamente, cada vez surgen más políticos por todo el mundo «preparados para traducir la urgencia de la crisis climática en políticas concretas». Pero eso no basta. Los ciudadanos deben dar el poder a esos políticos comprometidos con la ciencia, para que se ponga en marcha un Green New Deal, un plan que lleve a buen puerto la descarbonización, sin dejar al margen la lucha contra la pobreza o el feminismo.

Portada del libro La Doctrina del Shock de Naomi Klein: Lee un resumen de este y otros libros suyos aquí.

La Doctrina del Shock: Lee un resumen de este libro, también de Naomi Klein.

Los cambios que hay que hacer son muy grandes. Para aumentar el optimismo, Klein apunta a dos hechos históricos inspiradores. El New Deal de Franklin D. Roosevelt, que tuvo «resultados asombrosos» en solo una década: creación de empleo, aumento de la calidad de vida, plantación de árboles, desarrollo de arte e infraestructuras, etc. Desgraciadamente, otro escenario de grandes cambios fue la II Guerra Mundial: se transformaron fábricas y la ciudadanía de los países involucrados hizo sacrificios muy importantes, a veces de buen grado. Por ejemplo, «en Gran Bretaña, prácticamente dejaron de conducir». Se demuestra, en definitiva, que actuar con contundencia es fácil, cuando la humanidad quiere algo o ve la necesidad de hacerlo. Sin embargo, según el IPCC, «no existe un precedente histórico de la escala de las transiciones que necesitamos». Como dice Greta Thunberg, «tenemos que empezar a cooperar y a compartir los recursos que quedan en el planeta de una manera justa».

Klein nos advierte que esos cambios que necesitamos «exigen un ajuste de cuentas en el terreno que más disgusta a las mentes conservadoras: el de la redistribución de la riqueza». Las personas de «la derecha dura son plenamente conscientes de ello, y por eso están desarrollando toda una serie de razones perversas» que justifiquen el no hacer nada: «se está dejando que los migrantes se ahoguen en el Mediterráneo o mueran deshidratados en el desierto de Arizona. Y si sobreviven, son sometidos a condiciones equivalentes a la tortura en las diversas partes del mundo», donde los países ricos envían a sus migrantes: campamentos de Libia, Australia, Texas…

A pesar de todo, hay millones de buenas noticias. Klein resalta, por ejemplo, cómo cientos de instituciones han retirado sus inversiones de las empresas de combustibles fósiles, energéticas y automovilísticas. Además, sugiere que estas empresas deben ser aisladas con medidas como prohibir su publicidad, igual que se hizo con las tabaqueras.

El desastre petrolero: BP

El libro comenta el enorme vertido de crudo en el golfo de México (2010). La multinacional BP intentó que las imágenes de la catástrofe no se divulgaran, pero había tanto petróleo que fue imposible controlarlo. El accidente se cuenta en la película Marea negra (2016). Klein lo califica de «tragedia griega sobre la soberbia humana» y, tal vez, también sobre el optimismo, porque el plan inicial de BP estaba plagado de buenos pronósticos, escasos riesgos o, posiblemente, mentiras. Tres semanas antes de la explosión, el presidente, Barack Obama, anunció que permitiría más perforaciones submarinas, dado que el riesgo era inexistente porque «las plataformas petrolíferas de hoy no provocan vertidos».

Las consecuencias del desastre de BP son imposibles de evaluar aún hoy. Al menos murieron unos 5.000 mamíferos, sin contar los que no llegaron a nacer. Los números de peces, aves y mariscos podrían superar los 5 billones. Los daños aumentaron cuando el huracán Harvey removió los sedimentos petroleros del desastre. Y futuros huracanes harán lo mismo. La historiadora Carolyn Merchat decía que una de las cosas que tenemos que aprender es que los resultados predecibles son poco habituales en la naturaleza, mientras que los sucesos impredecibles y caóticos son habituales.

El capitalismo contra el clima

Resumen del Libro "Esto lo cambia todo" de Naomi Klein.

Lee un resumen de este otro libro de Klein.

