Este pequeño libro (Mandala, 2021) abre una nueva visión sobre el origen y destino de la humanidad. Dependemos de los microorganismos para poder vivir. De hecho, procedemos de bacterias y virus. La biodiversidad es una de las cuatro reglas básicas de la vida y los virus ayudan a la creación de nuevas especies.
El libro es un resumen de las investigaciones del profesor Máximo Sandín quien —en el prólogo— nos insta a no conformarnos con lo que nos han dicho de la naturaleza (que es cruel, peligrosa…). Tenemos que mirar con otros ojos para darnos cuenta masivamente que solo respetando la naturaleza, nos respetamos a nosotros mismos.
Distintos cataclismos han provocado extinciones masivas de especies. La sexta de esas extinciones es la que estamos provocando actualmente los seres humanos. Las causas son conocidas: cambio climático, contaminación global, caza, monocultivos, ganadería intensiva, etc. Por supuesto, hay organismos que han sobrevivido (por ahora) a algunas de esas extinciones, como son, por ejemplo, medusas, tiburones o cocodrilos.
Bacterias y virus, aliados de los humanos
Los virus pueden modificar el material genético, facilitando que la vida fluya, siendo protagonistas en la diferenciación entre especies, es decir, en la biodiversidad que nos permite vivir a los humanos. Los virus no son considerados seres vivos y no son tan malvados como algunos piensan. Están presentes en cualquier lugar, siendo capaces de sobrevivir bajo las condiciones más duras. Se calcula que hay cientos de miles de millones de virus mientras que «solo unas decenas son causantes de enfermedades y siempre porque las condiciones ambientales provocan su alteración». «En periodos de gran estrés ambiental generalmente se deprime el sistema inmunitario, lo que facilita la inserción de los virus en los cromosomas».
Cada célula humana de una persona tiene la misma secuencia de ADN (información genética), pero la respuesta de estas células es distinta según el entorno. Es decir, el estilo de vida condiciona el comportamiento de cada célula según su ADN. Esto tiene implicaciones tan importantes como que no es verdad que haya un gen concreto para una característica concreta (calvicie, longevidad, virtudes, defectos…). Generalmente, las enfermedades están asociadas a malos hábitos (alimentación, sedentarismo…) o a agentes externos (contaminación, radiaciones…). Por tanto, interesa más investigar primero la causa de las enfermedades y luego los fármacos (aunque eso vaya en contra de los intereses de las empresas farmacéuticas).
Todo esto implica que la manipulación genética artificial y la inserción de material genético de una especie en otra (transgénicos) son actividades de alto riesgo, tal y como indicó Jeremy Rifkin, entre muchos otros.
Cooperación y respeto
Darwin y el neodarwinismo han hecho importantes aportaciones para la ciencia, pero hoy tenemos datos que no encajan en ese modelo (simbiosis, transferencia horizontal de ADN… o la cooperación que investigaron científicas como Lynn Margulis).
¿Hay competencia en la naturaleza? Por supuesto que sí, pero hay mucha más cooperación y respeto. El ser humano debe aprender de la naturaleza. De lo contrario esta sociedad tecnológica colapsará. Por ahora, estamos escogiendo el peor camino.
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