Llegados a este punto deberíamos preguntarnos: ¿existen las especies? Muchas veces los científicos nos empeñamos en clasificar o encorsetar a los seres vivos, estableciendo una jerarquía taxonómica previa ya construida por Linneo, y utilizando la nomenclatura binomial que él mismo creó, dando como resultados todos estos casos y otros tantos más en los que los organismos no “encajan” bien dentro de este sistema. Pero, ¿existen las especies? Lo que no cabe duda es que los organismos se reconocen entre sí, e interactúan entre ellos de un modo que no lo harían con otros, salvo que haya mecanismos genéticos como los anteriormente descritos con importantes consecuencias evolutivas. Pero si los organismos son capaces de reconocerse entre sí, ¿somos capaces nosotros de reconocer a las especies?
En el cuadro adjunto se muestra toda la diversidad que existe de Quercus caducifolios (quejigos y robles) en el sur peninsular (parte oriental de Cádiz y occidental de Málaga). Invitaría a todo aquel que crea ser capaz de reconocer las especies de quejigos y robles a que lo intente. Ésta es una zona con gran diversidad de especies de robles y quejigos, como se muestra en el cuadro, cuyos resultados pueden verse aquí. Y todas estas especies, y “formas”, las podemos reconocer y nombrar, no sin dificultad, porque se ven, porque presentan características morfológicas apreciables que diferencian unas especies de otras. Pero, ¿cuánto hay que no se ve, que no reconocemos, o que no conocemos?
Cosentinia vellea y Cosentinia bivalens son dos especies de helechos no reconocidas por la botánica pero dos especies claramente diferenciadas en el sentido biológico del concepto puesto que C. bivalens es diploide mientras que C. vellea es tetraploide, por lo que la hibridación entre ambos produciría un organismo triploide estéril. El problema radica en que a simple vista no existen diferencias morfológicas entre ambas especies, y tan sólo a nivel microscópico se pueden diferenciar puesto que C. vellea presenta esporas de mayor tamaño que C. bivalens. Lo mismo sucedería con las subespecies “oficialmente” reconocidas del helecho Asplenium petrarchae: las subespecies bivalens (diploide) y petrarchae (tetraploide). Para este caso Love y Love en 1977 consideraron los organismos diploides como una especie propia, A. glandulosoides, sin mucho éxito entre los botánicos.
Del mismo modo que ocurre con Cosentinia vellea/bivalens y Asplenium petrarchae/bivalens (=glandulosoides), también se podrían reconocer muchas otras especies que se esconden bajo el nombre de una especie única. Se trata de las especies crípticas, especies que, en la práctica, son morfológicamente indistinguibles pero que en la Naturaleza no se reproducen entre sí a pesar de convivir en un mismo espacio. Tal sería el caso también de los mosquiteros común e ibérico, casi exclusivamente identificables por el canto, diferencia suficiente para que los individuos de una misma especie se reconozcan entre sí y no se produzcan cruzamientos (aunque no tan fácil de reconocer para los humanos puesto que en el atlas de distribución no se separan ambas especies). O el caso también de muchos murciélagos como los murciélagos enano y de Cabrera, mejor identificables por el sonido que emiten que por los caracteres morfológicos (igualmente, en este caso el atlas de distribución los trata conjuntamente, sin distinción).
La existencia de especies crípticas es algo bastante frecuente en los organismos que presentan distintos niveles de ploidía, ya que las distintas multiplicaciones del material genético pueden considerarse como pertenecientes a especies diferentes, muchas veces morfológicamente indistinguibles. Un caso bastante ilustrativo se encuentra en el complejo de Centaurea ornata: C. gabrielis-blancae (2n* = 20, diploide), C. ornata (2n = 40, tetraploide), C. saxicola (2n = 60, hexaploide), C. kunkelii (2n = 110, endecaploide).
En otras ocasiones las especies crípticas no conviven en un mismo espacio, sino que se encuentra aisladas unas de otras por barreras geográficas o ecológicas.
El cachuelo o bordallo Squalius pyrenaicus es una especie distribuida por toda la mitad sur peninsular. Sin embargo, las poblaciones de los ríos de la parte occidental malagueña se reconocieron en 2006 como una especie totalmente diferente: Squalius malacitanus. Del mismo modo que con el bordallo malagueño (S. malacitanus) también se pueden reconocer otras muchas especies nuevas a partir de poblaciones distintas de una especie conocida (y lo que nos queda por conocer). Centaurea castellanoides es una planta de distribución ibérica, pero las poblaciones de las sierras de Cádiz y de la parte occidental de Málaga han sido reconocidas (2008) como una subespecie diferente: C. castellanoides subsp. arundana.
