Obsolescencia Programada: Consumir, desechar y destruir

Rafael Toro Ruiz (@RToruiz), estudiante de periodismo

La generación de residuos tecnológicos destruye ecosistemas y recursos naturales.

Consumismo y obsolescencia programada: Dos términos que van de la mano. Dos tendencias perjudiciales para los ecosistemas mundiales. La sociedad se está convirtiendo en cómplice de un sistema engañoso que incita al consumo severo de todo tipo de productos, con la intención de ver aumentados los beneficios económicos de las grandes empresas multinacionales, empresas que, de la mano de la globalización, son hoy las encargadas de dictar las reglas del juego.

Un chaval que decide cambiar habitualmente su teléfono móvil, una empresa que decide renovar los ordenadores de sus oficinas, un instituto que decide adquirir nuevas impresoras de mayor calidad o una familia que decide comprar electrodomésticos nuevos para su hogar. Estas situaciones son ejemplos de cómo se producen cada año millones de toneladas de residuos tecnológicos y basura peligrosa. Y nuestro sistema es cómplice de ello.

La «obsolescencia programada» se refiere a adelantar por parte de las empresas el fin de la vida útil de un producto para que el consumidor se vea obligado a comprar otro. La sociedad aún no es plenamente consciente de que el consumismo de tecnología, unido al acortamiento de la vida útil de los productos, conducen a una contaminación cada vez mayor del medio ambiente, incluyendo la destrucción de ecosistemas en los países del tercer mundo, tanto por la extracción masiva de los diferentes recursos naturales necesarios para la fabricación, como por su desecho final.

Nuestro sistema actual, con las grandes empresas y los medios de comunicación como actores destacados, pretende hacer pagar al consumidor muchas veces en su vida por un mismo producto con modificaciones ínfimas o innecesarias. Pero, realmente, ¿este hecho es nuevo? Rotundamente no. Antecedentes de todo tipo explican el nacimiento y la consolidación de esta tendencia tan perjudicial. La obsolescencia programada es fruto de la revolución comercial, la acumulación del capital y los avances tecnológicos, así como, de la aparición del capitalismo financiero y del liberalismo económico. El “American way of life” nacido en EE.UU., poco a poco, se adentró en la sociedad. La felicidad y el bienestar basado en el consumismo eran ya reglas básicas en los años 60.

No te pierdas este breve documental animado sobre la obsolescencia programada y percibidaLa obsolescencia programada es una práctica demasiado habitual en la industria actual y sabemos que las autoridades la toleran: “Son los consumidores los que deberían exigir que se pongan multas a las empresas para evitar esta forma de fabricar productos”, expresa con preocupación el colectivo malagueño Aulaga. Todo esto conlleva un beneficio económico para la industria, aunque tiene un impacto muy negativo sobre los recursos disponibles y los ecosistemas mundiales. “Esto no tiene en cuenta la realidad de nuestro planeta finito en el que ni los recursos ni la energía son infinitos”, afirma Fran Pérez, de Ecologistas en Acción. La obsolescencia programada bebe hoy del sistema capitalista, que usa como pozo sin fondo los recursos de los países empobrecidos. Una vez que el primer mundo disfruta de dichos recursos, estos vuelven al tercer mundo en forma de basura contaminante: “Esto perpetua una gran rueda de miseria, problemas de salud, económicos y ambientales”, expresa Fran Pérez.

Según la ONU, generamos unos 50 millones de toneladas de residuos electrónicos al año, la mayor parte de ellos producidos en Occidente, que van a parar a países en vías de desarrollo, donde se apilan sin control. Esta basura electrónica se reparte entre dos grandes vertederos: Ghana (África) y Guiyu (China). La primera y más impactante consecuencia de esto es la destrucción de los ecosistemas. La basura sustituye a la fauna y a la vegetación. La riqueza ambiental se ve sumergida en millones de residuos apilados sin control, provocando desde la contaminación de aguas subterráneas con metales pesados y otros tóxicos, hasta la contaminación del aire en caso de que estos residuos se quemen, pasando por la extracción severa de recursos y la destrucción de ecosistemas.