En este capítulo plantea el reto de hacer frente a los negacionistas que, en Estados Unidos, han ido ganando terreno antes de 2011. Después, la realidad científica y la innegable verdad se han ido abriendo paso entre los más cerrados. Sin embargo, el partido Republicano ha convertido la oposición al cambio climático en algo central de su visión política, tan importante como bajar impuestos o defender el derecho a llevar armas de fuego. Para justificar su postura, llegaron a afirmar que los científicos del clima estaban manipulando los datos y que la sostenibilidad acabaría con el empleo y subirían los precios.

Para Klein hay que hacer frente a sus difamaciones con mensajes claros, como hablar de empleo digno, reducción de la desigualdad, o frenar el poder de las corporaciones. Ella avisa: «si para finales de esta década no nos encontramos en una senda energética radicalmente distinta, nos espera un mundo lleno de sufrimiento». Y propone:

  1. Revivir lo público. Transporte público, energía renovable, sanidad y educación pública… y que sea asequible o incluso gratis. Por eso, es posible que no siempre sea rentable, por lo que la inversión pública es esencial. Taxativamente, acciones simples como el reciclaje, las compensaciones de carbono o cambiar bombillas nunca serán una respuesta suficiente ante la crisis climática.
  2. Planificar el abandono de combustibles fósiles, la reducción en el uso de energía o una nueva agricultura con menos erosión y menos consumo de agua.
  3. Controlar a las empresas. Prohibir actos contra la naturaleza, ecocidios, y eliminar gradualmente los proyectos contaminantes. Las grandes empresas tienen mucha responsabilidad y no van a hacer cambios relevantes si no se les obliga a hacerlo.
  4. Relocalizar la producción. No se pide poner fin al comercio, sino revisar lo que implica el libre comercio (la libertad es buena dependiendo de para qué). No es lógico que la contaminación y los empleos de los países ricos se trasladen a países como China, un país que no respeta los Derechos Humanos, como denunció el Nobel de la Paz Liu Xiaobo.
  5. Terminar con el culto a las compras. En el modelo actual, producir menos supone una crisis económica. Hay muchos economistas que ya han avisado de que es imposible mantener el crecimiento económico respetando la biosfera: Herman Daly y Georgescu-Roegen entre otros. Las mejoras en eficiencia energética suelen conllevar aumentos en el consumo. Es la conocida como paradoja de Jevons o efecto rebote. Klein sostiene que hay que reducir los objetos que consumen el 20% de las personas más ricas del planeta, porque son los ricos los que más responsabilidad tienen en el caos planetario. Tim Jackson planteaba una elección: «destruimos el sistema o destrozamos el planeta». Este decrecimiento no tiene que ser en todos los sectores, por supuesto, dado que algunos generan un impacto mínimo: enseñanza, cuidados, ocio… (no de cualquier forma, obviamente).
  6. Aumentar impuestos a los ricos y a los sucios. La vuelta a la sostenibilidad no se puede pagar exigiendo más crecimiento. Por tanto, tendrán que pagar los que más culpa tienen. Habrá que cobrar por usar energías sucias, por especular… pero también Klein proponer recortar subvenciones a industrias sucias y a los ejércitos (España va en dirección contraria). Las petroleras han tenido beneficios millonarios a costa de generar un grave problema. «De igual forma que se ha obligado a las tabacaleras a asumir los costes derivados de ayudar a la gente a dejar de fumar, y BP ha tenido que costear gran parte de las tareas de limpieza en el golfo de México, ya es hora de que el principio «contaminador-pagador» se aplique al cambio climático».

«El cambio climático hace volar por los aires el andamio ideológico que sostiene al conservadurismo contemporáneo». En España nada representa mejor ese conservadurismo que el Partido Popular, como bien se demuestra en esta larga e incompleta lista de sus despropósitos ambientales. A la vista de estudios científicos, Klein concluye que «las personas cuya visión del mundo es eminentemente «igualitaria» y «comunitaria» (…) aceptan mayoritariamente el consenso científico sobre el cambio climático. Por el contrario, quienes sostienen una visión del mundo eminentemente «jerárquica» e «individualista» (caracterizada por la oposición a que el Gobierno atienda a las personas pobres y a las minorías…) rechazan mayoritariamente el consenso climático». «Siempre es más fácil negar la realidad que ver cómo tu visión del mundo se hace añicos». En palabras de Yale Dan Kahan, autor del estudio: «A las personas nos resulta desconcertante creer que un comportamiento que consideramos noble es en realidad perjudicial para la sociedad, y que el comportamiento que consideramos vulgar es en realidad beneficioso». Y por eso, ante esa idea, «presentamos una fuerte predisposición emocional a rechazarla».