¿Es importante tener en cuenta dónde termina una especie y dónde empieza otra? ¿Es necesario saber reconocer las especies? Es posible que muchas especies que conocemos no cumplan el criterio biológico de especie y sean perfectamente interfértiles, que sean sólo fruto del criterio exagerado del taxónomo empujado por el afán de encontrar una especie nueva. Pero lo cierto es que la pertenencia o no a una misma especie no es lo más importante porque toda esta variabilidad forma parte de la Biodiversidad, y merece conservarse. Es por ello que sería adecuada en la definición de especie biológica, expresada al principio de este artículo, la sustitución del término individuo por el de población, puesto que permite tener una visión espacial más real del concepto de especie. De este modo se comprende que una especie es un conjunto de poblaciones, y que las unidades funcionales de las especies no están en los individuos, sino en las poblaciones. Aunque el concepto de población no está exento de problemas, las poblaciones son las entidades que verdaderamente existen en la Naturaleza. Los individuos se reconocen y se relacionan entre sí no dentro de una especie sino dentro de una población, y la población es la que tiene capacidad de sobrevivir o extinguirse, y de evolucionar, y su pertenencia o no a una determinada especie responde a criterios taxonómicos que en la mayoría de los casos resultan bastante subjetivos. Es por ello que la conservación de las especies es una idea que debe superarse hacia la conservación de las poblaciones, y dedicarse tanta o más atención que a las especies en sí. Retomando el caso de los Quercus, la población del monte Jardón es única porque conviven (y se hibridan) Q. pyrenaica, Q. canariensis y Q. broteroi; la del pico de La Sauceda porque conviven Q. pyrenaica, Q. canariensis y Q. lusitanica; la del Valle del Genal porque conviven Q. canariensis y Q. broteroi; y la población de Los Llanos del Juncal no puede adscribirse a ninguna especie con certeza. Y estas diferencias poblacionales se encuentran entre muy pocos kilómetros de distancia. ¿Cuánta diversidad habrá en especies con menor diferenciación morfológica como encinas (Q. rotundifolia) y alcornoques (Q. suber)? De momento esta pregunta no ha sido resuelta.
¿Qué peligro puede conllevar la no consideración de las poblaciones como elementos a conservar? Galium tunetanum es una especie distribuida principalmente por el norte de África, (aunque también está presente en Sicilia) y desde 1893, gracias a Willkomm, se conoce una población en Sierra de las Nieves, la única de Europa. Después del año 1997 esta población no ha vuelto a ser localizada, año en el que se recolectó el último pliego. Todo parece indiciar que la especie se extinguió de forma natural por hibridación con Galium verum, una especie próxima. Aunque este caso no es un hecho a lamentar puesto que la especie fue recientemente descubierta (además de constituir un proceso de extinción natural), distinta suerte está corriendo actualmente la loina (Parachondrostoma arrigonis), un pez endémico de la cuenca del Júcar, ya que el trasvase Tajo-Segura ha introducido en el Río Júcar a la boga del Tajo (Pseudochondrostoma polylepis) que se está hibridando con la loina y podría conllevar la extinción de esta última.
Tanto en el caso de Galium tunetanum como en el de la loina (P. arrigonis) se demuestra claramente que la hibridación puede producir la extinción de especies, tanto de las que conocemos como de las que no conocemos, además de la extinción de poblaciones. Si aplicamos el criterio biológico de especie a G. tunetanum y G. verum, pertenecerían a la misma especie, lo mismo que la loina (P. arrigonis) y la boga (P. polylepis), pero en cualquier caso forman parte de la Biodiversidad. La contaminación genética no es una amenaza aplicable únicamente para el caso de los organismos transgénicos, puesto que a partir de individuos pertenecientes a otra especie (no necesariamente manipulada genéticamente), o de otra población, es posible incorporar genes alóctonos en una población natural, hasta el extremo de su extinción. Pero este riesgo no sólo se produce como consecuencia de proyectos impactantes (como pueda ser un trasvase) sino también en actuaciones de conservación de la Naturaleza. Muchas de las medidas que se proponen para conservar la Naturaleza, ya sea por parte de la administración como por parte de colectivos o personas individuales, aunque sus fines sean bienintencionados, están relacionadas con la conservación o gestión de especies, cuando no sabemos ni reconocer a las especies, sin tener en cuenta la conservación de las poblaciones, o la conservación de lo que no conocemos. ¿Conocemos la población o la especie a la que pertenecen los individuos que se manejan? ¿Estamos seguros de que no hay especies crípticas? ¿Estamos seguros de que no estamos contribuyendo a la extinción de una población, o de una especie? ¿Es aplicable el término autóctono únicamente a las especies? ¿Puede ser autóctono un organismo que viene de un vivero o de un centro de cría?
