Jesús de Nazaret

1. Los que hablan de todo menos de Jesús

En los oficios de Viernes Santo, un obispo español dedicaba su homilía a analizar las causas de la homosexualidad … De la abundancia del corazón habla la boca… Viernes Santo, celebración de la Pasión y este señor hablando de los bares de alterne… Entiendo que una celebración televisada es una oportunidad para decir aquellas cosas que uno desearía decir a todo el mundo y no solamente a los fieles presentes en el templo. Pero, precisamente por eso, entiendo que, ante la imagen de Jesús crucificado y frente a cientos de miles de telespectadores, ¿no era seguramente el momento de hablar -cual san Pablo en el areópago- del «dios desconocido» en lugar de hablar de lo mismo de siempre?

Unos días antes, un cardenal (esta vez italiano) defendía las uniones civiles entre homosexuales. Parece ser que, para la Jerarquía de la Iglesia, se trata de un asunto prioritario. No es de extrañar. Perdido el horizonte de lo que sería su sentido, se trata de estar en el candelero como sea (que hablen de mí aunque sea mal).

Mientras tanto, los curas hablan de todo menos de Dios. Compartir mesa con un grupo de curas viene a ser lo mismo que hacerlo con miembros de una misma empresa: no se habla más que de vacantes, nombramientos y traslados… Si el grupo es selecto y tienes suerte, puede que se hable de política internacional. Pero también puedes tener la mala suerte de que alguien saque a relucir alguna cuestión de política nacional… Entonces tienes dos opciones, o bien controlas el tema lo bastante como para preguntar por algún nuevo nombramiento, o bien te inventas una repentina indisposición.

Así es que yo no les voy a hablar de la homosexualidad, ni les voy a hablar de un clero que ha vuelto la espalda a Jesucristo tratando de acaparar nuestra atención y usurpando el lugar que únicamente le corresponde a Dios.

Yo querría hablarles de Jesús … porque es urgente y porque alguien tendrá que hacerlo.

2. Algunas pinceladas sobre Jesús

Lo malo de hablar de Jesús es que es difícil decir algo que no crea saber ya todo el mundo y, sin embargo, Jesús continúa siendo hoy el gran desconocido.

Jesús pasa su infancia y su juventud en el más total anonimato. Pasó desapercibido incluso a sus vecinos que decían: «¿no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,54) [1]. Jesús no pertenece a la tribu de Leví (casta sacerdotal judía a la que sí que pertenecía Juan el Bautista), no pertenece al grupo intelectual (al que sí pertenecía san Pablo, que había estudiado a los pies de Gamaliel -Hechos 22,3-) y tampoco a los políticamente influyentes (saduceos). Jesús es un laico, el hijo de un obrero y obrero como su padre.

Sin embargo, la gente dice de él: «este hablar con autoridad es nuevo» (Lc 4,32). ¿De dónde le venía a Jesús ese hablar con autoridad? Jesús no tenía ninguna autoridad según lo humano. A Jesús no le avalan ni su posición social, ni su posición religiosa, ni sus estudios. Pero es que, además, Jesús no habla con la autoridad a la que están acostumbrados sus oyentes, sino con una autoridad nueva (lo que es nuevo no es únicamente lo que dice, sino sobre todo cómo lo dice). Y es que Jesús habla sabiendo de lo que habla y no por boca de ganso. Jesús no repite lo que otros le han dicho, Jesús habla desde el fondo de su relación con Dios. Jesús no dice cosas aprendidas «acerca de» Dios, Jesús muestra a Dios («el que me ha visto a mí, ha visto al Padre» -Jn 14,9-).

Pero nunca conocerá a Jesús, y por ende a Dios, quien no se acerque a Jesús «como un niño», es decir, como quien no sabe nada. Quien no esté dispuesto a aprenderlo todo de nuevo, podrá aprender muchas cosas acerca de Jesús, pero nunca conocerá a Jesús.

Jesús comienza así su predicación: «El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Que nadie se confunda y que los estudiosos de la Sagrada Escritura dejen de marear la perdiz analizando el significado de cada uno de estos términos. Las tres frases no son sino una y la misma. La Buena Nueva es que ahora tenemos a quien seguir y de quien fiarnos («porque andaban como ovejas sin pastor» -Mt 9,36-), y de ahí radican la conversión y el Reino de Dios: de Jesús.

Eso sí, ante la Buena Nueva del Reino de Dios no valen las medias tintas. Por eso Jesús es tan duro con los profesionales de la religión, virtuosos en el arte de andar en la cuerda floja para no mojarse, que dicen estar quitando la paja del ojo ajeno mientras tratan de ocultar la viga que llevan en el propio. De estos dice Jesús: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6,39).

Jesús, por su parte, a pesar de ser una sola cosa con su Padre, o precisamente por eso, pasaba muchas noches rezando. El conocimiento precisa alimentarse con la convivencia, y es en esta convivencia que también María, su madre, fue descubriendo poco a poco a Jesús: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). 

Sólo una cosa más: no es posible entender a Jesús esquivando la cruz. Quien quiera seguir a Jesús ya sabe por dónde pasa el camino. No hablo del sufrimiento que alcanza de forma aleatoria a todos los hombres y mujeres por el mero hecho de estar vivos (enfermedades, desamores, muerte de seres queridos, penurias económicas…), me refiero al sufrimiento que es consecuencia directa del seguimiento.

No el amor sin consecuencias de quien quiere quedar bien con todo el mundo. Tampoco el amor ostentoso que pretende tener siempre la razón. Más bien un amor silencioso que no puede acallarse, un amor oculto cuya luz no puede apagarse. Un amor, en definitiva, que los malos no pueden soportar, proporcionando así el mejor test de calidad (cf. Lc 6,22-23.26).

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[1] El canon de la Biblia contiene cuatro evangelios: Evangelio según san Mateo (abreviadamente Mt), Evangelio según san Marcos (abreviadamente Mc), Evangelio según san Lucas (abreviadamente Lc) y Evangelio según san Juan (abreviadamente Jn). Cuando se cita, a continuación del nombre abreviado figura un número que corresponde al capítulo, después una coma y después otro número (o números separados por un guión o por un punto) que corresponde al versículo.

Acerca de María Ángeles Navarro Girón

Cuando alguien te indique el camino, mírale las botas. Esto quiere decir que: En la vida espiritual, no te fíes de quien te indica el camino con el dedo y sin despeinarse. Sigue más bien al que está dispuesto a caminar delante de ti, al que viene sudoroso y con las botas destrozadas del camino.
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