En la bolsa del negacionismo climático hay opiniones contradictorias, en un desesperado intento de confundir a la población. Sus estudios están financiados por petroleras o, sencillamente, ocultan la financiación. «En su gran mayoría, los negacionistas climáticos no solo son conservadores, sino que también son blancos y hombres».

Klein tiene claro que «la energía nuclear y la geoingeniería no son formas de solucionar la crisis ecológica», porque apoyan precisamente el pensamiento que ha generado este problema. El objetivo de la geoingeniería es hacer lo que sea para poder seguir contaminando el planeta, cuando lo más razonable es frenar la contaminación. Entre sus ideas están capturar carbono o fertilizar los mares para que las algas capturen carbono. Si ya es contaminante fertilizar los cultivos, imaginad fertilizar el mar. Las consecuencias físicas y políticas de tales ideas son realmente peligrosas. Por ejemplo, si un país decide enviar sulfato a la estratosfera para reducir la intensidad del sol en un intento de salvar sus cosechas, ello podría ocasionar sequías en Asia y África.

Los científicos protestando

En una conferencia en 2012, el científico Brad Werner no hizo un llamamiento al activismo climático, pero sí indicó que los levantamientos masivos son una forma de cambiar el rumbo y que son hechos posibles que se pueden tener en cuenta. «Son muchos los científicos a quienes los hallazgos de sus investigaciones los han empujado a actuar en las calles» (en España ha habido hasta científicos detenidos).

Kevin Anderson y Alice Bows afirmaron que, desde el punto de vista científico, para tener siquiera un 50% de posibilidades de limitar el calentamiento global a máximo 2ºC, los países industrializados deberían haber empezado a reducir sus emisiones de gases invernadero alrededor de un 10% al año. Estos y otros científicos tienen claro que la única alternativa razonable es el decrecimiento económico. Aumentando la tensión, Anderson y Bows publicaron que algunos científicos rebajan las implicaciones climáticas de sus análisis, para no ser incómodos al «dios de la economía». Klein dice que los científicos quieren mostrarse como «personas razonables dentro de los círculos económicos neoliberales» y eso les obliga a no decir toda la verdad.

Consumir sin reciclar

«En lo más fundamental, esta crisis ha surgido del consumo excesivo de las personas comparativamente ricas», lo cual implica que esos consumidores «van a tener que consumir menos para que los demás tengan lo justo para poder vivir». Klein no solo se refiere a los millonarios del planeta, sino también a esos que Peter Singer llamaba absolututamente ricos, pero es complicado, porque «comprar es nuestra forma de configurar nuestra identidad. (…) Por eso, decirle a la gente que no puede comprar tanto como quiera porque los sistemas de soporte del planeta están sobrecargados puede entenderse como una especie de ataque, casi como si se les dijera que no pueden ser ellos mismos. Y posiblemente esa sea la razón por la cual, de las «tres erres» originales del ecologismo (reducir, reutilizar y reciclar), solo la tercera ha tenido cierto nivel de acogida, ya que nos permite seguir comprando lo que queramos siempre que coloquemos los desperdicios en el contenedor correspondiente. De las otras dos, que exigen una reducción en el consumo, podríamos decir que murieron antes de nacer». Klein sostiene que el reciclaje es una forma greenwashing, y que ha fracasado estrepitosamente, también en Norteamérica, donde también ocurre que en vez de reciclar los materiales se queman o se mandan directamente a los vertederos.

El avance del cambio climático se observa bien desde lo local (cambios estacionales, cambios en la flora y fauna…), pero cada vez más gente ha perdido su conexión con su tierra. Vivimos lejos de donde nacimos, «vivimos en un estado de olvido permanente en cuanto a los costes que supone nuestro consumo en el mundo real», y un ejemplo claro y luminoso son los adornos que contaminan nuestras fiestas (la Navidad, entre otras).

