El funeral más ecológico es el más simple, y sin coste

Si todo el mundo se enterrara en ataúdes de madera, nos quedaríamos sin árboles.

Observo con tristeza que con la edad uno pierde la capacidad de asombro ante las cosas absurdas de la vida. Afortunadamente, aún me asombran cosas como la noticia de que hay una empresa en España que oferta funerales ecológicos: «Ataúdes de madera certificada que no suponen la destrucción de bosques tropicales, impresión de recordatorios fabricados en papel reciclado, hornos crematorios que reducen las emisiones contaminantes…».

Que no nos engañen, ni vivos ni muertos. Usar un ataúd nunca será ecológico, aunque sea certificado FSC, o incluso en ataúd de cartón, y con coche fúnebre eléctrico. Imprimir recordatorios una vez muertos es… ¿egolatría post mórtem?, y quemar el cuerpo es caro para algo tan simple como la vida, morir (por no hablar de las emisiones de CO2 de toda cremación). Lo más sofisticado en entierros supuestamente ecológicos es convertir el cuerpo en polvo usando nitrógeno líquido y ultrasonidos, que luego se transformarán en abono (compost) en la tierra.

Ser ecologista es algo más: Si hay que pagar por morirse, NO es ecológico (unos 2700 euros de media cuesta morirse si se usan servicios funerarios). Lo más ecológico sería un enterramiento simple, sin ataúd, con una simple mortaja (si acaso), y directamente en la (T)tierra. Pero lo más altruista es también ecológico: donar nuestros órganos para que puedan trasplantarse a otras personas, y/o donar el cuerpo a la ciencia (podemos firmar nuestro deseo en vida, pero no tiene valor legal, pues es preciso comunicar a nuestros familiares el deseo de ser donantes, para que autoricen la extracción de órganos tras el fallecimiento).

Según el estudio EcoFunerales (Perspectiva Ambiental 35, Fundació Terra, 2005), en Reino Unido hay cementerios naturales donde se permite el entierro directamente sólo con la mortaja. Se plantan árboles, arbustos y flores en memoria del difunto en lugar de poner una lápida, y se gestionan para garantizar las condiciones higiénicas y no causar epidemias derivadas de enterrar muchos cuerpos en un espacio reducido.

Sin embargo, en muchos países ricos (como España) está prohibido enterrar cuerpos sin ataúd, y menos aún enterrarlos en sitios no autorizados por diversos motivos (higiénicos, criminalísticos…). Si la persona no tiene recursos, el gobierno paga el ataúd. Esperemos que pronto se habiliten sitios para que los entierros sean lo más sencillos posibles. Permitir que nuestros cuerpos vuelvan a la madre Tierra es comprender que somos parte de un ciclo que debe continuar.

Tuiavii de Tiavea, un jefe tribal samoano, se quedó muy extrañado de la forma de vida de los europeos del siglo XIX. Sus discursos, publicados bajo el título “Los Papalagi” (los hombres blancos), es considerado como el primer documento antiglobalización. A este hombre sencillo le llamó la atención que el dinero es el Dios de los europeos, y que «en la tierra de los blancos es imposible estar sin dinero»:  «No podrías satisfacer tu hambre, tu sed, serías incapaz de encontrar una estera para la noche. (…) Tienes que pagar (…) por ir a un sitio en el que la gente se divierte (…) Incluso para nacer tienes que pagar y, cuando mueres, tu familia debe pagar, puesto que tú estás muerto y debes pagar para obtener permiso para depositar tu cuerpo en la tierra».