Es necesario sumar a lo anterior la generación de residuos no biodegradables. Si bien, muchos de los componentes que se usan para fabricar los diferentes productos electrónicos no son tóxicos cuando el aparato es útil, esto cambia radicalmente cuando el aparato se desecha. Esto pasa principalmente con plásticos, vidrios, baterías o pantallas LCD, elementos perjudiciales tanto para la salud como para el medio ambiente, por contener productos químicos tóxicos cuando se liberan al medio.

Pero, sin duda, la consecuencia número uno de la obsolescencia es el abuso extremo de los recursos naturales. Teniendo en cuenta la baja tasa de reciclado, el sistema de producción se convierte en una “extracción continua y desenfrenada”, definido así por Fran Pérez. La mayoría de productos tecnológicos necesitan para su fabricación la extracción de metales y minerales como cadmio, cromo, mercurio o coltán, entre otros, recursos considerados no renovables.

Cuando se habla de obsolescencia programada, lo que más chirría en la actualidad es la dudosa voluntad de la UE para solventar el problema, así como el desconocimiento generalizado de la sociedad, que toma en muy pocas ocasiones la iniciativa para exigir a sus dirigentes cambios a este respecto. El caldo de cultivo de todo esto es que los gobiernos occidentales, más allá de tomar medidas o no para parar la obsolescencia programada y de velar por el interés general de la ciudadanía, en demasiadas ocasiones “se decantan más por favorecer los intereses de las empresas multinacionales”, afirma Aulaga.

En octubre de 2014 un país europeo mostró sus primeros deseos de luchar contra este fenómeno. El parlamento francés aprobó, dentro de la Ley de Transición Energética, multas de hasta 300.000 euros y penas de cárcel de hasta dos años para todos aquellos fabricantes que programaran de manera consciente el fin de la vida útil de sus productos. Esta normativa se convertiría en la primera legislación europea que reconocería, de manera abierta y sin tapujos, la existencia de la obsolescencia programada. Pero el intento fue en vano. Las medidas asomaron pero, rápidamente, volvieron a esconderse y nadie ha sido condenado aún. Dos años después de la aprobación de esta medida francesa, el resto del continente sigue prácticamente igual, España incluida.

Como afirman diferentes asociaciones ecologistas, en nuestro país hubo un momento en el que la sociedad parecía ser consciente del problema. Todos querían imitar la nueva normativa surgida en Francia pero, pese a que todo indicaba que España sería otro de los países en controlar de manera férrea a las empresas “tramposas”, llegamos a 2016 sin una normativa en este sentido. Hay voces, pequeños colectivos que lo intentan, aunque una vez más queda en evidencia la falta de firmeza de nuestro gobierno en este aspecto. “Para parar la destrucción de ecosistemas debemos comenzar deteniendo la rueda consumista de la obsolescencia programada. «El mejor residuo es el que no se genera» debería ser el eslogan de una humanidad coherente con sus actos y empática con el medio que la rodea”, afirma Fran Pérez.

Teniendo en cuenta el plan llevado a cabo por Francia, en los últimos meses se ha dejado ver alguna intención para fomentar la lucha contra la obsolescencia programada. Recortes Cero–Los Verdes fue una de las pocas candidaturas ecologistas que se presentó a las elecciones generales en España en 2016. En su programa reservó un espacio donde aboga por conseguir una “España ecológica y socialmente justa”. Esta candidatura incorpora la propuesta de legislar para “prohibir por ley la obsolescencia programada”. Pretenden así poner en marcha un nuevo modelo de mercado centrado en la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente.

Todavía son pasos insuficientes y voces demasiado débiles. La obsolescencia programada genera innecesariamente cientos de miles de residuos que podrían evitarse. España es uno de los países con mayor protagonismo, pues sus 800.000 toneladas anuales de residuos electrónicos no pasan desapercibidas. Las soluciones no llegan y el reloj corre en contra de la sociedad y del medio ambiente.