Naomi en El Vaticano

En 2015, el Papa Francisco publicó tal vez la encíclica más transgresora de la Historia. Laudato Si es un texto tan ecologista, o más, como la revista de socios de una ONG ambiental. Desde El Vaticano invitaron a un grupo de personas influyentes, entre ellas Naomi Klein, para debatir sobre la misma. Uno de los invitados procedía de una organización católica estadounidense y confesó que muchos obispos de su país celebraron la encíclica, pero no con tanto fervor católico como la decisión del Tribunal Supremo sobre el matrimonio homosexual. Para Naomi, la Iglesia debería dedicar menos esfuerzos a criticar las relaciones libres entre personas, los anticonceptivos o el aborto; y más «a luchar por las víctimas del yugo de un sistema económico desigual e injusto sobremanera».

Dentro de la Iglesia había (y los seguirá habiendo) poderosos que se alegran al ver enterrado el transformador mensaje climático del papa Francisco, un mensaje que critica el antropocentrismo como nunca antes lo había hecho la Iglesia.

Aquellas jornadas pretendieron diseñar un plan de acción alrededor de esta encíclica. Hoy, años después, podemos decir que los pocos católicos que han leído Laudato Si, la han ignorado de forma bastante evidente. Klein apunta a que el fracaso del Vaticano para «exigir responsabilidades a sus propios líderes por el abuso sexual sistémico de niños y monjas (…) ha minado la autoridad moral del papa como guía en otros asuntos, incluida la crisis climática».

Zonas de sacrificio y de conflicto

Oriente Medio es una región extremadamente vulnerable a los terribles efectos de shock climático. Una de las razones que explican el escaso interés de la ciudadanía es que sufren amenazas mucho más acuciantes: ocupación militar, inestabilidad política, discriminación sistémica, etc. Según Klein, el Estado de Israel ha ocupado territorio de Palestina, a veces para poner carreteras y casas, pero también para poner arboledas artificiales de pinos y eucaliptos, especies no autóctonas. La organización KKL quiere reverdecer el desierto (como si el desierto no fuera un ecosistema valioso por sí mismo) y con ello consigue donaciones para su causa, que Klein la etiqueta como «colonialismo verde».

Klein tiene claro que el capitalismo con su idea de crecimiento ilimitado necesita poblaciones y lugares  que se sacrifiquen por el resto: «personas cuyos pulmones y cuerpos se puedan sacrificar trabajando en las minas de carbón, gentes cuyas tierras y recursos hídricos se puedan sacrificar», como los montes Apalaches en Norteamérica o el delta de Níger con el sacrificio a muerte de Ken Saro-Wiwa, a manos de la petrolera Shell. Los pobres y sus tierras son los más fáciles de ser sacrificados. Mientras, los ricos van diciendo que «hemos alterado» el clima de la Tierra, como si todos tuviéramos la misma responsabilidad, cuando ellos, los ricos, tienen bastante más culpa cuanto más ricos sean.

Las masivas migraciones tienen diversas causas (pobreza, violencia, el clima…) relacionadas entre sí, y los países desarrollados están intentando frenarlas, sin entender el fondo del problema. Creen que la solución está en dejar que se ahoguen más migrantes en el mar o encerrarlos en mega campos de refugiados. Naomi Klein afirma que «las noticias de prensa rara vez establecen una conexión entre la violencia contra las mujeres y la violencia contra la tierra (a menudo para extraer combustibles fósiles), pero dicha conexión existe» y por eso el ecofeminismo tiene tanto sentido.

«El cambio climático actúa como un acelerador de muchos de nuestros males sociales (desigualdad, guerras, racismo, violencia sexual…), pero también puede actuar en sentido contrario, como un acelerador de las fuerzas que trabajan por la justicia económica y social y contra el militarismo». Klein propone que la crisis climática sea «el catalizador que necesitamos» para juntar muchos movimientos que valoran las personas por encima del capital (ecologistas, animalistas, feministas, pacifistas, junto a personas que trabajan por un mundo sin desigualdades terribles, sin injusticias manifiestas, sin capitalismo salvaje…). Tal vez el capitalismo no pueda eliminarse, pero, en tal caso, tenemos que hacer que sea un capitalismo sensato.

