Un buque encallado en el canal de Suez amenazó la cadena de suministro de buena parte de los países ricos. El incidente duró poco, pero las pérdidas dicen que son cuantiosas: 10.000 millones de dólares por una semana. Cuando se abrió de nuevo el canal estaban esperando casi 400 buques: petroleros, graneleros, buques de contenedores… El corte de esta vía marítima afecta directamente al empleo de muchos transportistas, así como al precio de productos como el café y los combustibles. Y si sube la gasolina, todo sube. Esto demuestra la enorme dependencia de nuestro sistema de vida: dependencia energética, pero también del transporte internacional y de sus vías.
Estos 193 kilómetros de canal navegable conectan el mar Rojo con el mar Mediterráneo y por ellos fluye más del 10% del comercio mundial, unos 8.150 millones de euros diarios, 340 millones a la hora. Dar la vuelta a África supone unos 10 días más de viaje, lo que aumenta también los costes. Cada día pasan por el canal unos 50 enormes buques, como el encallado, el cual puede transportar 18.000 contenedores (los TEU, del tamaño de un camión grande).
Este incidente puede ayudarnos a ver la magnitud de los desastres ambientales que estamos provocando «los ricos». Aparentemente, en los países industrializados crece la conciencia ambiental. Por ejemplo, la población es consciente de problemas como la crisis climática o el plástico y se desarrollan leyes ambientales (aunque sean superficiales y nos lleven a pensar que se hacen más por imagen que por ecologismo). Sin embargo, los países ricos siguen importando millones de toneladas de materiales de todo tipo que tienen, en conjunto, un ingente impacto ambiental. Desde todos los rincones del mundo llegan a los países ricos todo tipo de productos: alimento para el ganado, productos químicos y electrónicos, minerales, maquinaria… Y gran parte de esos productos no son de comercio justo y se convierten en basura en pocos años. Y decimos que se convierten en «basura» porque ni siquiera se intentan reciclar. Entre los productos que se transportan también hay animales vivos, que son transportados en condiciones deplorables. Por eso, Igualdad Animal está recogiendo firmas para prohibir este tipo de maltrato animal.
Si ocho de cada diez bienes que consumimos en el mundo viajan por mar, ¿dónde queda el consumo local, básico en una sociedad sostenible? ¿En qué queda entonces esa conciencia ambiental que «creemos» que está aumentando entre los ciudadanos más cultos y ricos? Sospechamos que la sensibilidad ambiental es solo un fino barniz verdoso. A las empresas multinacionales no les interesa que nada cambie. Y los gobiernos no van a cambiar nada mientras haya una venda voluntaria que cubra las conciencias de buena parte de la sociedad.
El canal de Suez ahorra mucho dinero en transporte de mercancías, pero lo que circula por el canal tiene un alto coste ambiental. De hecho, el propio canal es un atentado ambiental por la cantidad de especies invasoras que cruzan del mar Rojo al Mediterráneo y viceversa. Para acrecentar este impacto, la presa de Asuán en el Nilo reduce el flujo de agua dulce y de nutrientes vertidos por este río en el Mediterráneo, lo que ha provocado un descenso de la pesca y un incremento de la salinidad que, a su vez, ha facilitado que las especies del mar Rojo se puedan adaptar al Mediterráneo (un mar históricamente bastante menos salino). Es otro ejemplo de los daños ambientales de embalsar el agua de un río.
Por si fuera poco, la contaminación de los barcos es inmensa: si fuera un país sería el sexto más contaminante del planeta. Reducir solo un 10% la velocidad de los barcos, conllevaría un ahorro considerable en contaminación y en accidentes con cetáceos. El combustible de los barcos emite muchos más contaminantes que el de los coches. También se debe obligar a usar velas, aunque sea parcialmente y en largos recorridos.
El planeta es suficientemente fuerte para aguantar muchos de nuestros impactos ambientales, pero no los aguantará gratuita e indefinidamente. Si no frenamos nuestra maquinaria de producción, transporte, consumo y deyección, el colapso estará más cerca de lo que piensan la mayoría de los consumidores.
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Nuestro NO consumo puede cambiar el mundo, tenemos en nuestras manos el futuro del planeta y no somos conscientes.
La gente que no consume es la gente más feliz. Estamos programados para temer la escasez y consumir todo lo que podamos.
Somos nosotros los que elegimos estar dormidos o preferimos dar un puñetazo encima de la mesa y despertar nuestra curiosidad y nuestra forma de cuestionar y consumir.
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