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15 respuestas a Obsolescencia Programada: Consumir, desechar y destruir

  1. Beamspot dijo:

    Muy buena entrada. Sumamente correcta y que debería ser promocionada mucho entre muchos sectores.

    Aún así, es corta y deja fuera muchos más detalles que debería añadirse, en mi opinión.

    El primero, es que la electrónica es probablemente la industria más contaminante que hay. Además, la más extractivista: necesita como 70 elementos de los 92 de la tabla periódica que se pueden encontrar en la corteza terrestre. Necesita además, muchos petroquímicos de especialidad que no se pueden obtener de ninguna otra forma, y todo lo necesario para la fabricación de la misma, se obtiene de formas contaminantes a la vez que apenas se recicla.

    Por ejemplo el Teluro, elemento tóxico que se usa con el aún más tóxico (y prohibido en su uso en electrónica por ello) Cadmio, para hacer las fotovoltaicas de Thin Film, se obtiene como subproducto de la extracción del oro, subproducto a su vez de la extracción de cobalto (usado en las baterías de litio), que se extrae de los restos de extraer cobre. Y para ellos se usan elementos tóxicos como el cianuro (uno de los venenos más potentes) que se deja en unas piletas y que nadie limpia, dejándolos que contaminen el subsuelo.

    Limpiarlo encarecería demasiado los productos que compramos, muy especialmente, la electrónica, la electricidad, las baterías, la fotovoltaica, etc.

    Peor aún algunos elementos conocidos como tierras raras. El lantano, usado en las baterías del Prius, el neodimio y el disprosio, utilizados en el motor eléctrico del mismo y en los aerogeneradores, son elementos que sólo se obtienen de subproductos de las minas de Bayún Obo, en China. Cada Kg de tierras raras sin purificar implica un kilo de tierra radiactiva, y varios metros cúbicos de gases sulfurados/clorados, y varios litros de aguas ácidas y contaminantes, que tampoco nadie limpia.

    Por eso, en China, en la zona de la mina, se le conoce como el valle del cáncer o las aldeas de la muerte, donde el agua no se puede usar ni para lavar la ropa.

    Obviamente, se puede limpiar, pero entonces la electrónica, los aerogeneradores, la fotovoltaica, y toda la parafernalia asociada a las renovables, a los coches eléctricos, y, en general, al pilar básico de nuestra sociedad actual, simplemente sería inasequible.

    Sin embargo, eso presenta un dilema muy peliagudo: resulta que las renovables y la gran apuesta por la electrónica mediante las smart grids y smart cities for dummy citycens resulta que son de todo menos ‘verdes’. Así que hay un problema divulgando esto, por no decir, una clara falta de voluntad para hacer frente, para ver las consecuencias que de ello se derivan.

    Y lo que resulta más triste, es que la mayoría de los ingenieros electrónicos que diseñamos, sabemos perfectamente que las baterías (cuya vida se sitúa como mucho en 2000 ciclos al 100%DoD, y difícilmente va a mejorar por mucho que se investigue), los condensadores electrolíticos (si mal no recuerdo, ya comentados en este blog), y los relés, todos, tienen una vida útil corta, pero nadie hace nada para mejorarlo.

    Tampoco hay interés, y dado que es ‘el estado de la tecnología actual’, nadie va a mover ni un dedo para evitarlo, puesto que es una buena parte del motor económico.

    Eliminar la obsolescencia programada es simplemente, eliminar puestos de trabajo, PIB, mercado, comercio, industria.

    Por supuesto, se puede hacer de otra forma: via leyes (prohibiciones) e impuestos, obligar a la gente a que se cambie de aparato, por supuesto. Por ejemplo, de coche. La prohibición de los diesel es un una obsolescencia programada directa, de facto, igual que lo fue el apagón analógico de las teles, y otras muchas cosas.

    Aquí hay mucha tela que cortar, pero sólo veo rechazos, miradas vacías, y gente que rehuye ni siquiera a pensarlo.

    Un saludo,

    Beamspot.

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