El Salto

«Cuando uno se ha desviado del rumbo tanto como nosotros, las acciones moderadas no conducen a resultados moderados: conducen a resultados peligrosamente radicales», afirma Klein. Efectivamente, necesitamos acciones contundentes y no lavados de imagen superficiales. Por eso, ella lideró en Canadá el manifiesto «Dar el salto» (The leap) firmado por multitud de organizaciones y personalidades. En el documento se indica la necesidad de abordar el problema ambiental conjuntamente con otros problemas tales como la pobreza, el pacifismo, el racismo y la violencia. Klein afirma que el manifiesto fue muy criticado por diversos líderes políticos, aunque la población en general, incluidos votantes de esos partidos, era mayoritariamente favorable de las tesis principales.

Para Klein es necesario fomentar el empleo verde y ampliar la visión que tenemos de ese concepto, para incluir «cualquier cosa que resulte útil y enriquecedora para nuestras comunidades y a la vez no queme una gran cantidad de combustible»: empleos sanitarios, educadores, de cuidados, artistas… Debemos entender que igual que «el frenesí del bacalao arruinó una especie; el frenesí de las arenas bituminosas, el petróleo y el gas de fracturación están contribuyendo a arruinar el planeta». Y no solo el planeta, sino también la vida de comunidades que viven en una mayor armonía con la naturaleza, como son los indígenas. En Canadá se ha reconocido formalmente que el genocidio humano y cultural contra los indígenas fue perpetrado principalmente para quedarse con sus tierras y con sus recursos.

Racismo ambiental

“En lo referente a la acción climática, está muy claro que no lograremos obtener el poder necesario para ganar, a menos que incorporemos la justicia —especialmente la justicia racial, pero también la justicia de género y económica— en el núcleo de nuestras políticas de reducción de carbono. (…) No podemos jugar a que «mi crisis es más urgente que la tuya»”. Además de eso, Klein plantea hacer caso al escritor e intelectual Rinaldo Walcott cuando propone que cualquier acción política debe superar lo que llama la «prueba negra», por la que cualquier política debe cumplir «el requisito de mejorar las nefastas condiciones de vida de los negros». Se refiere, evidentemente, a Norteamérica, pero se puede adaptar a regiones con problemas de discriminación hacia otros colectivos. Más aún, Klein quiere que se reparen los crímenes contra los indígenas originales de las naciones del Nuevo Mundo: usurpación de tierras, genocidio, esclavitud, robo de hijos…

Según la ONG Global Witness, «en 2015 murieron asesinadas más de tres personas cada semana defendiendo sus tierras, bosques y ríos contra las industrias destructivas», y el 40% de las víctimas son indígenas (que tienen menos poder para defenderse física y legalmente).

Incendios forestales y reducción de emisiones

Ante los incendios forestales que afectan a todo el planeta, Klein lanza un grito de preocupación. «Cada año mueren más de trescientas mil personas como resultado del humo y la contaminación atmosférica derivados de los incendios forestales», principalmente en África y Asia. Los que mueren indirectamente, no se contabilizan (y menos si no pertenecen a la especie Homo sapiens). Ante el fuego también hay discriminación: ciertos grupos de población no reciben el mismo nivel de respuesta ni para combatir las llamas ni para la reconstrucción posterior.

Si no se han reducido las causas del problema climático es porque lo que habría que hacer entra en conflicto con el capitalismo desregulado que beneficia a élites económicas. En este asunto ahonda su libro Esto lo cambia todo.

Referenciando otro de sus libros, La doctrina del shock, Klein avisa cómo hay políticos y empresas que no dudan de aprovecharse de alguna crisis para colar leyes para enriquecerse (privatizaciones, desregulación, libre comercio, austeridad económica… neoliberalismo). Un ejemplo que estudia en el libro es Puerto Rico, un país que podría vivir mucho mejor, pero en el que las políticas han ido dirigidas a enriquecer a unos pocos. Tras una destructiva tormenta se hicieron recortes en educación, cierres de centenares de escuelas, ejecuciones hipotecarias, privatización de activos valiosos… Según ella, «los momentos de crisis no tienen por qué convertirse en oportunidades para que quienes ya son obscenamente ricos puedan acaparar aún más (…). Pueden ser momentos en los que encontremos nuestro mejor yo, en los que descubramos reservas de fuerza y lucidez que ignorábamos que teníamos. Lo vemos cada vez que ocurre un desastre».

