Por motivos profesionales me veo obligada, muy a menudo, a coger aviones. Volar me desconecta de la rutina y me da amplitud de miras. Desde arriba, las vistas son panorámicas. Amplias. Esperanzadoras, incluso. Mas tarde entenderá por que le hablo de esperanza.
Durante mi último vuelo, volviendo de Colonia a Barcelona, la perspectiva panorámica del verde infinito de los campos alemanes, me llevó a ejecutar una profunda reflexión en cuanto a la inhumanidad imperante en gran parte de las empresas españolas, en general y sus graves consecuencias a nivel personal y en términos de competitividad y resultados.
Normalmente las empresas son el vivo ejemplo de la política y la cultura de un país y en un 80% de los casos suelen funcionar de maneras similares (aunque siempre hay honrosas excepciones).
Una de las grandes —y definitivas— diferencias entre la empresa alemana y la empresa española, es la cultura y la filosofía de respeto absoluto por sus empleados y por sus derechos. Esta cultura del respeto se retro-alimenta en las dos direcciones: de empresario/empresa a empleado y viceversa. Si bien es cierto que los alemanes nos llevan 200 años de adelanto en este sentido, yo, que soy partidaria (en lo personal y en lo profesional) del aprendizaje y formación continuos, pienso que la empresa española aún está a tiempo (y debe) aprender mucho de Germania.
España se encuentra a la cola de la competitividad europea y si analizásemos el grado de satisfacción de la clase obrera en este país no llegaría ni a un 5 (en una escala del 1 al 10). Si bien no voy a entrar a analizar ahora todos y cada uno de los factores que contribuyen a este desastre, sí que me voy a referir a uno importantísimo y determinante en la productividad y los resultados de cualquier empresa independientemente del sector al que se dedique y que, por definición, engloba a todos los demás.
Este factor determinante al que hago referencia se llama Respeto. Respeto a los obreros/colaboradores/empleados que constituyen la empresa y de quienes depende la productividad y los resultados, algo que muchos empresarios deberían cuestionarse en profundidad.
Lo que un ser humano no hace por dinero, lo hará por cariño y por respeto, créame. Y una persona respetada, cuidada y querida, aumentará su productividad al 100% aunque quizás sus condiciones de trabajo y económicas no sean precisamente las ideales. Recordemos siempre que estamos trabajando con personas de las que dependen nuestros resultados, nuestra productividad y nuestra rentabilidad como compañía. Nuestra competitividad, en una palabra.
Se impone un replanteamiento urgente en verso a como estamos tratando a nuestro equipo. Planteemos a los directivos a grosso modo, las cuestiones siguientes:
- ¿Esta Vd. presente en su empresa?
- ¿Saben sus empleados que Vd está dispuesto a escuchar su crítica constructiva?
- ¿Está Vd. dispuesto a aceptar dicha crítica y reaccionar de una forma pro-activa?
- ¿Agradece Vd. a sus empleados su crítico feed-back? (retroalimentación, sugerencias)
- ¿Es capaz de reconocer sus propios errores y disculparse por ello?
- ¿Busca Vd. la comunicación con sus empleados?
- ¿Quiere solucionar los conflictos internos que puedan presentarse?
- ¿Es Vd. una persona íntegra y con conocimiento del ser humano?
- ¿Promueve Vd. una cultura dinámica y motivadora de equipo en la que todos sus integrantes se sientan parte?
- ¿Compensa a quien se esfuerza, fomentando una cultura interna de la meritocracia?
- ¿Es Vd. feliz trabajando y transmisor de felicidad en su compañía?
Creo que muy pocos directivos españoles —en un acto de honestidad absoluto—, contestarían afirmativamente —al menos— a 5 de las cuestiones planteadas. Con esto queda dicho todo, lamentablemente.
Vd. podrá comprar con dinero las mejores máquinas, la tecnología más avanzada y probablemente fabricar un producto de calidad superior. Pero si su personal está totalmente decepcionado con Vd. y más desmotivado aún con su actitud prepotente y egocéntrica, más vale que pare máquinas, se tome un café y realice un saludable ejercicio de necesaria autocrítica que le saque a Vd. y su equipo de las cavernas empresariales y les haga ver la luz.
Queremos una empresa sostenible. Queremos la empresa que necesita España para salir de la profunda crisis económica y social en la que se encuentra y de la que depende la supervivencia y la calidad de vida de tantas familias y con ello nuestra imagen a nivel internacional. El tejido empresarial de un país es su cimiento y la base de su economía.
Necesitamos empresas fuertes, consistentes, constituidas por seres humanos que trabajan con seres humanos y no con cosas. La cosificación del capital humano en las compañías es una de las principales causas de los resultados mediocres y la preocupante pérdida de competitividad que presenta nuestra economía y nuestro país.
No necesitamos jefes. Necesitamos líderes absolutamente empáticos e inspiradores. Líderes de un nuevo rumbo económico y por lo tanto social, orgullosos de formar parte de una nueva forma de crear y hacer, una empresa donde todas y cada una de las partes que la componen quieran luchar conjuntamente y absolutamente motivados por un crecimiento constante, persiguiendo la excelencia como objetivo vital y profesional.
Un entorno donde el desarrollo personal, profesional y económico, sea posible para todas y cada una de las partes que lo forman. Incluidos los empleados, en primer lugar, como verdaderos artífices de lo posible y tradicionalmente tan injustamente valorados.
Empecemos por el necesario respeto. Por la necesaria empatía. Empecemos por tratarnos. Por tratarnos mejor.
Una empresa anti-personas es una realidad inaceptable en un país democrático, europeo y que quiere crecer y hacerlo de forma respetuosa con las personas, el medio ambiente y la sociedad.
Una empresa anti-personas es la antítesis del éxito empresarial, los resultados —y por ende— los beneficios.
Abogo por una empresa pro-humana porque, tras 20 años de dedicación absoluta a la empresa, concretamente en el sector del acero y por extensión en muchísimos otros sectores de la industria y la economía, he llegado a la conclusión de que es el único sistema que funciona hoy en día y en el próximo milenio.
Espero del próximo gobierno de España una política económica que permita a los empresarios de este país una empresa pro-humana. Una política económica donde la formación dual sea un hecho. Donde los salarios sean competitivos y se respeten y se fomente el esfuerzo y los méritos propios. Una política económica donde la igualdad de género y la estabilidad social sean una prioridad. Una política económica donde el capital humano sea la base de la prosperidad y se fomente y retenga nuestro valioso talento español, hoy en día obligado a emigrar a otras naciones donde se les reconoce más y se les paga mejor.
España nunca será Alemania, ciertamente, pero podemos copiar de los alemanes lo que mejor saben hacer, la empresa y tratar de adaptar lo que les ha llevado al éxito económicamente a nuestro genuino carácter español. Si fuéramos capaces de adaptar la seriedad germánica a la pasión española, llevaríamos a nuestro país a convertirse en motor de cambio y crecimiento. En un auténtico Número 1.
Todo esto lo pensé mientras volaba, vislumbrando el verde alemán, esperanzada.
No perdamos la esperanza, ni la ilusión por el cambio. Aún es y debe ser posible.
Por M. Cristina Schätzle, @Cris_Onwire,
coach para empresas
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NOTA: Artículo publicado también en el blog de la autora: Cris on Wire.
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