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El concepto de población creo que queda muy bien representado por un hormiguero, o un panal… ahí, la conservación del individuo es evidentemente absurda por sí misma. Pero más allá, ¿sería la población el conjunto de hormigueros de una especie en un mismo ecosistema?
Por el último párrafo del artículo podría alguien deducir que no es bueno hacer reforestaciones en montes quemados, por ejemplo. ¿Y en montes artificialmente plantados? Por ejemplo, en los montes de Málaga se plantaron muchos pinos para evitar las inundaciones, pero los bosques autóctonos no eran de esos pinos. Ahora están plantando algunos Quercus para hacer la transición, pero… ¿Qué Quercus es el adecuado introducir? ¿Tal vez es mejor conservar la población de pinos actual?
Posiblemente la Naturaleza no necesita que le ayudemos a su conservación, pero ante la explotación tan bestial y creciente que se viene haciendo desde la Revolución Industrial, muchos nos preguntamos si… ya que parece imposible detener bruscamente esas agresiones, no son muy necesarias ayudas, por pequeñas que sean, ¿o acaso es mejor no hacer nada si uno no está seguro de lo que está haciendo? ¿Puede alguien estar seguro alguna vez de lo que se hace para conservar poblaciones?
Me quedo con la última pregunta respuesta de Pepe: Nadie puede estar seguro, pero creo que se hace mayor daño no haciendo nada, refiero a la reforestación. Me gusta mucho esta publicación porque me lleva a preguntarme muchas cosas. ¡Gracias!. Cada acto de que hacemos tiene un impacto en la naturaluza.
Saber reconocer las poblaciones tampoco es tarea nada fácil. Para ello es necesario conocer muy bien la biología de las especies puesto que dentro de una población existe un flujo genético entre los individuos que la componen, un flujo mayor dentro de la población que entre poblaciones próximas (que puede llegar a cero aunque no necesariamente), de modo que se establece un equilibrio en el acervo genético de la misma (un equilibrio siempre dinámico, entiéndase). Por eso me cuesta mucho considerar como población a la reforestación de pinos de los Montes de Málaga puesto que es una reforestación artificial relativamente reciente, donde la primera generación de pinos es insignificante y aún no ha dado tiempo a establecerse ese equilibrio genético. Utilizando las hormigas como ejemplo, si se trata de una especie ligada a un hábitat concreto (si es una especie ubiquista, capaz de vivir en cualquier hábitat, sus poblaciones serán de mayor tamaño, evidentemente), y los sexuados salen al exterior para aparearse con ejemplares provenientes de cualquier colonia, entonces es posible asignar la población de esa especie de hormiga al ecosistema en cuestión, siempre y cuando no tenga capacidad para colonizar fácilmente otros ecosistemas similares próximos. En el caso de especies que no tienen reproducción sexual o que ésta presenta alguna peculiaridad que no permite el flujo genético (para el caso de las hormigas, aquellas especies que se reproducen dentro de la colonia saliendo al exterior la reina ya fecundada para formar otra colonia), la poblaciones no existen como tal, o es otro concepto de población totalmente distinto.
Acerca de si es bueno o no reforestar en montes quemados, no cabe otra que considerar las repoblaciones como algo totalmente inapropiado, puesto que perjudica la regeneración del monte. Nos guste o no, el fuego es un elemento propio del ecosistema mediterráneo, y las especies que lo componen están perfectamente adaptadas a él, tal y como puede leerse en el capítulo dedicado a la Respuesta de las plantas al fuego de Fernando Ojeda (pág. 153):
Haz clic para acceder a 06_regeneracion_vegetacion.pdf
El fin no justifica los medios más aún cuando se pueden hacer las cosas bien. Los Montes de Málaga se reforestaron con pinos porque el beneficio ecológico que podían proporcionar primaba sobre otros aspectos. No es justificación plantar “especies autóctonas” que vienen de cualquier otro lugar simplemente porque hay fobia al pino, más aún cuando en los propios Montes de Málaga hay quercíneas que están ya sustituyendo a los pinos de forma natural. Y en algunas zonas incendiadas de los mismos Montes de Málaga se puede apreciar una buena regeneración del bosque de Quercus.