Los seres humanos somos capaces de organizarnos para ser respetuosos con los sistemas naturales. Klein, además, afirma que «hemos vivido así durante la gran mayoría de nuestra historia (…). El capitalismo es solo un pequeño accidente en la historia colectiva de nuestra especie».

Medidas necesarias

No podemos confiar solo en la democracia. Por eso, Klein ensalza la labor de los movimientos sociales. Todo lo que hay que hacer, solo será posible si la sociedad está concienciada. A modo de ejemplo, algunas de las acciones que se proponen en el libro son las siguientes:

  • Mantener el carbono en el suelo y, por supuesto, paralizar nuevas prospecciones de gas y petróleo.
  • Proclamar que los combustibles fósiles y la energía nuclear no son limpias.
  • Planificar ayudas a las naciones más pobres por parte de los países ricos, Estados Unidos particularmente, y colaborando también las empresas más contaminantes, como Shell y Exxon.
  • Fomentar empleos de bajas emisiones (empleos verdes) con salarios dignos, y crear un plan concreto para que esos salarios no se traduzcan «en estilos de vida de alto consumo». Klein no concreta cómo podría hacerse, pero parece obvio que es necesario subir considerablemente los impuestos a los productos contaminantes (volar en avión, plásticos de usar y tirar…). Las profesiones asistenciales (dominadas por mujeres en muchos casos) son actividades con niveles de emisiones de carbono relativamente bajos.
  • Impulsar las energías renovables y la eficiencia energética, sectores que han demostrado generar más empleo que los combustibles fósiles.
  • Reducir la jornada laboral.
  • Garantizar la sanidad universal. Klein advierte de la importancia de este punto dado el «tormentoso futuro que se avecina».
  • Todos los sectores deben elaborar planes sobre cómo llevar a cabo una rápida descarbonización.
  • Todas las medidas deben garantizar los derechos fundamentales, como la igualdad racial y de género.
  • Proteger y restaurar ecosistemas naturales. Por supuesto, también es ideal la renaturalización.
  • Limpiar los residuos peligrosos y las zonas contaminadas. En muchos casos, los paisajes y las personas se han maltratado como objetos de usar y tirar.
  • Contar con las habilidades que necesitamos para hacer frente al cambio: artistas, psicólogos, historiadores, líderes religiosos… En este sentido, el blog Historias Incontables es un lugar para divulgar cine, arte y literatura comprometida con lo natural. Klein cuenta, por ejemplo, el éxito del vídeo «Un mensaje desde el futuro, con Alexandria Ocasio-Cortez».
  • Aumentar los impuestos a las grandes fortunas y a las grandes multinacionales, primero porque son los que más daño producen (no solo al medioambiente), pero también porque si las temperaturas del planeta suben 2ºC (en lugar de 1,5), los costos alcanzarían los 69 billones de dólares en todo el mundo. Por lo cual, eso es algo que hay que evitar a toda costa y Klein sugiere aplicar el viejo lema de «quien contamina paga». Klein también incluye al sector financiero, ya que es culpable de financiar las industrias sucias.
  • Acabar con los paraísos fiscales.
  • Educar en la situación de emergencia en la que estamos, con parámetros científicos, para que la población sea consciente del problema real.
Si te gustó este libro resumido, te gustarán también todos estos: HAZ CLICK AQUÍ.

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George Monbiot decía que los recursos de nuestro planeta bastan para proporcionarnos «suficiencia privada y lujo público», porque es un lujo asumible contar con parques públicos, sanidad y educación pública, centros deportivos, huertos urbanos, galerías de arte, transporte público… «Pero la Tierra no puede sostener el sueño imposible del lujo privado para todos». Esto justifica que los más ricos tengan la obligación de cambiar más su estilo de vida, por ejemplo reduciendo el consumo:  viajes en avión, consumo de carne y el consumo de energía en general.

Finalmente, Klein critica los «enfoques gradualistas», esos que pretenden hacer una transición lenta. Desgraciadamente, no tenemos tiempo y necesitamos medidas contundentes.

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