El ansia por repoblar no lo justifica todo. Se pueden utilizar perfectamente semillas de la población local y no plantones alóctonos que vienen de un vivero. Además de que no todos los espacios deben reforestarse porque los bosques no son los ecosistemas que tienen mayor biodiversidad en el mundo mediterráneo, y una reforestación mal ubicada puede perjudicar a alguna especie sensible, vegetal o animal, asociada a un hábitat de matorral o pastizal.
Puede parecer que dejar el monte quemado regenerarse es no hacer nada. Todo lo contrario, es hacer mucho, porque implica una vigilancia y seguimiento, y evitar los factores que puedan impedir esa regeneración, como lo puede ser el pastoreo. Además de que todo lo que de allí surja será autóctono, y está perfectamente adaptado a esas condiciones ecológicas del lugar, y tiene una capacidad de crecimiento mayor que muchos plantones jóvenes que se reforesten, que además necesitan cuidados para enraizar en el terreno.
Lo que no tiene sentido es que por querer hacer un bien, se haga un mal. El problema de la contaminación genética es un riesgo importante para la conservación de especies y/o poblaciones, y es real porque ya se está dando, tanto para lo que conocemos como para lo que no conocemos, porque todavía estamos descubriendo incluso especies nuevas, y en nuestra mano está si queremos ser responsables de la destrucción de esas especies y/o poblaciones.
Un posible caso de extinción (natural) por hibridación se encuentra en el Río Júcar. En este río los ejemplares de barbo mediterráneo (Luciobarbus guiraonis) presentan introgresión genética en el ADN mitocondrial con el barbo colirrojo (Barbus haasi), no estando presente esta especie en la cuenca, por lo que todo hace pensar que el barbo mediterráneo ha desplazado al barbo colirrojo en este río (Ictiofauna Continental Española, pág. 264).
Las especies que tienen limitaciones en dispersión son las que muestran una mayor capacidad de especiación. Por este motivo aún se están describiendo nuevas especies de peces continentales en la Península Ibérica, como es el caso del calandino dorado (pág. 422). Y todavía quedan por reconocerse nuevas especies de peces a partir de poblaciones aisladas (si no se extinguen antes), como es el caso de las truchas (pág. 225).
Con los anfibios sucede tanto de lo mismo. En los últimos años algunas poblaciones aisladas han sido reconocidas como especies diferentes: tritón pigmeo (Triturus pygmaeus), sapo partero bético (Alytes dickhilleni), salamandra meridional (Salamandra longirostris), y la ranita de San Antón (Hyla molleri), muy recientemente reconocida como especie e independizada, por lo tanto, de Hyla arborea.
Aquí otro caso de especie críptica: los individuos de Gagea algeriensis con flores estériles que se reproducen asexualmente por bulbillos han sido reconocidos recientemente como pertenecientes a una especie distinta, Gagea subtrigona.
Acerca de las especies crípticas, si consideramos cada nivel de ploidía como pertenecientes a especies diferentes, teniendo en cuenta que dentro de cada especie vegetal actual se reconocen con frecuencia varios niveles de ploidía, el número de especies vegetales podría ser considerablemente muy superior.
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Otro caso interesante de especies crípticas se muestra en la crisopa verde Chrysoperla carnea. Considerada originalmente como una sola especie de distribución cosmpolita, se ha demostrado ser un complejo de especies indistinguibles morfológicamente (Ch. carnaea s. str., Ch. pallida, Ch. lucasina, Ch. mediterranea, Ch. agilis,…) que se reconocen entre sí por los sonidos emitidos durante el cortejo sexual.
Un problema que surge con bastante frecuencia en la identificación de las especies, y que dificulta su reconocimiento, es la tremenda variabilidad que presentan algunas especies, ya sea dentro de una población o entre poblaciones diferentes. Este último caso suele ser un claro ejemplo de procesos evolutivos que conducen a la aparición de nuevas especies.